martes, mayo 10, 2005

Ninguna novedad

No voy a establecer una comparación entre una figura del siglo XIX y otra del XXI mexicano; uno era cura y este abogado; uno se levantaba a las vísperas para oficiar el servicio religioso de las 6:00 horas y el otro se desmañaba (porque ya empieza con algún retraso) para responder a los periodistas, ávidos de sangre verbal o verborrea grillesca. Pero aquí prefiero hacer un recuento de lo que sería, a mi total juicio, parte del sainete independentista de 1810. A mencionar lo que sucedió...
Miguel Hidalgo nace en la hacienda de Corralejo, correspondiente a Pénjamo, Guanajuato, el 8 de mayo de 1753. Estudioso de la filosofía y la teología imparte dichas disciplinas en el colegio de San Nicolás de Valladolid, institución de la que será rector más adelante. Un antecedente a la conspiración de Querétaro lo fue la de Valladolid, en la que se proponía organizar en secreto una revolución para derrocar al sistema establecido y convocar un congreso que gobernase en nombre de Fernando VII... porque Napoleón Bonaparte ha invadido España y depuesto al rey; quien gobierna en la península Ibérica es Pepe Botella, hermano del emperador y apodado así porque un día estaba ebrio y el otro también.
Esta conspiración estaba programada para el 21 de diciembre de 1809, sin embargo al ser descubierta se trató de reprimir a las personas implicadas. Tras el desmembramiento de la conspiración de Valladolid, algunos de sus integrantes encuentran refugio y apoyo en el corregidor de Querétaro, don Miguel Domínguez, siendo su casa donde comienza a tomar vida la nueva conspiración.
A esta nueva conspiración, la de Querétaro, se sumaron Hidalgo y Allende, quienes habían sostenido pláticas con relación a la independencia del país. Según algunas referencias parece ser que Hidalgo sólo manejaba el discurso mientras que Allende estaba plenamente convencido de que el movimiento de independencia era una necesidad. De hecho, Allende convenció a don Miguel Hidalgo a participar en el movimiento. Su conspiración se descubre y el grupo se ve en la necesidad de proclamar la “independencia” el día 16 de septiembre, domingo, de 1810.
Mientras el movimiento fue palabras, al cura se le llegó a mirar con simpatía. Pero conforme pasaron los días, la turba se le fue añadiendo a la marcha, de la que a nadie le consta que el padre Hidalgo cogiera el estandarte guadalupano en la tétrica iglesia de Atotonilco. Para el día 28 de septiembre el “ejército” estaba conformado por cincuenta mil hombres, casi ningún militar y las armas consistían en machetes, hondas, piedras y palos. Hasta el momento ninguna batalla se había librado. Los simpatizantes, los que marchaban a su lado, no sabían en realidad a qué carajos iban, porque se trataba de “coger gachupines” y eso fue lo que hicieron en Guanajuato.Sangre... una batalla que pretendió cobrar las rencillas de tres siglos de dominio. El asalto a la Alhóndiga de Granaditas fue la perdición para la causa insurgente. Hidalgo no pudo controlar a su turba, porque eran hambrientos, no soldados. A partir de aquella masacre las órdenes del virrey fueron contundentes: terminar con la sublevación. Y en verdad que lo hicieron. Como siempre, hubo: mártires, fusilados, traicionados... una guerrilla que tardó 11 años y que se resolvió entre españoles que llamaron al templo de La Profesa a un criollo, inocente y ambicioso, que respondía al nombre de Agustín de Iturbide.