Mostrando las entradas con la etiqueta Arte. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Arte. Mostrar todas las entradas

lunes, enero 07, 2008

Rosario Tijeras: novela y filme

Los besos de la mujer anhelada provocan cientos de metáforas, pero al final todas apuntan hacia descripciones que deben emparentarse con la delicia o la belleza. Surge el contraste justo cuando el herido por el amor declara al fin que los besos de ella tienen sabor a muerto, a muerte. Una joven y atractiva colombiana, mezcla de sicaria y puta de lujo que sabe más de bazucos y rezar balas que de los mismos rezos, logra embollarse con dos jovencitos de la clase alta de Medellín y luego, con un ritmo vertiginoso, se corren por los torrentes de las aventuras de la droga y las desventuras del amor. Drogas, sexo y tres jóvenes; violencia, brutalidad y Medellín; una ciudad que se ha convertido en símbolo del vacío emocional, el bajo mundo del narcotráfico y la leyenda de una hermosa que comanda según los caprichos de la humedad que destila su sexo. Es Rosario, hija de un barrio pobre y de un medio que la ha obligado a fraguarse una historia signada por la pericia con que usó las tijeras para mutilar “las huevas” de un tipo que la había violado.

Rosario Tijeras fue publicada hacia el año de 1999. Su autor, el colombiano Jorge Franco Ramos (1964), mostró la pericia de hilvanar una novela corta que cuenta el ambiente de los sicarios de Medellín y a la vez rescata de crudeza al relato al inmiscuir a su protagonista en un trío amoroso. Se trata de una escritura ágil, pero no escapa a la forma constante en que presentan los dieciséis capítulos: Rosario Tijeras en el quirófano de un hospital, el amante no aceptado pero al tanto de la vida de ella y los recuerdos de éste, como remolinos, enteran al lector sobre los cómo y por qué se encuentran allí, esa madrugada detenida acaso por las manecillas de un reloj que siempre marcan las cuatro y media.

Lejos de criticarla sólo por la constante de las licencias literarias de las que no se escapa, Rosario Tijeras viene a sumarse a uno de los varios testimonios ficticios que se han encargado de mostrar a una región del planeta como un muestrario de la violencia imperante a partir del narcotráfico. Medellín, como tiempo y espacio del que se genera literatura, brinca a la república de las letras de dos décadas a la fecha gracias a trabajos como el de Franco Ramos y a los de Fernando Vallejo (La virgen de los sicarios, El desbarrancadero y también son novelas cortas), por mencionar sólo a dos autores que luego de sus historias, han logrado el peso en sus firmas. Y si no es un espejismo o reflejo de realidad, sí puede tratarse de lo anotado por un crítico literario español que se refería a esta corriente novelística colombiana como la vendimia de postales brutales que son tan bien recibidas en círculos donde la pobreza y la miseria no se advierten con tanta facilidad.

La novela de Jorge Franco Ramos ha sido traducida a varios idiomas, muestra incuestionable de que se lee. La historia se ha exprimido para aprovechar su pasaje a la cinematografía, pero quizá el zumo no fue lo suficientemente bueno como para obtener audiencia y ganancias por demás gratificantes. Rosario Tijeras (bajo la dirección de Emilio Maillé) fue llevada a la pantalla grande en el 2005 y se estrenó en México allá por marzo del siguiente año. Fue una producción de México, Colombia, España, Francia y Brasil; un “thriller” de poco más de dos horas en que el guión, dirección y fotografía no lograron tramar el relato fílmico y sólo para los conocedores de la versión novelística los “símbolos” empleados apenas si tenían eco suficiente como para desentrañar el conflicto de la situación planteada.

Acaso la belleza y la aparente soltura de Flora Martínez (quien protagoniza a Rosario) fue el atractivo de la película. La historia se desarrolla con más bien pocas habilidades de las que permite la narración audiovisual y los espacios abiertos que puedan recurrir a Medellín son muy vagos. A diferencia de un filme estremecedor, como La vendedora de rosas, rodada en 1998 bajo la dirección de Víctor Gaviria y con la inolvidable actuación de Lady Tabares; Rosario Tijeras se queda en la antesala del “thriller” con visos a un documental-ficción.

El filme de Maillé, sin embargo, sortea algunas escenas con un humor que no está implícito en la novela de Franco Ramos. Las secuencias de los funerales del sicario Johnefe, hermano de Rosario, son por demás conmovedoras e hilarantes. Un muerto se merece su última rumba, dice Rosario al consternado Antonio. El espectador se desternilla cuando el cadáver del sicario es transportado casi con una pompa militar a los lugares que suponemos más frecuentaba o le gustaban; en una dicoteca o burdel, una solícita nudista le rinde al fiambre el último placer de que una mujer le baile desnuda.

Rosario Tijeras es una recomendación doble. Si antes sucede la lectura, el filme ofrece la versión en color y con personajes más concretos; si primero es la cinta, la novela será inigualable para comprender la historia.


lunes, octubre 22, 2007

Claire Zachanassian o Adiós a “la vieja dama”

Alberto Lomnitz es uno de los muchos directores teatrales que tienen conocimiento de las piezas clave del oficio o bien de aquellas obras que deben figurar en los montajes realizados que se anotan en el currículum. Independientemente de que un profesionista dedicado a la creación y la interpretación tenga en vista las obras con las que mejor se acomoda, las metas profesionales siempre incluyen retos y uno de ellos fue el que asumió la Compañía Titular de Teatro de la Universidad Veracruzana desde mayo de este 2007, cuando estrenó en Xalapa la obra La visita de la vieja dama, de Friedrich Dürrenmatt. La ilusión fraguó para la Universidad Veracruzana, para su compañía teatral, para cada uno de los actores que participaron en el montaje y para su director.

Al poco tiempo de su estreno, La visita de la vieja dama alcanzó un nivel de profesionalismo y calidad actoral que sólo puede advertirse en las agrupaciones preocupadas por la difusión y permanencia del teatro universitario de México. Con esto se confirma que la Compañía Titular de Teatro no ha pasado de noche los cincuenta años que van desde su fundación a la fecha; aunque ha navegado sobre aguas nada mansas y padeció algunos periodos de laxitud, en la actualidad se coloca a la cabeza del teatro veracruzano y con buenos pronósticos de hacer frente a obras que se gestan en las principales ciudades del país. La pieza de Dürrenmatt fue pulida del original pero no sufrió adaptaciones concernientes al tiempo y el espacio propuestos inicialmente por el dramaturgo y novelista suizo, de las cuatro horas que se calculaban a la puesta, su reducción a dos horas con quince minutos no demerita o confunde para la comprensión de la historia.

Con iluminación de Víctor Zapatero, diseño de vestuario de Edyta Rzewuska, música y sonorización de Joaquín López “Chas”, participan veinticuatro actores en escena (un detalle que es poco usual, ver reunida en un solo montaje a la totalidad de los integrantes de la Compañía Titular de Teatro). Aunque el papel protagónico fue destinado a una actriz invitada, Lisa Owen —quien interpreta a la anciana millonaria Claire Zachanassian— el segundo papel es interpretado por el experimentado Francisco Beverido Duhalt, quien después de una prolongada ausencia de los escenarios regresa como actor para interpretar a Alfred Ill; pero todos los actores que intervienen confieren el buen tono que domina a la puesta. Participan, por orden de aparición: Carlos Ortega, Rogelio Baruch, Marco Rojas, José Palacios, Gemma Muñoz, Félix Lozano, Rosalinda Ulloa, Héctor Moraz, Juana María Garza, Jorge Castillo, Raúl Santamaría, Raúl Pozos, Hosmé Israel, Valeria España, Liliana Eselente, Guadalupe Balderas, Luz María Ordiales, David Landa, Alba Domínguez, Miriam Cházaro, Freddy Palomec, Karina Meneses y Luisa Garza.

A partir de la tercera llamada, el espectador se transporta a Güllen, un pueblo suizo que vive la estrechez económica y cuyos habitantes están prácticamente resignados a la pobreza constante. Pero una noticia cimbra a las buenas conciencias, Claire Zachanassian que fue una mediocre y pobretona nativa de Güllen ahora está convertida en la mujer más rica del mundo y cuarenta y cinco años después, visitará el pueblo. En efecto, Claire retorna para dar a conocer una importante noticia a sus coterráneos: ofrece mil millones a quien asesine al estimado señor Alfred Ill, con quien ella tiene cuentas pendientes. ¿Una fábula de ética o moral? La visita de la vieja dama es una de las piezas magistrales de Friedrich Dürrenmatt, ha provocado montajes en las mejores compañías teatrales del mundo y una media docena de versiones fílmicas.

La Compañía Titular de Teatro de la Universidad Veracruzana ha cumplido y bien. Ayer el telón se cerró para la segunda y última temporada de esta puesta en escena, donde se demostró que mientras transcurrieron las aproximadamente cuarenta funciones, las butacas de la sala chica del Teatro del Estado estaban llenas. Ahora falta a las autoridades de la Universidad Veracruzana poner fin a vaivén en que se encuentra la compañía universitaria, que a cincuenta años de su fundación no cuenta con un teatro —un teatro a la italiana— donde pueda desarrollar cualquiera de sus montajes. Y si el rector Raúl Arias o el director de Divulgación Artística, Manuel Zepeda Ramos estiman que el espacio del Teatro La caja es suficiente —se trata de un foro de cámara negra con capacidad para albergar a 48 espectadores—, que prueben allí un partido de sus deportistas, los tan amados Halcones y que le presten el gimnasio universitario a los teatristas profesionales. A ver si es lo mismo cantada que chiflada.

jueves, septiembre 27, 2007

Marcel ingresa a Pere Lachaise

Tenía ochenta y cuatro años y legiones de admiradores en el mundo entero. El mimo francés, el escapista de las garras nazistas, el admirador de Chaplin, el mago que hacía brotar alegrías y carcajadas, ayer fue sepultado con las exequias dignas de una personalidad de su talla. Su ataúd estaba cubierto con la bandera francesa y al mimo judío-francés le valió una despedida llena de sentimientos porque su majestad, el mimo, tenía un don exquisito: un cuerpo que transmitía cualquier sentimiento que en muchas ocasiones, sólo requería de trazar movimientos que parecían simples y con ello, lograr la atención de las multitudes que nunca permitieron una butaca libre en los teatros donde él se presentaba. Marcel Marceau descansa en la paz que prodiga la fama de Pere Lachaise, nada menos que en uno de los sitios más célebres pero quizá menos visitados, aunque está sugerido en los recorridos turísticos de la capital francesa.

Marcel Mangel ha muerto, pero el hombre que se hacía llamar Marcel Marceau y que maquillaba su rostro de blanco se quedará por mucho tiempo en el imaginario del público que alguna vez tuvo la oportunidad de disfrutar sus actuaciones en vivo. Allí permanecerá el recuerdo fiel, hasta que el último ser con memoria pueda elaborar una frase con palabras… para cuando eso se olvide aún faltará tiempo y entonces, surgirán los incrédulos que no den crédito al enterarse que un hombre que no hablaba, que no manejaba acrobacias, que no tenía un cuerpo formidable, que no se refirió específicamente a la política o al sexo: ese, pudo atrapar la admiración y la devoción de quienes lo siguieron en las funciones. ¿Un mimo con tanto poder? Un mimo, sí.

La ceremonia de sepelio transcurrió en calma, pero ahora, seguramente, el bueno de Marcel no va a descansar en paz, por muy Pere Lachaise que se trate. Y es que veámoslo de esta forma: los que han podido alimentar su ego con una colección de tintes románticos, saben que caminar por un cementerio famoso, donde se guardan los despojos de los que en vida tuvieron la admiración, la fama, la fortuna y el carisma, es uno de los pocos caprichos que permite el dinero. Y si la frase de Víctor Hugo constata al viajero con aquella aseveración de que: “París vale una misa”, los cementerios históricos de la Ciudad Luz no se quedan atrás.

El cementerio es famoso por obvias razones: guarda los restos de una pléyade capaz de dejar mudo a quien sabe de ciencia, música, literatura, danza, teatro, cine… ¿y para qué seguir? ¿Le dicen algo estos nombres: Guillaume Apollinaire, Honoré de Balzac, Georges Bizet, Frédéric Chopin, Alphonse Daudet, Isadora Duncan, Georges Melies, Heloise y Abelard? Bueno, si yo fuera un célebre fantasma (es más factible creer en fantasmas que en muertos vivientes) arengaría a mis compañeros de eternidad para que, luego de recibir al mimo como se merece, decirle: “A un lado de la tumba de Oscar Wilde te dejamos la mesita con maquillaje y la función empieza a las nueve en punto; porque a las once canta Jim Morrison”.

Si usted desea realizar una visita “virtual” al famoso cementerio, sólo escriba en la barra de su buscador de Internet: pere-lachaise.com. El sitio ofrece panorámicas, mapa, tumbas de famosos y avenidas. Ofrece dos idiomas, inglés y francés.

lunes, septiembre 24, 2007

¿Y quién dice que la Frida es mito?

Pregunté a la pintora Iliana Pámanes sobre Frida Kahlo. Sufrida era la vida de la centenaria pintora, “su Frida” es una referencia, según la pintora veracruzana.

¿Se trata de una moda?

No lo analizamos así. De por sí ya es un fenómeno que le celebren a alguien, ¿no? Ojalá tuviéramos la capacidad de pensarlo como fenómeno de mercadotecnia y logremos publicitar, negociar y vender el evento como tal. Pero seguramente sí, es fenómeno de la fama que Kahlo tiene y de que como mexicanos no podemos sustraernos a ciertos iconos que tenemos muy presentes. En lo personal no suelo acercarme mucho a su obra, pero los creadores de obra plástica y gráfica estamos influenciados por los recursos que ella utiliza, como expresar: el interior, la fuerza, los sufrimientos, en fin... toda la cuestión sentimental. Y no es únicamente de ella, lo que puede distinguir a Frida es el momento histórico que vivió, pero los sufrimientos, el problema físico que le impidió la maternidad son problemas de muchas mujeres, pero en ella se ha publicitado, pues le toca ser reconocida en su obra como un tema que tocó que hasta ese momento no era público.

Y buscar ese lugar común del sufrimiento, ¿es el único tema en Frida?

Mira, yo hice una interpretación. Hice a la Frida pelona, es porque Diego se enoja con ella y en represalia ella se corta el cabello, que era algo que le encantaba a él. Yo creo que es una actitud muy tonta y lo que reflejo en mi trabajo es que no se quiere y en el texto escribo: Ahora que estás pelona ya no me quiero. En realidad se está fregando a sí misma. El sufrimiento es la imagen que se la ha dado, porque si la analizamos como mujer también ha sido muy fuerte y débil, como lo somos mujeres y hombres. Ella no fue ni la que más sufrió ni la única que la regó en su vida; no, es una persona normal con un mito muy alimentado. Claro, tiene demasiada valía en el método de expresar sus ideas y emociones. Puede haber cosas cuestionables como en el trabajo de todos los artistas.

Quitemos el mito, ¿te parece una buena pintora?

En lo personal no me gustan muchos de sus recursos, de las pinceladas que da; pero creo que me estoy metiendo en subjetividades, hay a quien le puede encantar y la ensalza. A mí me gusta para decir: voy a tomar la pintura para expresar lo que siento, como lo hacemos muchas gentes. Me gusta su fuerza y la manera desgarradora que tiene para decir lo que siente. Pero como objeto de arte sus cuadros me parecen muy saturados.

Del panteón plástico mexicano ¿qué otra mujer se merece homenajes?

No es mexicana de nacimiento, pero yo creo que Leonora Carrington; me parece que es una pintora que tenía la misma dinámica, andaba en lo esotérico y con otro tipo de personajes en su solución. Pero narraba: dolor, sufrimiento, angustia, alegría, momentos familiares. Pero ya es una cuestión de gusto personal y estético.

Si hablas de nacidas fuera de México, y ¿Remedios Varo?

Es mi preferida. A diferencia de Leonora Carrington, en sus imágenes no aparece el personaje monstruoso, enano. Varo emplea la metáfora, es como una poeta, representa lo onírico y espectacular. Ella me da la impresión de cuando ves una película y crees que ya nada te podía sorprender.

viernes, septiembre 21, 2007

Sobre cómo bailar tango

Pintura: Fernando Botero

De los peligros del tango nos advierten demasiados filmes y casi todos ellos, con un lenguaje cinematográfico cercano a la pérdida de las ilusiones de sus protagonistas, nos dejan un saborcillo que raya un disfrute sensual pero amargo. No sé si trata de esa capacidad tan latina de aceptar que en las dosis de amor, habrá siempre la resaca del dolor: el amante disfruta aquello muy próximo a la pérdida. Palabras con más o con menos que emplea el filósofo Roger Scruton: “El nacimiento, la cópula o la muerte son los momentos en que el tiempo se detiene, cuando vemos el mundo desde el borde, cuando experimentamos nuestra dependencia y contingencia, y cuando somos propensos a llenarnos de un asombro totalmente razonable?”.

Si el filósofo lleva su carga de razón, el en terreno de las ideas organizadas para formar poesía, hay que traer a memoria Llegó con tres heridas, de Miguel Hernández: “Con tres heridas viene:/ la de la vida,/ la del amor,/ la de la muerte”. ¿Empatar la filosofía con poesía y música? Para ello charlé con un entendido, Héctor Ongay, quien es serio al trato, discreto. La voz está medida y suele apartarse de los aspavientos; pero cuando una palabra suena, la mesura de este apasionado comienza a extraviarse. Es que “tango” es una llave mágica para este hombre.

¿Se trata nada más que de un baile elegante?

Bueno, el tango no se perderá nunca, por muy elegante que lo pongan: su origen es de arrabal, de barrio bajo. Los adornos a los que les llamamos ganchos (cuando las piernas se entrelazan con cierta violencia) hoy resultan elegantes, pero este era un baile de dominación… esto no se perderá. Desde luego, en su origen fue bailado por marineros, prostitutas, gente de escasos recursos. Después se convierte en un baile de cortejo y no de pelea. Digamos que el tango comienza a volverse decente cuando va perdiendo el origen de bronca, de enojo, y se convierte en un baile de pareja, algo sensual, de mucha proximidad. Luego viene Gardel, le pone letra y esto se internacionaliza. Y tras haber pasado por las grandes capitales del mundo regresa a la Argentina pero como un producto importado, decente y ya se empieza a bailar sin miedo al qué dirán.

¿Es un drama o hay tangos alegres?

Sí, hay algunos, aunque son muy pocos. Está Garufa, que trata la historia de un milonguero empedernido; Victoria, y es muy gracioso, porque se refiere a un tipo que se pone muy contento cuando se percata que su mujer por fin lo abandonó. Hay de todo, pero estos, los alegres, son como archivos de puntadas. Aunque el tono, por lo regular, es nostálgico, triste, de mucha pasión amorosa y desamor. Claro, obedece a su tiempo: en la Argentina eran muchos los inmigrantes sin sus familiares y muy pocas mujeres disponibles. Por eso en las letras del tango se escucha tantas veces el tema del despecho: te traté mal porque deseaba que te fuera bien. También está presente la nostalgia por la mujer amada, que también incluye a la madre que ya no está.

¿Y debe existir la razón para que nos parezca sensual?

Se trata de un baile de pareja aún cuando no se baile muy cercano; pero su cadencia es sensual, esto sale. Y además es una mezcla de bailes europeos, lo que había en Argentina, se nutre de la habanera (de Cuba), pasa por España, en fin. El resultado hace que este baile adquiera demasiados matices y esto asegura su éxito en el mundo, pues representa los sentimientos que desencadenan las pasiones y eso ¿a quién no le afecta?

miércoles, septiembre 19, 2007

Cine viejo, las vergüenzas de la “casa chica”


Costaron años de esfuerzo para que la industria del cine nacional fuera consolidada y acaso bastaron menos de dos décadas para que la pantalla mostrara a bellacos luciendo su precario lenguaje pero alto ingenio y tetas y ombligos de cuanta exhibicionista quisiera encuerarse. El cine de ficheras, en efecto, siguió dando trabajo a quienes dependían de la cinematografía mexicana, pero dio al traste con lo que se hizo bien.

Pese a ello cabe la divagación sobre la llamada “etapa de oro”. Sin verlo de un modo ramplón, el material fílmico que se produjo era consecuencia tácita de la Segunda Guerra dado el desastre económico de Europa y la rehabilitación de los Estados Unidos. Las glorias nacionales que andaban pegando en Hollywood regresaron a los Churubusco y la iniciativa privada apostó los reales por incentivar un trabajo que resplandeció gracias al esfuerzo de genios —que siempre los hay— y a trabajadores que perdían el común denominador cuando se declaraban empleados del cine, donde también sudaban los artistas.

Y antes de referirse a si es un arte o no, todos los directores expresaban sin rubor que entendían como fruto de su trabajo si la sala se llenaba, el resto era para los críticos, quienes destazan sin la mano en el corazón. Después llegaron ficheras y albures y luego, para finalizar con tiro de gracia: Valentín Trujillo y los hermanitos Almada, quienes hicieron más dinero que lo que Emilio el Indio Fernández se pudo imaginar. Con demasiados escollos el cine mexicano comenzó a repuntar en la década de los noventa y de entre pujidos le han salido cintas nada deleznables. Pero la industria, esa que daba tanto empleo, nada más a la zaga.


El cine, como tal, es un capricho demasiado costoso cuando no se le mira con fines de lucro; pero es un negocio redondo si en él se observa un potencial que promete dinero. Y por supuesto, una cosa es hacer Cine, con mayúscula, y otra pinches churritos salidos de cámara de video casero donde los payasos de la política mexicana —y no me refiero a Brozo— se encumbran porque han demostrado hasta dónde llega su capacidad de cinismo y corrupción. ¿Cuál estudio de mercados o líos en el complicado star system gringo?

Bonito país el nuestro donde los mamarrachos van directo al estrellato y las estrellas a la política, porque entre legisladores y jefes delegacionales la ANDA se irá quedando famélica, pues demostrado queda que nunca ha sido redituable el estudio de arte dramático. Para ello basta con ser un haragán con dinero y practicar las truculencias en plano abierto, sin disolvencias ni cortes. Después a recibir premios. Total.

martes, septiembre 18, 2007

Si el humor sirve de “arma”

El director de teatro de origen francés, Jean-Marie Binoche me respondió alguna vez que el “humor” es una arma tan letal como cualquiera. Es obvio que la propuesta de Binoche no tiene lo novedoso por ningún sitio, pero aquella charla transcurrió más o menos así…

¿Teatro para señalar?

Siempre nosotros no hacemos teatro por el teatro, queremos dar un contenido, es nuestra labor teatral, no quiere decir que es panfletario ni nada de esto, se trata de hablar de las cosas con mucho humor, con máscaras. La gente se ríe mucho. Date cuenta que la más terrible denuncia de la guerra fue “El dictador”, un filme de Charles Chaplin y te mueres de la risa del principio al fin. Es un poco el propósito, de ese reír de temas muy serios. El público se ríe, goza, y en un momento dado se queda frito, como pescado.

¿El teatro guarda esa posibilidad, aún con la competencia de los “medios masivos? Me refiero a la denuncia.

Los medios hablan de todo esto pero de una manera muy de informe, secos, sin darle la vuelta al contenido humano y las consecuencias. Yo veo que en todos los periódicos se habla del desastre, de la catástrofe, peso así: relatando las cosas un poco aritméticas. Cuando nosotros... En televisión ejemplo, radio, prensa, hablan de las cosas como información muy fría y te dicen que hay unos cuantos muertos ahí, unos cuantos enfermos, que el SIDA está haciendo desastre en África, etcétera. Cuando nosotros estamos más cercanos al hombre, a su cotidianeidad, esto no implica que nos alejamos de las estadísticas, no; estamos metidos en la vida, como todo el mundo. Pero el arma que tenemos es el humor; el humor es un arma diabólica. Realmente mata más que una bala.

¿Por qué provocar una risa puede ser más dañino para un régimen?

El hombre está enfrentado al poder en cualquier parte del mundo, está siempre atado al poder político, económico, en fin. Digamos que el hombre transeúnte, el hombre raza, está enfrentado a eso. Entonces va a usar la sabiduría popular para pasar entre las líneas, entre las gotas y poner el dedo donde no, en el lugar en que está prohibido tocar. Y ese es nuestro papel. Nuestra labor es señalar, decir al público: miren lo mal que estamos viviendo. ¿Y por qué llegar a esta tierra para vivir mal? Podríamos vivir mejor, es el tema central de todo nuestro trabajo. No hay razón para vivir mal, llegamos a nuestra tierra y el niño recién nacido cae en un desmadre, en una catástrofe ecológica y de todo tipo. Uno quiere proteger a los hijos, a los niños, pero todas maneras está metido como todo el mundo. ¿Y qué viene? Cada vez hay más sequía mundial, la falta de agua. Pobrecitos los niños que nacen, y por culpa de nosotros.

Y allí podemos entrever una función “social” de las artes...

No. No hay banderas, esas están en el bolsillo. Pero saca la bandera y de qué sirve.

¿No se trata de predicar en el desierto?

Nunca. Porque dices una cosa y siempre se va a convertir en un granito en la conciencia y esto un día, sé, por ejemplo, en mi caso. Me acuerdo de cuando me decían mis profesores en la primaria, cuando te dicen una cosa que te parece, cincuenta años después dices: huy, ahora entiendo. Quiere decir que es útil. No queremos hacer un teatro utilitario, esnob, sino conmover, sacudir la palma para que el coco caiga y “poc”. Para despertar.

Ha sido siempre la misma propuesta teatral.

No. A medida que avanzas en tu oficio vas afinando y ahora estoy convencido que este es el camino, cada quien tiene su manera de ver. La gente que hace teatro para divertir, hasta ahí nomás; otros para llorar, o para gritar, tragedia, drama, comedia, de todo. Pero en mi caso, quiero dar una vuelta a la vez poética —la poesía tiene su lugar— y hablar de la contaminación, sin tener que señalar a la gente, eso no sirve. Porque dicen: “Ah, otra vez”. No, no. La poesía te eleva la conciencia colectiva e individual. Es nuestro camino.

viernes, julio 27, 2007

Fado, Oscar y Homero

Portugal es un país nostálgico, expresó el cineasta español Carlos Saura con motivo del nuevo filme que gira alrededor de la música conocida como fado, por esas canciones tan portuguesas e impregnadas de “saudade” (soledad, nostalgia, añoranza). Lo de Saura, con 75 años y autor de una de las filmografías españolas más importantes, llevará a los espectadores un territorio variado pero no carente de musicalidad, que ha sido una especia de marca de la casa. En el filme participan los portugueses Carlos do Carmo, Mariza Camané y Argentina Santos; los brasileños Caetano Veloso y Chico Buarque; la mexicana Lila Downs y el cantaor Miguel Poveda.

“Saudade” es el título de la cinta, que según su director se trata de arriesgar y no quedarse en la acera de los ortodoxos; sobre todo cuando piensa que el fado surge a la par del tango y el jazz, en puertos: “donde hay un tráfico marítimo importante. Era cosa de tabernas, prostíbulos... envuelta en un halo de pecado” (El País. Julio 26). ¿Qué veremos en la pantalla, una historia de provocaciones, un experimento de los que acostumbra el director español, quien a diferencia de Pedro Almodóvar ha sabido arriesgar su capital fílmico y se ha renovado en las estructuras que plantea? Una larga pregunta que sólo tendrá respuesta hasta cuando se estrene la cinta. Pero recordemos que de quince años a fecha hay cintas de Saura en las que la música es la protagonista de la historia: “Salomé” (2002), “Tango” (1998), “Flamenco” (1995) y más atrás.

Y si debe seguir la relación de cine en esta columna, pues el nombre “Oscar” se asocia con encender las voluntades norteamericanas y poner los pelos de punta justo cuando millones de espectadores están al tanto de las premiaciones que entrega la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Hollywood, a partir de su glamoroso mundo. Los que no quieren enterarse de la existencia de un tal Oscar, son los pupilos de un hospital geriátrico de Rhode Island, en Estados Unidos. Resulta que se trata de un gato con pelaje gris y blanco, de dos años de edad y mensajero de la muerte. El indefenso gatito “visita” las camas de los ancianos que morirán en unas cuantas horas (lo han comprobado tras 25 aciertos del tal Oscar) y el rumor de que el méndigo felino es un emisario de la muerte está más alimentado. Pero que no, que se seguramente son factores químicos los que provocan que el gato se acerque a quienes están próximos a entregar el equipo… ¿será que el minino percibe el olor a fiambre?

Porque olores los hay siempre de cualquier cosa, hasta de la fama que llegó a un pueblo estadounidense que pertenece a Vermont, un estado rural de la Unión Americana. Ese pueblo saltó a feliz memoria cuando fue elegido, de entre 34 rivales, como el “Springfield” que más se parece al parodiado en la serie de dibujos animados Los Simpson: tienen una planta nuclear y ciudadanos dignos de aparecer en la exitosa serie de la familia más disfuncional de la televisión. Pues hasta allí acudieron los técnicos a rehabilitar un desvencijado cine donde el sábado se estrenó la esperada Los Simpson. La película. Y claro, a la voz de que en toda familia norteamericana hay por lo menos un rasgo de alguno de los personajes, los habitantes de aquel sitio trataron de promocionar su lugar de origen y sus excentricidades, como la de un tipo que de mascota tiene a una cabra llamada Bongo y otro que se pasea por las calles con el índice apuntando a lo alto, sin que inmute al resto de los vecinos.

Es que “raros” los hay de sobra. Si Matt Groening, el creador de los personajes, se diera una temporada para visitar un periodo ordinario de sesiones en las cámaras que forman el Congreso de la Unión, una temporada al frente de las instituciones de seguridad social y otra a un lado de Sergio Vela, el titular del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, crearía una serie de dibujitos capaz de atrapar los corazones del teleauditorio latinoamericano.

viernes, julio 06, 2007

100 años de Frida Kahlo

Foto: Leo Matiz

Llaveros, carteles, reprografías regulares, malas y pésimas. Frida en mi playera, Frida estampada en mi cachucha, Frida la bigotona en cajas de lápices, Frida la amante en el fondo de ceniceros elegantes, Frida la desmadrada de la columna en sus corsés de cuero, de metal y de yeso a los que adornaba con plumas de colores a la altura del pubis. La Kahlo que en París era bien conocida como “Madame Rivera” y que en sus últimos días, en la casa de Coyoacán y rodeada por sus judas de cartón, mataba de a poco los minutos que le quedaban y entre punzadas que si iban convirtiendo en un muestrario del dolor físico, sabía reír un poco.

Frida es mito, leyenda, maledicencia, cuento, mentira, invento, infamia, degradación, aprobio, ficción, cuento, quimera, vilipendio. Frida Kahlo es boca de los que se asoman a una de las ventanas del arte mexicano del siglo XX y que por ver una pintura juran haberlo visto todo. Frida es cartas, literatura, teatro, coreografía, instalación y cine. La pintora, amiga, amante, pesadilla, angustia y fiesta de Diego Rivera fue incinerada el catorce de julio de 1954. La maestra, la que pintaba tinas de baño con hilos de sangre escurriéndose, la que tenía en el pensamiento a Diego, soportó el dolor por veintinueve años, cuando en 1925, en un accidente: “…el pasamano me atravesó como la espada al toro.”

Frida todo dolor cuando el accidente. Henriette Begun, médicas alemana, consigna en el expediente clínico: “…fractura tercera y cuarta vértebras lumbares, tres fracturas en pelvis, fracturas en pie derecho, luxación de codo izquierdo, herida penetrante del abdomen producida por un tubo de hierro que entró por cadera izquierda saliendo por el sexo, rompiendo labio izquierdo. Peritonitis aguda. Cistitis por canalización por bastantes días. Encamada en Cruz Roja por tres meses, la fractura de columna pasó desapercibida por los médicos hasta que la enferma fue atendida por el doctor Ortiz Tirado, quien ordenó la inmovilización con un corsé de yeso durante nueve meses…”

Y en adelante, Frida la que escribe cartas a Alejandro Gómez Arias, su gran amor de juventud. En una carta escrita el 15 de julio de 1927, le cuenta: “Estoy en una mesa con carretillas para que puedan sacarme la sol, y de ninguna manera podrías imaginarte qué molesto es esto, pues tengo ya más de un mes de no moverme para nada, pero estoy dispuesta a estar así seis meses con tal de aliviarme…” Frida resignación, él no regresa tan pronto de su prolongado viaje a Europa, ella se siente más fea y flaca, más aburrida, más desesperada. Las cartas a Gómez Arias revelan una pasión desbordada, un sujeto que se va incrustando en las obsesiones de una chica que está postrada, lastimada y enferma. ¿Cuándo volverás? Te quiere tu cuate Friducha. No me olvides. Vas a mirar toda la belleza de los edificios, pero aquí en Coyoacán te quiere Frida. Respuestas distantes, frías.

Dos años más tarde, la joven pintora ya camina, aunque los dolores regresan. Tiene veintidós años, una desconfianza provocada por el accidente, un amor perdido y una luz en su camino: Diego Rivera. “El Elefante y la Paloma”, los dos pintores, unen sus vidas en el antiguo Palacio Municipal de Coyoacán el 21 de agosto de 1929, él tiene veinte años más que su amada. La pareja comienza a recorrer mundo, el viaje a los Estados Unidos es decisivo, pero Frida se aburre a veces, en 1933 escribe: “Sigo como siempre de loca y ya me acostumbré a este vestido del año del caldo y hasta algunas gringachas me imitan y quieren vestirse de ‘mexicanas’, pero las pobres parecen nabos y la puritita verdad se ven de a tiro ferióticas, eso no quiere decir que yo me vea muy bien, pero cuando menos pasadera”.

Frida la pintora, la que amaba a Diego, escribió en 1949: “…considero más sincero escribir solamente sobre el Diego que yo creo haber conocido un poco durante estos veinte años… Viéndolo desnudo, se piensa inmediatamente en un niño rana, parado sobre las patas de atrás. Su piel es blanco-verdosa, como de animal acuático. Solamente sus manos y su cara son más oscuras, porque el sol las quemó”.

Frida Kahlo nació en 6 de julio del año de 1907. (Para la entrega de hoy, me basé en el libro “Frida en su luz más íntima”, escrito por Raquel Tibol y editado por De Bolsillo en este 2007).

jueves, julio 05, 2007

5 años sin Katy Jurado

Katy la de muchos papeles, ojos adormilados y labios provocativos. Nació en la ciudad de México, el dieciséis de enero de 1924 y murió un cinco de julio del año 2002. Recibió más de 200 premios por su labor artística y participó en sesenta y siete películas. En el año de 1999, le dijo a la periodista Laura Arnáiz que cuando veía en la televisión las películas en las que había participado sentía una especie de añoranza pero que también era conciente de que prácticamente estaba rodeada de puros muertos y que muy pronto, también ella se iría a la tumba.

Estrella o figura constante en Hollywood, la actriz mexicana Katy Jurado (María Cristina Estela Jurado García) era una referencia obligada cuando se trataba de hacer programas o documentales sobre los actores que triunfaron en la industria fílmica del sur de los Estados Unidos. Ella, como pocas mexicanas, tuvo el acierto de saberse imponer a un medio que apenas crecía y de no aceptar papeles que la denigraran por el hecho de ser mujer, latina y de piel morena. Su “talento y misteriosa belleza” fueron un talismán que le permitió largas, muy largas estadías en la Meca del cine y que a la vez fue trampolín para llegar a Europa. ¿Quién no recuerda haber visto en la pantalla grande esos ojos cargados con el enigma de una sensualidad que parecía no conocer el límite?

Es a partir de 1943 cuando hay que rastrear su incursión en el cine, cuando al lado de Emilio Tuero y otras actrices participa en la cándida historia de “Internado para señoritas” y en ese mismo año, como vendaval, suceden otras tres películas: No matarás, Balajú y una joya cinematográfica de aquel tiempo, La vida inútil de Pito Pérez, papel protagonizado por el entonces famoso cómico Manuel Medel. En el año de 1952 participa en la cinta “High noon”, protagonizada por Gary Cooper y Grace Nelly, allí la mexicana acapara y es nominada y ganadora del premio Globo de Oro. Cinco filmes después, en 1954 y bajo la dirección de Edward Dmytryk, trabaja en la cinta “Broken lance” y obtiene la nominación al Oscar por Mejor Coactuación Femenina.

Pero no siempre fue ni hizo papeles de la chica bonita. Si bien los inicios de esta magnífica intérprete van a la par con su belleza, ella estaba conciente de que una cosa era convertirse en “diva” y otra, ser actriz toda su vida. Se decantó por lo segundo y lo hizo bien. No escuchó el canto de las sirenas que encandilan a otras actrices, quienes caen en el absurdo de empecinarse con papeles de chicas jóvenes cuando las diez letras de la palabra “menopausia” es lo que abarca más espacio en sus mentes. Katy Jurado era la vistosa “la que se levanta tarde” en Nosotros los pobres (1947) pero también la “Eulogia” de la cinta Fe, esperanza y caridad (1972), donde en el capítulo “Caridad” encarna a una mujer que trajina para enterrar a su marido. Aquella soberbia actuación la hace merecedora del premio Ariel.

¿Voluptuosa? ¿Soberbia? ¿Tipo mexicano? Recuerde el papel de Katy Jurado en El elegido (1975), una cinta que trata sobre los habitantes de barriada que preparan la representación de la pasión de Cristo, en la semana santa; allí es “Paz, la Bronca”, la “gordis” que se echa unos buenos fajes con Manuel Ojeda, quien hará de Cristo. Y no podríamos dejar fuera su actuación como la “Chuchupe”, esa matrona que se trae a las putitas al paso en la adaptación cinematográfica de la novela de Mario Vargas Llosa, Pantaleón y las visitadoras (1976).

Katy Jurado trabaja a un ritmo sorprendente. En 1981, la muerte de su hijo marca su carrera, su vida y su retiro de las pantallas; sólo trabajará en 5 producciones más. Ella está filmando Barrio de campeones (1981), un drama citadino, cuando se entera del accidente de su hijo. Sale del set, lo entierra y regresa a terminar la película donde interpreta a “Leonor” un protagónico que muestra a una Jurado madura, decisiva y con toda la garra de quien será una referencia obligada para la historia del cine mexicano.

miércoles, junio 20, 2007

Harmida Rubio y el oficio de crear ventanas

Foto: Harmida Rubio

Lisboa 2003. Tiene ya mucho tiempo mirando a mi ventana… de repente parece que quisiera hacer una seña y llamar mi atención… y yo sigo haciéndome la que no lo veo, me pone nerviosa… Ahora levanta la mano y mueve un objeto blanco. Por fin dirá algo… “¡Señora, señoraaaa! Se le cayeron sus calzones”. Harmida Rubio

Universitaria de la nueva guardia. Es una arquitecta que además de entender las voces técnicas del urbanismo, emplea buena parte de las noches en liarse con las letras, para dar forma a los cientos de imágenes que le pasan por la cabeza. Arquitecta imaginadora o escritora prudente, compone cuentos como quien en la pulcra superficie del papel albanene traza líneas para dibujar un plano.

Escritora cuentista, Harmida Rubio no se amilana por los dogmas de la creación literaria. Con o sin red, salta a la república de las letras para dejar en claro que antes de análisis o hermeneúticas, el oficio de narrar conduce al mismo sitio: a un lector dispuesto a conocer una casa ajena, donde pese al orden, tiene la entera libertad de acomodar cuanto guste. Si la ficción convenciera que trata de una lógica implacable, serían escasos los lectores que se atreverían a disfrutar las glorias y desventuras que ofrece cualquier personaje. Esto lo entiende bien nuestra constructora.

Desconozco si Harmida ha colocado la primera piedra de un edificio o si diseña casas. Sé que imparte cátedra en la facultad de Arquitectura de la Universidad Veracruzana y que se trata de una insomne sin remedio que cuando no lee o escribe, gusta de extraviarse en los mares del ciberespacio. Gracias a esos desvelos, he tenido la oportunidad de leer media docena de sus cuentos, que me parece provienen de una imaginación y creatividad: endiablada y envidiable. Sus personajes flotan en los ambientes de núcleos urbanos abigarrados, donde a pesar de todo, el detalle los salva y los caracteriza sólo para diferenciarlos de la muchedumbre a la que están expuestos.

De sus manías y espirales surgen las “Minihistoias de ventanas”, una exposición fotográfica-literaria que reporta su ánimo voyeurista de sus andanzas por el mundo. Con una capacidad de mayor invención que de indagar, Harmida Rubio expone una serie de fotografías de… ventanas que ya no pertenecen a edificios de Lisboa, Ámsterdam, Buenos Aires, Barcelona, Venecia, la ciudad de México, Puebla, Tlaxcala, San Luis o Xalapa. Aunque el origen de las imágenes no está de más, la balanza se inclina a la lectura que la escritora ofrece: no más de cincuenta palabras que se transforman en primorosos o dantescos mundillos donde sólo permanecen los ecos de los seres que desde allí posaron su mirada y esperanzas.

Pero en el sentido de la invención, Harmida no va sola con sus “Minihistorias de ventanas”. Su atrevimiento, camaradería o desparpajo, la condujeron a completar su mirada con seis creadores más: Fernando Winfield, Jasibe Melgarejo, Selim Castro, Bruno Rubio, Julio Márquez y quien esto escribe. Si la escritora quería ver los puntos sobre las “íes”, los asistentes a esta muestra constatarán que cada cabeza es un mundo, una obsesión y una probabilidad. La autora-fotógrafa gravita en la órbita de la mujer que sin mostrarse sumisa, reconoce la incesante búsqueda de ellos, ella-él, los que no temen a la soledad sino al abandono.

Con esta exposición, Harmida Rubio construye y reconstruye el mito de sólo fiarse en lo que ven los ojos. El unicornio, las sirenas, los elfos; pues existen en las ilustraciones, en las imaginerás, pero no en el mundo real. El pomposo siglo XVIII vio las obras de un pensador inevitable, Georges Berkeley, el considerado idealista extremo, quien más o menos decía que el ser de las cosas se agota al ser percibidas. El mundo material sólo es percepción de quien lo enfrenta, sólo existe el yo espiritual, del que tenemos certeza.

Veamos estas ventanas y cada quien su mundo.

miércoles, mayo 23, 2007

El espejismo de “Junio Musical”

Esto sucede en Xalapa, ciudad ubicada en las faldas del quinto cerro de la Altiplanicie de México, apodada “la ciudad de las flores” y también “la Atenas veracruzana” y para terminar el dato, capital de Veracruz y sede de los poderes ejecutivo, lesgislativo y judicial y cuna de artistas y otros horrores. Y se trata de un festival que por un pelo, o unos cálculos financieros de menos, no llega con vida a este 2007.

Salvó la emisión de puro, pero de puritito milagro. El otrora apabullante, galano y enaltecido festival internacional “Junio Musical”, que en la cuestión artística era una de las cartas fuertes de la Universidad Veracruzana, comenzará en dos días con más nostalgias por el pasado que con aciertos a futuro. Si era pretexto, excusa u omisión, ya todos sabemos que para las actividades artísticas, académicas y culturales no hay de excedente ni la mitad de un comino, y lo que está destinado para los gastos anuales se va entre burocracia, gastos de representación y uno que otro experimento. Pues la doceava emisión del Festival Internacional (hágame usted favor, empecinarse en llamarle “internacional”) Junio Musical, llega a sus doce años con demasiado agotamiento por aquello de los dineros, pero con una planeación tan mala y al vapor, que cinco días atrás, en los corrillos de artistas desfilaban las apuestas: “A que se cancela”.

En los últimos tres años de este festival, cada una de sus emisiones se dedicó a un país en especial: España (2004), Francia (2005) y Brasil (2006), además de incluir en la programación general a lo más granado de las artes, la cultura y el espectáculo de Veracruz. La negociación era un trabajo previo con las respectivas embajadas de los países invitados, con posibles patrocinadores y con las cámaras locales de industria, comercio, restauranteros y hotelería. La Universidad Veracruzana tampoco iba sola, le echaban mano el Instituto Veracruzano de la Cultura, el Ayuntamiento de Xalapa y otros gestores culturales que no cobraban directamente del gobierno. Sí, en efecto, “Junio Musical” llegó a ser el pronóstico de una gran fiesta, un festival que con el tiempo, podría competir en calidad con el Festival Cervantino, que se realiza en la ciudad de Guanajuato, cada otoño. Pero como todo cuento de horror: “Y cuando desperté, el fantasma seguía allí”.

Este 2007, año en que las sillas de la Legislatura veracruzana y las alcaldías mudarán de nalgas, pues todo se quedó en veremos y los rumores empezaron a circular. Que por allí se decía que a los organizadores no les quedaría otra que pedir auxilio a las embajadas de Guatemala y El Salvador, pero cuando nos percatamos que ya teníamos “zetas” y “maras”, pues la idea de pedirles música se quedó atrás. Otras versiones dijeron que al final, en una mesa de desesperación (más que de negociación), mientras algún consejero hojeaba una revista, se encontró con un artículo donde leyó que este año coincide con el centenario del natalicio de Francisco Gabilondo Soler, Cri-Cri y les dijo: “Amigos, estamos salvados, festejemos al Grillito cantor y en chinga”. Hágase la luz y vieron los funcionarios que no sería mala idea.

Entonces los funcionarios se percataron de que faltaban pocos días para que terminara el mes de mayo y que coincidía con la casi despedida del actual director titular de la Orquesta Sinfónica de Xalapa, Carlos Miguel Prieto; con la del obispo Sergio Obeso, y que pese a todo de festejar a Cri-Cri, no les iba a dar tiempo ni de organizar un concurso para ver quién imitaba mejor al “Negrito sandía”. Y los funcionarios se preguntaron: ¿y si lo que ya está programado, lo reunimos bajo un solo apodo: Junio Musical? Y vieron que sólo así podrían sacar al buey de la barranca.

¿A poco me van a decir que se olvidaron de que tenían que hacer la emisión 12 del festival y que una negociación se hace con tiempo? Imagínese que de buenas a primeras, Televisa expresa: “De verdad, hoy es ocho de mayo, pasado mañana se festeja a sus madres”. ¿A poco en la Universidad Veracruzana, en el área donde se administra la cuestión artística y cultural, no saben que a finales de cada noviembre se entregan unos documentos llamados POA (Programa Operativo Anual)?

Total: si Junio es Musical, pues Mambrú se fue a la guerra.


miércoles, mayo 16, 2007

Educarse en el arte

Escultura: Javier Marín

Desde Platón, la preocupación constante ha girado en torno a la eficacia o los intentos del Estado para formar ciudadanos competentes que respondieran a las exigencias de su grupo. La propuesta gestada hace poco más de dos mil quinientos años centraba su acción en determinar, a través de pruebas, cuáles ciudadanos serían los más indicados para ocupar los cargos que precisaba la Polis. Labriegos, artesanos, soldados, administradores y gobernantes ocupaban la jerarquía platónica.

Por su parte, el arte merecía una especial atención en la etapa formativa de la niñez a la adolescencia. Música y gimnasia formaban, para el pensador griego, dos ejes preponderantes. Alcanzar la virtud era llegar al terreno de una virilidad excelente, entendida no como el signo cristiano de pureza sino el sentido griego de fuerza, de perfección. Por su parte, la gimnasia lograría un cuerpo sano y la música una mente capaz de aceptar la ley de los equilibrios.

Más tarde, Aristóteles reconvendría en que música y gimnasia eran necesarias pero no únicas. Apuntaba de los cuidados que habrían de observarse, pues un cuerpo demasiado esculpido y una mente débil podrían llegar a los extremos. La música, por ejemplo, suavizaba el alma y contagiaba de tal manera que el ser perdía su individualidad al entregarse a ese éxtasis provocado por las melodías. Y claro, para él, el papel de educar consistía, creo yo, en perseguir un fin: distinguirse, aunque al campo artístico lo delegara a la mera imitación.

Vendría Alejandro Magno y el mundo heleno, los romanos y tras ellos los bárbaros y la desintegración imperial y de ahí los patrísticos hasta los escolásticos. Son demasiados acontecimientos, pero al caso viene a buen guiso ahorrar enunciaciones de la historia social y del arte. El periodo de mucha luz pero demasiada dureza, conocido como el medievo, traería otras consecuencias circunstanciales para el acto educativo. Mas la finalidad del arte quizá nunca extravió la persecución de hallar entre el caos un orden más sugerente que real. Y de aquí la naciente burguesía del Quattrocento gesta una visión distinta al tomar las producciones artísticas como parte de la validación de su ideología, un signo traducible como quien más encarga equivale a poder, adquisitivo y político.

Esto podríamos sintetizarlo bajo una forma: el artista produce para agradar a una sociedad o a un patrón determinados en el sentido que su entorno equivale al mundo de sí mismo, a su bagaje cultural. Evidentemente los caminos de su arte recorren manías, filias y fobias, pero la trascendencia sólo está en manos de la eternidad, lo que no puede ser más que el gusto de un público que se propone a perpetuar determinada creación, manifestación o escuela.
Ahora, si el producto vendría a esquematizarse dentro del agrado es cierto que también sirve para educar. Entendido, obviamente, como la mera transformación de actitudes. Recuerdo, para ejemplificar, las reproducciones de las bóvedas románicas: cielos, eternidades que representan el camino de la vida hacia la inmortalidad.

Más concretamente (y adaptado a nuestra realidad mexicana), el interior barroco del templo de Santo Domingo de Guzmán, en Oaxaca. Aquí me detendré en cierta observación: la primera bóveda reproduce la genealogía de los dominicos y aquel portentoso árbol de yeso y madera entrelaza a los frailes de la orden con la virgen María, de cuya maternidad emanan los varones. Llego a la concreción: ¿para quién se hizo? ¿cuál era la finalidad de mostrarse a los ojos de los indios como los hijos más directos de la madre del salvador?Conviene recalcar un hecho: el arte también es un medio adoctrinante, formativo, que obedece a los valores de una época y trata de conservar el orden imperante; a la vez que influye en la construcción y el acuerdo por refrendar uno nuevo.

jueves, abril 26, 2007

Las opciones del teatro

Hace unos dieciséis años, durante el receso a un ensayo, apoyada sobre el respaldo de una butaquería propia de nuestro quinto infierno, mientras Pancho su asistente encendía un cigarrillo ligero, la directora de teatro Selene Ariza me comentaba sobre la dificultad de vivir como artista de tiempo completo. Para la gente como nosotros la vida pinta dura y pareja, me decía y de vez en vez resoplaba sobre la humeante taza que contenía un pésimo brebaje hecho con agua hirviendo y dos cucharadas rasas de Nescafé Ristreto.

No se trataba de una entrevista formal sino de la charla fortuita entre una teatrera que la pensaba en serio y un aprendiz a preguntón. El argumento que esgrimía Ariza era bien simple, si se le miraba con una cierta dosis de condescendencia: era imposible sobrevivir de la artisteada, pues de la charola —pasar el “sombrero” al final de la función— no salía ni siquiera para los vicios menores. ¿Qué harían a la sazón los pobres que estaban apersogados con vicios mayores? Recuerdo el entonces funcional aunque pequeño foro El espacio de la salamandra, donde Selene y un grupo de entusiastas habían montado un teatro al puro estilo sugerido por el loquísimo Grotowski.

Se trataba de un lugar levantado contra viento y neblina: un jacalón de unos siete metros por unos once de fondo. Piso de cemento, paredes y techo estaban edificados con láminas de cartón y las varas de iluminación no eran más que estructuras de “armex” de cuyos anillos de alambrón pendían botes de leche Nido que la hacían de reflectores. ¿Cuáles diablas o fresneles? Nada, un lugarcito bien jodido e improvisado, pero que sirvió, incluso a las mentes que nada lo creen, para hacer uno o dos encuentros nacionales de teatro independiente. Por supuesto que el público de entonces no era muy exigente para las comodidades que hoy suponemos requieren las nalgas y en fin… que actores y espectadores nos la pasábamos bien.

En aquel espacio de la salamandra (siempre ignoré por qué el nombre) llegaron a presentar examen profesional estudiantes de música, teatro, danza y si mal no recuerdo artes plásticas con el espectáculo Calaca, nuestra señora del hueso, del dramaturgo veracruzano, entonces vivo aún, Hugo Argüelles. Quiero entender que para una generación pasada los espacios no importaban en demasía. Todo lugar era bueno. Y por supuesto, en la capital de Veracruz los lujos aún no llegaban a las artes universitarias ni a las artes liberadas del prejuicio que supone la engorrosa burocracia. No teníamos espacios para ricos y pobres, o famosos e ignorados; éramos todos un revoltijo del mismo barro.

Hoy, la rebatinga por los recintos denominados centros culturales es orden del día. ¿Y el público? Ah, ese se la pasa aún mejor en su casa. Digo: si el público potencial que otrora llegamos a tener (me consta, en mi adolescencia fui actor de una compañía que daba funciones en casa del diablo y pese a todo iba la gente) asistía, el problema capital —como los siete pecados— radica en que no somos capaces de arrebatarle la voluntad al telemando de la televisión por cable. ¿Para qué me desplazo si estos mamarrachos saldrán con una jalada que no entienden ni ellos? Es una pregunta que la gente se hace… y con toda la razón.

viernes, marzo 30, 2007

ORTEUV y sus “putos mexicanos”




A pesar de un ruido que se convierte en el incidente de la noche —una filtración que provoca goteras en la zona derecha del interior de la sala chica del teatro del Estado y que sólo puede ser resuelto gracias a una cubeta, entre las escaleras y las butacas— el actual montaje de la Organización Teatral de la Universidad Veracruzana (Orteuv), “Odio a los putos mexicanos”, ha provocado ligeras retahílas y persignaciones, por el título, pero un lleno constante en la sala.



Era muy evidente que en una ciudad como Xalapa, en la que sobran los sitios donde las teiboleras se ganan el sustento, estrenar y correr una temporada que llevara en su título una palabra tan, pero tan socorrida y curiosamente, tan, pero tan escondidita en las conversaciones a la mesa, provocaría menos repudios que asistencias. El Diccionario del español usual en México (del Colmex) dice que “puto” es: (Groser) 1 Hombre homosexual: un bar de putos 2 adj Que es cobarde o miedoso: “No seas puto, éntrale a los madrazos”, “Es re puto, no va porque hay perro”. Pero la variante de “puta” también es aguerrida en nuestra lengua, puede ser expresión que intensifica (“¡Esto no es suerte, son chingaderas, en mi puta vida vuelvo a jugar contigo!”) o expresión de asombro (“¡Puta madre, qué susto me dio el pinche temblor!).



Y curiosamente lo escrito por Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio (Legom), se trata de una historia de amor; como en algunas novelas del colombiano Fernando Vallejo, que cuentan sobre el amor en el país del odio. Una mujer horrenda, del sur de los Estados Unidos, sólo puede imaginar al mundo gracias a la televisión, al cotilleo de su pueblo, a las lecturas bíblicas y a su experiencia. Pues ella, marcada por lo canallesco, narra por qué razón odia a quienes no llevan su color de piel, a los putos nigerianos, a los putos asiáticos come-gatos, pero sobre todo, odia a los putos mexicanos: come-frijoles, come-tortillas-mojadas. ¿Quién ejerce más xenofobia en un lugar que se coloniza siempre, como ha sido la constante histórica de aquel país, por las diversas razas?



“Odio a los putos mexicanos”, el montaje, fue ideado por sus directoras, Miriam Cházaro y Alba Domínguez, con más derroche de juegos escénicos que de recursos económicos. Una muestra de que la Orteuv no siempre acude a los artificios de vestuarios y escenografías costosas —tiempos que evidentemente pasaron a mejores recuerdos del teatro universitario y profesional de Veracruz— pero que en esta ocasión, con la versión de este concierto a cuatro manos, entregan al público una muy bien lograda pieza que tiene de todo, desde el rap “con un dedo en el culito” hasta la aparición de un pedorro y desenfadado dios.



El texto (un párrafo a renglón cerrado), que sólo tiene un personaje, a Tamara Lee, fue escrito para cinco voces femeninas. Pero cuando surgió el montaje se anotaron los actores Carlos Ortega, Valeria España, David Landa, Rogerio Baruch, Héctor Moraz, Gema Muñoz, Freddy Palomec y Raúl Pozos. A diferencia de otras obras, aquí interpretan a un solo narrador y no a personajes, hecho que sin embargo no evita que los “voceros” de Tamara Lee resbalen en algunos clichés. Pero como dice Cházaro: “Es una historia que puede ser contada de muchas formas”, que viene a completarse con lo que Alba comenta entre carcajadas: “Legom cumple con su labor de escupirlo en el papel y es el director quien enfrenta la concepción en el escenario”.



El día primero de abril el montaje llega a las quince representaciones, que marcan el fin de la temporada en la ciudad de Xalapa; después se van de gira al Distrito Federal y a Querétaro. Se trata de una buena oportunidad para asistir a un obra ya corrida —los estrenos jamás son recomendables— y entender esa cruda fábula de quienes buscan en otro país las posibilidades de sobrevivir. Es una buena obra, en un buen espacio, aunque de pronto aturda la gotera en la sala.

miércoles, marzo 28, 2007

Adriana Duch y la breve historia de una obra


Adriana Duch, en el año de 1993, era la jovencita guapa y chilanga que tomaba clases para formarse como licenciada en actuación en el entonces viejo y ajado edificio que ocupaba la facultad de teatro de la Universidad Veracruzana, en la calle Sebastián Camacho. La primera vez que la observé jugaba, como parte de su clase de actuación, a brincar la cuerda, durante una de las extenuantes sesiones que dirigía la siempre inflexible profesora Norma Angélica. Y válgame el juego de palabras, pero hacer cursos con la profesora era internarse en una norma angelical.

Por aquellos años las paredes de sitios nobles (cafés y bibliotecas frecuentados por artistas radicados en Xalapa) lucían tímidos carteles en los que se leía: “Grupo Tablas y Diablas, invita al taller de máscaras que será impartido por Alicia Martínez”. El venturoso anzuelo fue aceptado por la jovencísima actriz y a partir de entonces surgieron montajes prominentes, como el inolvidable “¿De qué te ríes?”, que se representó en el vestíbulo del Museo de Antropología de Xalapa. Los que asistimos a ver aquella obra sabíamos que Adriana Duch pintaba para las grandes ligas, pero algo nos indicaba que la chica tiraba más por el teatro culto o de “capilla” que por hacer fila para audicionar en Televisa y lograr un papel en las telenovelas.

Hacia 1995 la actriz asistió a un curso de máscaras con un teatrero francés que marcaría rumbo en sus trabajos posteriores: Jean-Marie Binoche, un hombre de seria apariencia pero un ludista convencido de que el teatro es un arma tan efectiva como cualquier otra. De esa relación maestro y discípula sobrevino la de director-actriz. Ella, dispuesta y disciplinada; él, muy convencido de que en Adriana había madera suficiente como para levantar anclas y permitir que el barco fuera hacia territorios de la imaginación.

El dueto Binoche-Duch ha montado tres obras y en una ciudad como Xalapa, donde la oferta teatral es amplia y en la mayoría de los casos se trata de una caja de Pandora, mencionar una temporada de este par significa un teatro de calidad, divertido y crítico. “El agua dice lo que pienso” es la última pieza que recién estrenaron; está formada con tres historias (un cuento: africano, turco y celta) independientes pero tan bien ligadas, que al terminar el espectáculo uno ha asistido a tres visiones de iniciación, tres formas de interpretar la vida y que confirman que, a veces, es cierto que sólo hemos venido a soñar.

Las actuaciones de Adriana Duch, en este montaje, deben ser apreciadas en plural. No se trata de un personaje, un narrador, un monólogo… es un abanico de posibilidades que parten de un solo cuerpo y confirman que un teatro sin artificios y sin costosas escenografías es posible sólo cuando la solera del actor no está a discusión. Lúdica, mucha y fantasía, aún más, es lo que mantiene atento al espectador, como en la primera historia, por ejemplo, cuando las manos de la actriz son las veces de los personajes y su voz matizada es la que lleva el contrapeso de la historia. Es una obra de tal intimidad y cercanía, que las sensaciones provocadas por la artista recalan en la vieja conseja para subir a los escenarios: “responder a estímulos falsos con sentido de verdad”.

Los orígenes de “El agua dice lo que pienso” refieren al año de 1977, cuando en París, dos hombres del medio, Jean-Marie Binoche y Georges Perla, idearon un espectáculo para hacer que el teatro fuera a la casa del público. Enfocado principalmente a espectadores obreros, esta pieza se presentó en cocheras, salas y sitios que podían albergar a no más de cuarenta personas. El resultado de aquel teatro en casa fue sorprendente, 600 funciones, unas compradas por instituciones y otras pagadas por empresas y ofrecidas a sus empleados. La escenografía mínima estaba hecha a propósito, pues se trataba, entonces y se trata hoy, de que el espectáculo viaje y se represente sin el problema que significa encontrar establecimientos construidos para la escenificación de montajes.

Hoy, “El agua dice lo que pienso” se presenta en el teatro La Caja, es una oportunidad que no hay que dejar ir.

viernes, marzo 09, 2007

El mundo que se mueve, en Ágora

En el corazón de la ciudad de Xalapa se ubica el centro cultural El Ágora de la Ciudad, que es regularmente la sede de las muestras internacionales de cine y de los foros propuestos por la Cineteca Nacional. La ventaja que tiene es doble: cómodas instalaciones y una programación de cine que cumple con la divulgación y promoción de cintas que si bien llegarán a las tiendas especializadas (en formato DVD), difícilmente se verán en la pantalla grande, como Dios manda.

El problema, más ideado que real, es que a este tipo de filmes se les tacha como exclusivos para la gente rara o del medio intelectual. No faltan los comedidos que entienden, claro, que el cine es una mescolanza de cafetería y sala de proyecciones y por lo tanto disociar el aroma a botanas con el hecho de ver una película, les parece una tarea de hartazgo. Bueno, para ellos se han creado los laberínticos espacios que sólo rinden culto a Hollywood en las despersonalizadas plazas comerciales y están bien. ¿Quién desea sentarse junto a mal criado que invierte de sus treinta y cinco hasta sesenta pesos en comer palomitas y sorber plácidamente el refresco, pero a través del popote (otro dinerillo más), o platicar, o hablar por teléfono, o echarse un faje o subir las patas a la butaca de enfrente?

Pero quien entiende que el cine es una mirada al mundo, una interpretación a nuestros sueños y frustraciones más recónditas, sabe que en noventa minutos cabe un cuento a colores y en movimiento. Y precisamente los fines de semana de este marzo, la programación de El Ágora ha incluido tres de las mejores cintas que se proyectaron en la selección de la pasada 48 muestra internacional. Se trata de grandes panorámicas que toman el pulso del mundo que nos rodea: “La revelación de Sara”, “El pequeño Vanya” y “París, te amo”. El calendario de proyecciones se puede consultar en las carteleras (nosotros lo incluimos en sección Hey!).

“La revelación de Sara” es un reflejo del Sarajevo de la posguerra. Se trata de una cinta producida por cuatro países: Austria, Bosnia y Herzegovina, Alemania y Croacia. Fue rodada en el 2005 bajo la dirección de Jasmila Zbanic. En la hora y media que tiene como duración, el espectador asiste al mítico cruce de caminos entre la verdad descarnada o las dulces mentiras. Sara, una niña de 12 años, ni siquiera es fruto de la pasión de Esma, su madre; es una historia sobre las violaciones que sufrieron aproximadamente 20 mil mujeres, durante la guerra de los años noventa, cuando el sexo era también una letal arma para expresar el odio. (Hasta el 11 de marzo).

El otro lado de la moneda, una historia igual de sórdida pero sin la crueldad implícita de la anterior, es la cinta rusa “El pequeño Vanya”. Dirigida por Andrei Kravchuk en el año 2005, también está basada en un hecho real. Vamos de adelante hacia atrás; el 30 de diciembre de 2006, el periódico El País, publicó un reportaje titulado “Dickens en Rumania” donde se contaba que a partir de los cambios de 1989 (que comenzaron con la caída del Muro, en Berlín, el 9 de noviembre) los antiguos regímenes enfrentaron a sus ciudadanos a la fractura económica. La “apertura” provocó abandonos de recién nacidos y tráfico de niños. ¿Qué hacer con un hijo pequeño durante el invierno? Para evitar que muera de frío y hambre, habría que llevarlo al orfanato y muchos de ellos, jamás eran recogidos a la vuelta de la primavera. Pero no fue un tema sólo de Bucarest. (Del 15 al 18).

Y los dos últimos fines de semana de marzo, una cinta facturada a veinte manos (a ver si se la recomiendan al soberbio de Memito Arriaga) que retrata a la Ciudad Luz en dieciocho episodios, pero así como es durante el siglo XXI: “París, te amo”. Cada historia de las dieciocho que conforman la cinta, está basada en un barrio o en un lugar distintivo de la capital francesa, ciento veinte minutos que se van como arena entre los dedos y que corroboran la afirmación de Víctor Hugo, cuando decía que: “París vale una misa”.



miércoles, febrero 28, 2007

Cineros mexican, al brete


El pleito que se protagoniza entre el cineasta Alejandro González Iñárritu y el guionista Guillermo Arriaga, tiene una larga apostilla…

Sabina Berman es, profesionalmente: una buena dramaturga (Entre Villa y una mujer desnuda, pieza teatral indiscutible que en su momento ganó al argumento de la comercialísima “11 y 12” de Roberto Gómez Bolaños en el concurso de la Sociedad General de Escritores de México), una respetable prosista (lo confirma la novela corta, pero de largo aliento, La bobe, editada por el grupo Océano) pero como adivina o previsora de incertidumbres, Sabina es pésima. Eso lo confirmó una carta que tuvo a bien escribir al señor presidente de la república con motivo de la 79 entrega de los premios Oscar —y que publicó el semanario Proceso en su último número.

Y bueno, es que Sabina tomó su dosis de idealismo y como lo hicimos todos los tributarios de la gran, refundadísima y contaminada Aztlán: echó campanas al vuelo por las dieciséis nominaciones de mexicanos a los premios que entrega anualmente la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas del imperio. Es verdad, al menos en el terreno de las nominaciones, este país tuvo que ver en la tercera parte, motivo que orilló a todo lo que no se espera aquí, al grado que los diputaditos de nalgatorio recién acostumbrado a la curul, se atrevieron a insinuar y creer que por ahí, cual fantasma o muñeca fea, espera una necesaria reforma a la ley de cinematografía. ¿A poco el cine se rige por otras leyes aparte de las impuestas por Hollywood? Pues se van enterando que sí, que antes de que en México eso fuera un milagro, se trataba de una verdadera industria.

Pero como a la hora de la realidad los hijos de Malinche no arrasaron, a callar se ha dicho y que se reestrene la ganadora de la noche, “Los infiltrados” y que los vendedores de discos piratas no se quieran relamer los bigotes con las ventas de “El laberinto del fauno”, “Babel” y “Los niños del hombre”. Mejor que se adapten a los nuevos tiempos y que en chinga, (así es la palabra mágica para la piratería nacional: “en chinga”; nada de proyecciones ni estrategias de mercado) hagan el “kit” ex matrimonio Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga, desde Amores perros —cuya novedad fue la manera bronca de contar y retratar la historia; porque esa técnica de “repeticiones” fue clásica desde que los concilios declararon validez oficial sólo a cuatro evangelios y a contar lo mismo, pero con diferentes ópticas— hasta Babel. “Llévelo, juzgue usted, ¿quién dirigió a quién? Nomás le cuesta cincuenta varos, órale, pásele”.

Total, el escritor ya se andaba ganando el “estate quieto” justo cuando se conocieron las nominaciones a las que Babel se hizo acreedora. Guillermo Arriaga declaró, sin empacho ni modestia, a la comunicadora Cristina Pachecho —en el programa de entrevistas: “Conversando con Cristina Pacheco” y que el canal del Politécnico Nacional transmite en vivo las noches de viernes— que el logro se debía al guión cinematográfico de la que también era “su película”. Es verdad, sí, el cine parte de un guión que no es más que una historia escrita, apenas trazada para otras elaboraciones que vendrán adelante, como el famoso cuaderno de historia (story board). Y por supuesto, para que exista una buena película, además de mucho pero mucho dinero, es necesaria una buena historia, un buen director y magníficos actores.

Pero Babel, independientemente de su buena factura, también pecó de enfrascarse en recetas mágicas. Una polémica que llevaría tiempo y muchas líneas. Y no es por defender a los directores, pero en el cine, los escritores quedan y quedarán un paso atrás del director, quien finalmente estampa un sello, un ritmo, una poética y un respiro a la cinta… eso se llama: estilo.

Mire usted. De entre la lista de las mejores quince óperas —a sazón de los 400 años de su aparición— del mundo se encuentra, sin discusión: Carmen. Si uno está familiarizado con ese mundo y escucha “La Habanera” o la “Canción del torero”, se piensa en una pícara torcedora de tabaco, sevillana voluptuosa y acaso en Bizet… Bizet, el genio. Pocos, escasos, son los que recordarán en ese momento: “Carmen, con letra de Henri Meilhac y Ludovic Halévy se desarrolla en Sevilla y está basada en la novela de Prosper Merimée
”.

jueves, febrero 08, 2007

Museos

Los museos están hechos para una eficiente preservación de la memoria artística, científica y tecnológica del hombre, en sus interiores se resguardan materiales invaluables porque no hay modo de repetirlas si de piezas antiguas se trata. Por lo mismo, los acervos siempre han mantenido atentos los ojos de los coleccionistas de arte, ya se sabe: millonarios extravagantes que pagan lo que sea con tal de tener en uno de los mullidos salones de su palacio un pieza extravagante. Es diletantismo puro y cínico, producto de una riqueza grosera que alienta a que los ladrones de museos busquen con ahínco la profesionalización y “buen trabajo” en sus fechorías.

¿Quién pierde cuando una pieza de museo es robada? A grandes zancadas se puede decir que la humanidad, aunque se refiera a un término tan amplio como vago. Porque en sus nueve letras entran desde los nobles de la rancia Europa, los multimillonarios que saben especular sus capitales en las bolsas de valores, el niño que escupe petróleo a una estopa encendida, la mujer tzetzal que anda kilómetros a pie para llegar a una clínica de salud y los hombres azules del Sahara que conducen las caravanas que de tan milenarias parecen las mismas. Hombres y mujeres de este planeta, unos con mayor que suerte que otros, porque han pisado desde la galería Uffizi hasta los umbrales del Metropolitan Museum of Art de Nueva York; sitios, por sólo mencionar a dos, que guardan el preciosismo que emergió de la mente y mano de los genios que hemos concensado y aprendemos a respetarlos desde los libros de arte.

¿Qué sabrá el miserable de una pieza de la dinastía China si apenas tiene en los bolsillos una moneda para comprar el pan del día? Y más allá de saber, a ese no le importa que los respingados se infarten porque en lo que va del año dos escándalos provocados por el hurto sacuden a las conciencias privilegiadas. Primero fue el cuadro de Munch, El grito, en Oslo. Después algunas piezas de orfebrería oriental que estaban expuestas en el British Museum, de Londres.

Significa también que aún con el desencanto imperante todavía existen aquellos deseosos de obtener lo humanamente posible en un planeta donde la igualdad es imposible. Cierto que los sistemas de seguridad que el primer mundo impone están en vigilia, que no bastan los circuitos cerrados, las alarmas, los sensores que avisan a los guardias sobre un acercamiento que sobrepase los diez centímetros de la vitrina... de todas formas el robo se pertrecha. Y si allí, donde la tecnología rebasa el imaginario de inviolabilidad se cometen esas atrocidades que se espera de los “museos naturales” que se mantienen pese a la marginación del tercer mundo.

Los museos naturales pueden considerarse como los que no tienen el resguardo de un instituto o ministerio. En México son innumerables las iglesias que conservan lienzos pintados durante la colonia y joyas que no se observan como un valor intrínseco para el mundo del arte sino que ven depositados en sí los símbolos que les confieren sus feligreses. O a ver, ¿para qué se quieren llevar a esta virgen de la Inmaculada que tantos milagros ha obrado durante generaciones a una sala fría, como de hospital psiquiátrico, donde sólo la verán, con ojos de incredulidad los gringos y japoneses que vienen cámara en mano?

Pero detrás de la sala fría también está la mirada del coleccionista obcecado que opina un mejor futuro para el cuadro: la sala de estar. Total, el narcotráfico ya aprendió que también el arte es una inversión y no sólo las camionetas y mansiones tan aparatosas.

lunes, febrero 05, 2007

Desde Argentina, historias de mujeres

Son noventa y cuatro minutos de narración, realmente pocos como para condensar las varias historias que se narran en la cinta “Las mantenidas sin sueños” (2005) de los jóvenes cineastas argentinos Vera Fogwill y Martín de Salvo. Pero de una historia no poco sencilla —una madre adicta a la cocaína que es cuidada por su hija de nueve años— viene una trama bien armada que mantiene al espectador en guardia, a la expectativa de cómo se desenredará la madeja que comienza cuando la desobligada Florencia (papel interpretado por la directora Fogwill) sabe que está encinta y acude a su madre para que le pague la práctica de un aborto. Cosa que no sucede, pues el dinero que era para el legrado, lo invierte en adquirir droga.

Sin duda en la cinta se plantea la encrucijada clásica de los cineastas que apuestan por contar su película desde el principio y no caer en los riesgos de entregar un material de lectura tediosa o lenta. La misma Vera Fogwill ha declarado que hacer cine en cualquier parte de Latinoamérica es un lujo al que acceden cada vez menos creadores y por lo tanto, jugar al laboratorio fílmico siempre resultará tentar un riesgo como para no ver otra oportunidad en muchos años. “Las mantenidas sin sueños” empieza rápido, sin juicios ni éticas: allí está una situación extraordinaria (lo “ordinario” escasamente sirve para contar historias) y hay qué ver de qué forma intervendrán los personajes.

Realizada por cineastas menores a los treinta y cinco años —y un dato sólo muy accesorio, los dos forman pareja— la cinta que desde el principio no pretendía ser catecismo para mostrar lo malo a fin de optar por lo bueno, ha cosechado nueve premios cinematográficos; de los que destacan el de “.ópera prima” —“primera obra”. Y por supuesto, es una visión fresca, tanto que se les escapa una especie de número musical que pone el riesgo la narración de la historia en general, pero que dada su brevedad, el público le da un gesto de “escena inadvertida”. Lo que viene, es seguramente mejor para el espectador que ver la falsa interpretación (Play back) de una actriz Fogwill, que poco tiene que ver con los “falsos” tan creíbles, que últimamente ha visto el público, como el de Penélope Cruz en “Volver” (Almodóvar, 2006).

El filme aporta un reparto bien equilibrado y la actuación de Lucía Snieg (quien actúa el protagónico, “Eugenia”) una niña a la que hubo que acostumbrarla un año al trasiego de las cámaras, roba los corazones de los espectadores, además de robar también el tiempo de cámara. Esta pequeña actriz dota de ritmo a toda la cinta, porque es la mirada del espectador la que va tras ella, rompiendo pocas veces con el eje se seguimiento a las peripecias de otros personajes. Por Eugenia sabemos incluso hasta la existencia de un rubicundo gato, “don Tomás”.

“Las mantenidas sin sueños” muestra un Buenos Aires de pobreza, de una clase emergente lejana al espejismo boyante del presidente argentino Néstor Kirchner. Encajada en un edificio (que sólo por el acento y los usos de los actores bien podría ser como una vecindad mexicana) los vecinos tendrán qué ver con Florencia y Eugenia; y esto dota a la cinta de un carácter muestrario: la vecina cuyos hijos viven en Europa y ahorra durante ocho años para costearse un viaje y visitarlos (un sinsabor, otro, de la historia); el chico desobligado que vende droga (personaje gris, sin verdaderos aportes a la historia central); la amiga rica que no tiene más que sus quejas mentales (aporta una cierta dosis de humor chocante) y las abuelas de Eugenia, son un buen motivo para ver las propuestas del nuevo cine iberoamericano.

Quizá en el fondo la cinta no tenga mucha respuesta entre el público Latinoamericano, poco acostumbrado a ver un reflejo de su realidad en la pantalla grande, porque estamos acostumbrados a saber de abortos, de cocainómanos (y la decadencia que ello implica), de ancianos abandonados, de mujeres que buscan llenar un vacío a toda costa; pero no de escucharlo en el idioma. Aceptamos las tragedias siempre y cuando vayamos siguiendo los subtítulos.