jueves, marzo 04, 2010

Y tiene mi edad y el color de mi voz… Tan cerca de mí

Pintura: Renee Magritte

J'
ai tant fait patience
Qu´á jamais j´ oublie...
Arthur Rimbaud


El título se lo hurté a unos versos de una canción de Pedro Guerra. Todo lo que voy a escribir a continuación no se trata de presumir la agenda. Si algunos párrafos la incluyen, es porque acepto mi lentitud para “dosificar” los significados. Sea que…

Hacía los últimos días del mes de febrero acepté impartir hacia otoño de este año un curso universitario, como profesor invitado. Y como las cosas que uno considera muy “buenas” jamás han viajado solas, la felicidad de regresar a las aulas me cegó para aceptar, cinco horas después, una serie de tres conferencias sobre literatura infantil que impartiré, para el verano, en algunos centros de enseñanza y me parece que en un museo. Casi al terminar el segundo día, el viernes anterior en la ciudad de México, la sirena homérica de la radio cultural me condujo a “palabrear” un futuro programa. A eso debe sumársele que el plazo de entrega de mi próximo libro a su editor vencerá en los primeros días de septiembre. Y como me edita otro escritor, sus juicios son implacables.

Los contratiempos ya los he discurrido largo con psiquiatra, cura jesuita “Coco” –confesor y consejero- y amigos íntimos. La decisión fue darme una tregua de escritura diaria en prensa, para sobrellevar el claustro que significa que el resto del invierno y la primavera los dedique al estudio y la redacción de textos que persiguen la lectura más sosegada, quizá más académica y literaria.

No me despido a pesar de la pausa que abro. “La cabra siempre tira al monte” y mientras leo mucha Historia, sobre todo de los siglos XIX y XX de un país llamado México, el circo electoral va a entretener más al lector, más de lo que yo podría hacerlo si me dedicara a reportarles sobre algunos descubrimientos en los libros que me aguardan. No deseo restar un tiempo y un espacio productivos que me hagan sentir ocioso ante los acontecimientos que se vienen sobre esta pequeña y dulce patria, llamada Veracruz. Y no es un llamado sino mi postura, yo no voy a acudir a las urnas. Mi voto y mi firma no servirán para decidir sobre lo que ya está negociado. Prefiero leer a Cicerón y Séneca que las declaraciones de los candidatos o el seguimiento a campañas electorales… que se volverán o transfigurarán, en campañas de guerra.

En este país del odio, en esta República cada vez más ficticia, en esta ciudad de unisel o burbuja: no vale la pena más que escuchar a los verdaderos ciudadanos. A los que caminan sin guardias que libren espaldas de caciques de balas perdidas o encontradas, a esos debemos escuchar. A quienes vivimos y hacemos: Jalapa, Veracruz, Córdoba, Orizaba, Coatzacoalcos, Minatitlán, Poza Rica, Papantla, Pánuco, Coatepec, Xico, Cardel, Perote… y perdonen las omisiones. La lista es muy extensa; somos demasiados ciudadanos que vivimos y celebramos la existencia en doscientos doce municipios. A nosotros y entre nosotros, creo, vale la pena escucharnos. Lo que falta o lo que sobra, es parte de un mal circo. No vale la pena gastar tinta… y fuerza.

Desde mi estudio, paredes frías en medio de los jardines que me quedan en la barriada en que se ha transformado la zona de Coapexpan, durante la madrugada fría, pongo un disco que reproduce la voz ronca de Mercedes Sosa. En la salita contigua, sobre un sofá acojinado, a un lado de la entrada a mi recámara, una pesada maleta espera ser descargada. Tarea que me acongoja porque dentro de diez días habrá que rellenarla para otro viaje a la ciudad de México. Hasta el momento, sólo adquiero billetes de ida y… de vuelta. Las ausencias de Jalapa, en mi caso y a mis treinta y cinco, caducan a los veinte días.

A veces me gusta vivir afuera de Veracruz, pero las estancias prolongadas son cada vez menos constantes fuera de mis amores correspondidos, mis amigos, mis jardines, mis vivos y muertos próximos y mi biblioteca. Y si a Pedro Guerra le robé el título de la última columna, a él también le hurto un verso más: “aquí hace menos frío que en la calle.”

Seguiré escribiendo para la prensa estatal veracruzana, pero ya sólo como un colaborador ocasional. Aquí agradezco de antemano los espacios que amablemente, tras conocer mi dimisión a un solo medio, me han ofrecido los directores de varios medios impresos, entre los que aventuro a escribir el de esta casa editorial. El periodismo diario marca el pulso cotidiano y lo que uno publica, al otro día, ya es parte de la historia. La academia sólo pretende forjar a los ciudadanos venideros. Y la docencia es para quien esto escribe: un oficio vocacional además de una tradición familiar… de mis abuelos sólo heredé su biblioteca íntegra y la enseñanza de un gran bien: la libertad de elección… ah, y un apellido. “Nombre es destino” dictó el viejo Séneca a su escribiente.

El adolescente regordete que un día de mil novecientos noventa y tantos impartió su primera cátedra sobre Lope de Vega en el claustro del Colegio Preparatorio de Jalapa y que después se largó a estudiar periodismo y luego historia y a la postre lengua latina y luego hizo maletas para escaparse allende mares y al regreso fue burócrata y ensayó periodismo… aquel niño, ya pasó la estafeta al escritor. A los quince años regalé mi primer libro de poesía, en el Colegio que perfilaba el carácter de quien sería un profesor y desde entonces aprendí que la libertad es un bien por hacer. Pero la Transparencia no es el país donde crecí. Yo lo siento más.

No hay impurezas, a lo sumo: vida.