miércoles, enero 05, 2011

Chambear de rey

Pintura: Hundertwasser

Durante una caminata entre sujetos disfrazados de reyes magos, un escritor chilango me confesaba que siempre había deseado componer una historia donde el personaje más desgraciado fuera un Melchor, Gaspar o un Baltazar. La trama no la tenía decidida, pero sí el desenlace o mejor dicho, el destino quijotesco de aquel desgraciado. Lo quería hacer borracho, desobligado y por si fuera poco, un personaje traumado por un mal recuerdo de la infancia: el día seis de enero del tiempo en que tenía los cuatro años.

El personaje se había enterado de quiénes eran, en realidad, los: “Pinches santos reyes” de una forma casi fellinesca. Fingía dormir cuando escuchó ruidos y creyó que la pata de un elefante se había enredado en los cajones de madera que estaban afuera de su ventana. “Tiene que estar frenético, cual buen niño de matinés: ha puesto cacahuates en la trampa, tendrá como prueba la huella del elefante. El ruido le indica que cayó la presa”. Yo le preguntaba que por qué un elefante: “Porque no era tan bruto como tú y él si recordaba que eran cacahuates lo que le gustaban a Dumbo, si serás güey”.

Alegaba que el pequeño jamás pudo enterarse de qué comían los camellos y aunque suponía que pastura, no tenía forma de conseguirla. “Era más fácil tener a la mano un chingo de cacahuates, porque su papá era palanquetero de profesión, surtía para las dulcerías de La Merced y este cabrón chamaco, le robó como cinco kilos de maní”. Comenzaba la ilusión que permite conjeturar las tramas. Ocurría que el chico apostó a los amigos y hermanos sus nuevos juguetes a cambio de mostrar la existencia de cualquiera de los tres reyes. Ideaba una trampa para elefantes y listo.

La prueba. Consistía en los ruidos, justo en donde estaba la trampa; si el elefante de Baltazar se entretenía en “aspirar” los cacahuates, habría tiempo y peso suficiente como para que se imprimieran sus huellas, en el suelo. El chico dormía tranquilo, en cuanto amaneciera, sería dueño de muchos juguetes. “Pero no encontró ni la huella, ni los cacahuates”. La prueba estaba a la mitad y ninguno le creía esas bobadas hasta que uno de ellos: “Regresa corriendo, pero hecho la madre; debe llevar un palo en la mano y en la punta que va al aire, viaja un tremendo bombón de caca”.

Según el escritor chilango, el excremento era la muestra irrefutable. “Los pinches chamacos, que saben la verdad y nomás se quieren divertir con el más pequeño, ven el trozo de mierda y reaccionan cuando se percatan que resaltan granos de cacahuate, quebrados. Entonces se entumen, los reyes sí existen. No había huella, pero si caca de elefante”. Tras la cátedra de escatología especializada en elefantes, escuché el final de la pretendida historia. Cuando los niños estaban a punto de canonizar al Benjamín, se corrió la voz de que una perra callejera, a quienes llamaban la Chimoltrufia, estaba muerta en una de las jardineras del rumbo de la Ciudadela; su muerte la causó una indigestión por tragar cacahuates crudos.

Y en la historia, cuando aquel desengañado se hiciera adulto, iba a trabajar disfrazado como uno de los magos, porque de esa forma cumpliría su desquite con la vida. Decía al oído de los niños aquella terrible verdad: “Son tus papás”. El argumento estaba un poco forzado, porque la treta era que el fulano se alquilara para un “macdonal” y si un chiquillo berreaba y un padre furibundo acudiera a reclamarle, respondería: “Le dije al nene que ahí están las papas”. El escritor me observó los esfuerzos que hacía por reprimir las carcajadas y un tercero comentó que le parecían evidentes dos plagios: Emilio Carballido ya había escrito sobre dos santa-clauses, uno fino y el otro lépero y después, Ricardo Garibay hizo que el Milusos se disfrazara de botarga invernal. La novedad no detectada, era la perra cacahuatera.

“Tanto café que tragan que ya no tienen ni un gramo de ilusión, de seguro fueron de los niños brutos que se ponían pijamita desde las tres de la tarde y hasta los veinte descubrieron que los reyes son puro cuento” nos dijo, con orgullo lastimado. En mi caso, la defensiva inmediata: “Te equivocas, la pijama era desde que llegaba del kínder…” y la edad, pues nunca falta el delator en el salón de cantos y juegos. Al ritmo del piano de la señorita Chepina, Paco nos juró: “Los reyes son los papás; me lo dijo mi hermano, que ya va en la primaria”. Abrimos tremenda bocota y nadie lo refutó.

miércoles, noviembre 03, 2010

Memoria política

Foto: Carlos Cano

Sobre la reconstrucción de Veracruz, hay diez mil millones de pesos para lo inmediato, dice un Héctor Yunes defensor de la gestión priísta en la legislatura que termina. “Pero los gastos que se requieren o los cálculos, son alrededor de setenta mil millones de pesos, que son los cálculos que se han hecho y allí el gobierno federal tendrá una participación en el Fonden. Veracruz ha sido un estado solidario para con la república y es momento de que la entidad reciba un poco de lo mucho que ha dado”.

El diputado Yunes Landa opta por catalogar como lamentable que la memoria política sea quedarse con lo último que pasó. “Pero desde este momento la Legislatura que dejamos puede catalogarse como la más rentable que las últimas cuatro legislaturas locales y federales”. Y explicó que la importancia de desempeñarse como diputado estriba en la asistencia a las diferentes comisiones y el trabajo de cabildeo que se hace en las mismas. El saliente diputado descarta que acusen a su grupo legislativo como un tanto improductivo en las intervenciones de tribuna: “Lo más importante lo dijimos en comisión y quedó asentado en los dictámenes y durante esta legislatura fue uno de los más productivos”.

Aunque… una de las diputadas electas declaraba hace quince días que el asunto de las “comisiones” le parecía importante: “Muy importantísimo… claro que es interesantísimo”. Quizá aún no estaba enterada de sus funciones como legisladora. Nada puede asegurarnos que se trate de la única despistada en el siguiente congreso. Lo que se escriba de ellos en su primera sesión pública ya mostrará cuáles son los listillos y los que mandan; los que asisten a vacaciones legislativas, lo harán siempre. Así funcionan hasta los equipos de futbol.

La cita es graciosa porque nos muestra que en el congreso siempre hay de todo. Pero si es la mayoría la que piensa en “interesantísimo”, habrá que cantarse por muchas ocasiones la estrofa de: “Y retiemble en sus centros”. La siguiente legislatura veracruzana, tiene retos echados, como vigilar la reconstrucción de las zonas afectadas y mantener la gobernabilidad.

Los retos no son pocos. Habrá que mantener la seguridad. Para Yunes Landa: “Somos de los estados más seguros de la república y es un tema central, con esas circunstancias se generan empleos. Las condiciones son favorables a pesar de que tendremos un periodo de reconstrucción difícil”. El priísta no esconde que los huracanes provocaron destrucción y que los golpes están dados. Pero será labor de los diputados entrantes, lo vean con “importantísimo”, “urgentísimo” o “con seriedad legislativa”.

lunes, noviembre 01, 2010

Viento de san Miguel arcángel



Las fotografías de la “Muerte niña” son en nuestro país una costumbre que ahora desfila por las piezas de anticuarios. Hasta mediados del siglo pasado, cuando moría un pequeño, se decía que iba directo al cielo o que lo había encontrado la “muerte niña” y en algún momento regresaría del cielo. Para la creencia prehispánica, los menores no iban a los páramos infernales sino a un lugar donde estaba plantado un árbol del cual pendían tetas que daban leche: el árbol de las chichis. Avanzado el siglo veinte en el territorio, eran más comunes los fotógrafos y las placas se hacían con el fin de preservar un recuerdo del ser que no pudo convertirse en mayor; se les rodeaba con flores y velas blancas y se les vestía lo más parecido a un ángel.

Pero justo al finalizar la primera década del siglo veintiuno mexicano, se trata de miles de fotografías que tenemos de una muerte inesperada o quizá de un cuerpo que ya sabía que iba a encontrarse con una bala perdida, o destinada. Son los asesinados por la guerra emprendida contra el narcotráfico, son los sicarios que se confundirían mientras comen una orden al pastor en cualquier puesto de tacos; son los comandantes que han disfrutado de la mordedura al sebo, son los rostros también de las víctimas que andaban en la calle y les tocó.

De muertos estamos rodeados y así, la calavera dulzona del Todos santos de dos mil diez tiene el regusto a hierro porque está pringada con sangre real, que irrigó los cuerpos de gente a la que conocimos o de la que nos topamos en la calle, sin saber a veces, que en la bolsa de la cartera o en la memoria del teléfono celular, se carga apenas con el recuerdo de una vida. No hay epidemia tan dolorosa como la guerra, porque hay llanto de miles en tanto, unos cuántos se ponen de acuerdo.

En la televisión se ofrecen las comedias gringas que no se cansarán de la “noche de brujas” y los canales dedicados al cine transmiten historias de aparecidos y fantasmas que a los mexicanos ya no tienen mucho qué decirnos. Los muertos nuestros están próximos en la banqueta y son los ecos de la batalla del benefactor arcángel Miguel, que se enfundó las cananas y afiló todos los machetes y cuando no se pone de acuerdo con Lucifer, le estampa su pie al rostro de un demonio que le hace creer en un triunfo pasajero.

La muerte de México ya no es a colores chillones, como la pintó Diego Rivera, esa Catrina guapetona que observa al visitante que desea mirar la guerra detenida a mediados del siglo veinte. Allí, en el mural rescatado del terremoto de 1985, la comadre de los mexicanos gobierna el destino de los fallecidos con historia. Pero transcurridos los años, a esa Catrina ya no le queda más remedio que salir de nuevo para no parar con su rondín y aunque le roben el bolso en la parada del metro y la asalten en la estación de autobuses y unos soldados le maltraten el sombrero… ella… sonreirá desde el mural. Sabe que lleva una maleta extra.

Y Teresa llevaba toda su vida en una maleta y antes de presentarse con equipaje a la casa del médico, guardó la precaución como de pariente lejano que no se ha visto en años. Dejó su maleta en la estación, antes de ir a ofrecerle su vida al mujeriego de Tomás. Y aunque esas cosas ocurren en las novelas y están lejanas de la vida real, el gesto de la entrañable Teresa pone de manifiesto que los seres humanos, sensatos o con impertinencia, somos capaces de meter la vida en una maleta y esperar a que alguien nos favorezca. Pero esa fue ocurrencia de Milan Kundera.

Aunque desde la publicación de la novela “La insoportable levedad del ser” a mediados de los ochenta, a la casi primera década del siglo veintiuno, la humanidad ha visto una serie de migraciones desencadenadas por la incapacidad humana de ponerse de acuerdo y por la estupidez y la rapiña que ha puesto oídos sordos a su comunidad científica. El resultado: guerras y devastación. Las huidas movidas por el amor propio o el que se siente hacia otra persona, son cada vez menos frecuentes. Duele primero la patria herida y el amor llegará, en algún momento. La de Kundera es una novela donde también la patria lleva su parte de dolor en el corazón de cada uno de sus personajes. Por eso los afecta la levedad del ser, que resulta insoportable.

La Muerte es leve, aunque su peso resulte insoportable.

sábado, octubre 23, 2010

Tlacotalpan: aún no confirman estado de archivo histórico

Foto: Carlos Cano


A poco más de treinta días de las afectaciones que produjo el huracán “Karl” en la entidad veracruzana, aún se carece de informes sobre cuál es el estado físico del archivo histórico de la ciudad de Tlacotalpan y algunas otras ciudades. “Sabemos que no estaba en un área de sótano, pero no tengo noticias en concreto y lo que urgía atender eran las vidas de los habitantes, ahora tomaremos con mayor detalle el rescate y el recuento de los archivos” declaró la historiadora Olivia Domínguez, directora del Archivo General del Estado.

“No sabemos cómo está la situación del archivo de Tlacotalpan, y aunque ya estoy en contacto con el Secretario del ayuntamiento, lo primero que se hace es aguardar a que todo regrese a su nivel. Lo más importante son las pérdidas humanas”. Con la voz entrecortada, Olivia Domínguez narra que durante las contingencias, también dos cronistas veracruzanos perdieron la vida, el de San Andrés y la de Cosoleacaque.

Una de las actividades del Archivo General del Estado es la copia de fondos y su conservación, en la capital veracruzana. “En las inundaciones recientes, recordamos fondos de fotografía que hay en muchas de estas ciudades y de La Antigua, si llegaron a perderse originales de fotografías, nosotros contamos con una copia. Ya pasó en Agua Dulce, hace diez años rescatamos varios fondos, los perdieron y ahora vienen a consultar a Xalapa.” Sobre los fondos o repositorios fotográficos, la historiadora ha calculado que en la actualidad son aproximadamente ochenta con los que cuenta el Archivo General del Estado.

Aunque para seguir con el tema de los documentos y como la propia maestra Domínguez lo señaló, hay que establecer las diferencias entre los archivos históricos y aquellos de la administración inmediata; aunque a la postre, todo se convertirá en historia. Según la ley del municipio libre, todo archivo está bajo el resguardo del Secretario de cada uno de los ayuntamientos que conforman al estado y en Tlacotalpan, por ejemplo: “Parece que no había riesgo”. En tal caso, habrá que esperar a la evaluación de los daños.

Es importante la ubicación de los archivos, explicó la historiadora, y fue que en las zonas consideradas como de alto riesgo, los ayuntamientos recibieron el consejo de que debían trasladar sus repositorios a segundos pisos. Olivia Domínguez hizo un breve recuento de poblaciones y daños al patrimonio: “Aunque la sugerencia es ubicar los archivos en las plantas bajas o en los sótanos, porque el peso es un factor considerable, en lugares en riesgo permanente, los repositorios se suben”.

En las inundaciones que sufrió la entidad, en el año de 1999, se aprendió la experiencia: segundos pisos. Y la importancia de los archivos es esencial, pues en ellos se conserva la preservación de la memoria de una población y con ello, es más sencillo tratar de explicar por qué funcionó o por qué se fracturó un proyecto. ¿Y qué pasará con una “parte” del archivo de la capital veracruzana, que duerme el sueño de los justos en las oficinas del panteón Palo Verde? Ese no está en segundos pisos.

domingo, octubre 17, 2010

Historia del taxi rosado

Foto: Omar Piña

El trayecto es del sur hacia la zona vieja. Y como en cualquier domingo, el tráfico es más lento o amable, según el humor. Pero Alberto va un poco avergonzado, aunque una sonrisa se le dibuja en el rostro por cada esquina donde tiene que bajar la velocidad y se percata que las personas lo miran. Niños, mujeres embarazadas y bulímicas, ancianos, hombres solos o mandilones… los que han visto circular el coche de alquiler de color rosado, sabrán que también los viajeros son parte de la curiosidad ajena.

Un taxi rosado. ¿A quién se le iba a ocurrir? Pues a los que gustan de jugar a los niños y a las niñas, como en la noción de mexicanidad del siglo pasado: los de azul son niños y rosado es para niñas. Pues lo del taxi es más a menos así. Según me explicó Alberto: “Mi hermana fue la que recibió el taxi y eso le dijeron, que lo tenía que pintar de tonos rosados, para que se supiera que le pertenece a una mujer o algo así, pero el domingo no lo trabaja, yo le echo una mano”.

El número es de cuatro dígitos… cinco mil seiscientos y fracciones, pero la diferencia estriba en que de los tantos miles de taxis que hay en la capital veracruzana, rojos, obvio… nomás hay dos pintados en tonos de rosa. El que conduce Alberto, se trata de la segunda unidad. Su hermana está orgullosa, pues consiguió las ansiadas placas, pero el chofer de los domingos está un poco aturdido. “Sí, mis amigos se pitorrean todo el tiempo, me dicen que para manejar contento me ponga falda y aretes, cosas por el estilo y yo pues los mando a volar… al principio les daba mucha risa, pero al menos yo ya me estoy acostumbrando a las burlas”.

La mañana es nublada, pero el conductor va pertrechado de las miradas condescendientes. Antes del cristal de su ventanilla, una malla de color negro lo ataja de la resolana, pero dice: “Es que parece que lo miran a uno con risa y hasta como con pena, como diciendo: ‘pues ya ni modo, te tocó de este color”. Y aunque dice que eso no le inquieta, acepta que a veces la insistencia de las miradas lo pone un poco nervioso. Aunque ya encontró al lado más amable, dice que las mujeres guapas le sonríen a menudo… ¿Será que nadie olvida su barbi?

El color es lo de menos cuando llega la hora de cerrar la caja y hacer las cuentas. Pero el incremento de taxis, sean rosados o amarillos o rojos, calientan la atmósfera, provocan depreciación del servicio y se añaden como un problema que afecta el uso de los espacios públicos de la ciudad. No queda fuera otro lío: la extorsión a los conductores. “Un compañero no gana los cinco mil pesos que cuesta una multa de Tránsito, si acaso va uno sacando cien o ciento cincuenta pesos al día”, dijo uno de los integrantes del Sindicato Demócrata de Taxistas de Xalapa. La pregunta que se le formulaba era si acusaban a los agentes de tránsito sobre la práctica de la extorsión.

Aquello fue en julio pasado. Los integrantes del sindicado pedían que los legisladores revisaran a fondo el asunto de las multas. Los costos altos fomentan que los agentes salgan con la mano untada: “Haga las cuentas, aunque hacen descuento de la mitad ¿cree que alguien en su sano juicio va ir a pagar una multa que equivale a un mes de trabajo? Y allí mismo, el secretario general pedía al gobernador Herrera Beltrán que detuviera la entrega de concesiones de placas. Víctor Manuel Conde aclaraba que el usuario es quien recibía maltratos y era víctima de abusos.

Eso ya carece de novedad, lo actual, lo de hoy, son los taxis rosados y no se trata de intoxicación… pronto, también veremos elefantes rosas y cocodrilos y hasta dinosaurios… se van cincuenta pero llegan otros a ocupar su curul.

sábado, agosto 21, 2010

Reflejos del espejismo festivo

Foto: Juan Bautista Morán



estoy vivo

en el centro

de una herida todavía fresca

Octavio Paz



Con la torpeza federal y la imitación, el nivel medio superior veracruzano no supo escapar de los festejos o la mención de la patria dentro de sus obligaciones para con las convocatorias de sus respectivos concursos de materia cultural o recreativa. Pero lo que aquí más conviene expresar, es la historia del esfuerzo de los participantes en dichos concursos. Lo que sigue, irá salpicado con algunas ideas sobre Ibargüengoitia, algunos cuentistas quizá latinoamericanos y finalmente, algunos grandes reportajes que nos hablan sobre la vida en México, durante la primera década del siglo veinte.


Sin duda, la “información” utilizada en el párrafo anterior se puede adquirir por una vía: la lectura. Si hay libros en la casa o de donde se venga, quizá también existan lectores y en todo caso, quien allí crece, puede llegar a la adolescencia con ese gusto por leer. Si es como ahora lo suponemos, del joven lector no quedará más que esperar hasta su desempeño ciudadano. Pero no todos los adolecentes mexicanos púberes tienen ese “gusto” adquirido por la lectura. Hay quienes en su vida, se han presumido como dueños de un libro.


Entonces nos confiamos como en un solo reducto a la labor que se hace en las escuelas. Pero quizá los profesores no leen de todo porque ahora, dicen, tienen otras y más obligaciones. Ahora, para seguir, debo inventar a un personaje. Que sea un lector. Todavía no complicamos su vida, apenas sabemos que es aficionado a la lectura. Comencemos a colgarle esferas. Se trata de un profesor. Trabaja en una escuela para chicos (claro, podría ser profesor de piano y los niños y muchachos acuden a su casa, en fin). Enseña Historia de México, quizá convenga que imparta clases de inglés. Sí, enseña inglés; de las ingles suyas aún no sabemos nada.


Ese profesor quizá fue un adolescente que veía muchas películas y leía algunos libros por mero gusto. Y la manía se le quedó: sigue leyendo. A menudo carga libros distintos. Sí, cada quince días, después de cambiar su cheque, acude a una librería. Vamos a hacer un poco más logrado a este personaje: le gusta el género negro… ya saben, historias donde hay intriga, asesinatos o persecuciones. Es un enganchado de Mankell y de John Le Carré. Se trata de un verdadero atascado, aunque lea otras cosas. Vive en una ciudad mediana, así que sus alumnos los pueden observar cuando platica, cuando está de chismoso con el resto de sus compañeros, mientras espera el taxi, cuando va a las compras, con su mujer y a veces en un parque… leyendo.


Se trata de una persona que adquiere libros porque le gustan, no porque su trabajo dependa de eso. Leer es un acto que le provoca placer y también lo hace con revistas sobre la vida de artistas y todos los días se permite comprar dos periódicos, en papel: uno es local y el otro es nacional. Pero ahora vayamos a otra parte de la historia, dejemos que este personaje respire, que se tome su tiempo. Ahora supongo la escuela… ya escribí que hay muchos chicos que acuden a tomar clases. Y entre las multitudes, también se conoce a gente brillante, a gente trabajadora o responsable o locuaz o pillos. Las escuelas son pequeños pueblos, con sus amores y sus odios; con sus humanos conflictos. Pero sigo mi relato.


La escuela se llama “Carlos Pellicer” (algo patrio, para estar a la moda; y además, lo más importante, se trata del nombre de un poeta mexicano, aquí no importa que algunos lo critiquen por su valentía de vivir o porque dedicó su tiempo a formar museos, en lugar de escribir más.). Hablemos de la Pelli, como los muchachos nombran a su escuela. Allí, unos alumnos entraron a un concurso de cuento. Había más a quienes las teclas les provocan comezón pero había un reto: las historias tenían que enmarcarse sobre el México de 1810 o el de 1910; no había de otra. Al concurso, sólo entraron aquellos que leen sobre Historia de México y obviamente, sobre Literatura. No vamos a embrollarnos si la conocen o no; son alumnos, se están formando.


María estudia allí y recién leyó México bárbaro, un libro que le recomendó su papá, que se dedica, todo lo indica, al negocio de la construcción de caminos. Ernesto, también de la Pelli, leyó la antología Cuentos memorables según Jorge Luis Borges; en una salida al centro comercial, se lo compró su mamá. Y no dejemos a un lado a Sonia, tan tímida. Ella le preguntó a una maestra sobre el asunto de los asesinatos de chicas en Ciudad Juárez y la mujer sólo recomendó un libro y una película: Las muertas, de Ibarguengoitia y la cinta mexicana Las poquianchis. Cuando Sonia tuviera dudas, ya platicarían sobre la ciudad fronteriza.


Es obvio que primero y durante un viernes por la tarde, Sonia vio la película, en casa de María. Ah y por si fuera menos, los tres chicos a los que me referí, que son personajes, entraron a un concurso de cuento. Y hasta donde vamos se trata de un México ideal. Así que daré una intriga para que esto adquiera mayor interés. Frente al portón de la Pelli, todos los mediodías ronda el Paquito. Tiene catorce años y está enamorado de Sonia, pero a ella le avergüenza porque sus amigas se burlan de “los novios”. Pues…


el Paquito es un niño indígena. “¿Y qué con eso? Sonia es morena”, dijo en cierta ocasión la cabrona de María y provocó la risa de todos los que la escucharon. Pero el chico es quien lleva los periódicos al profesor de inglés y se enamoró de Sonia, porque los flechó otro cabrón: Cupido, los hirió con sus puntas de oro, las que provocan dulzura. Con las propinas del profesor, el Paquito compra un poco de comida y una bolsa de plástico y comento o pegamento industrial. Mota, “Chingá, ah chingá…vete por ahí. Las fuertes las consigo poco, nomás cuando un rico se pierde y lo llevo directo hasta la narcotiendita de la colonia.”


Basta. Es un escenario demasiado hostil para festejar a la patria. Ese México no nos gusta. Sólo pido terminar la intriga de la historia. Sonia, como prueba de su amor a el Paquito, después del sexo, inhalará fuerte la cocaína que su enamorado le ha conseguido, como si fuera un diamante robado a lo más profundo de la tierra. Y ustedes perdonen, esto no fue ni un artículo ni un cuento terminado; eran apenas ocurrencias sobre la vida en el México del siglo XXI. Los héroes, están bien en sus estatuas.

jueves, marzo 04, 2010

Y tiene mi edad y el color de mi voz… Tan cerca de mí

Pintura: Renee Magritte

J'
ai tant fait patience
Qu´á jamais j´ oublie...
Arthur Rimbaud


El título se lo hurté a unos versos de una canción de Pedro Guerra. Todo lo que voy a escribir a continuación no se trata de presumir la agenda. Si algunos párrafos la incluyen, es porque acepto mi lentitud para “dosificar” los significados. Sea que…

Hacía los últimos días del mes de febrero acepté impartir hacia otoño de este año un curso universitario, como profesor invitado. Y como las cosas que uno considera muy “buenas” jamás han viajado solas, la felicidad de regresar a las aulas me cegó para aceptar, cinco horas después, una serie de tres conferencias sobre literatura infantil que impartiré, para el verano, en algunos centros de enseñanza y me parece que en un museo. Casi al terminar el segundo día, el viernes anterior en la ciudad de México, la sirena homérica de la radio cultural me condujo a “palabrear” un futuro programa. A eso debe sumársele que el plazo de entrega de mi próximo libro a su editor vencerá en los primeros días de septiembre. Y como me edita otro escritor, sus juicios son implacables.

Los contratiempos ya los he discurrido largo con psiquiatra, cura jesuita “Coco” –confesor y consejero- y amigos íntimos. La decisión fue darme una tregua de escritura diaria en prensa, para sobrellevar el claustro que significa que el resto del invierno y la primavera los dedique al estudio y la redacción de textos que persiguen la lectura más sosegada, quizá más académica y literaria.

No me despido a pesar de la pausa que abro. “La cabra siempre tira al monte” y mientras leo mucha Historia, sobre todo de los siglos XIX y XX de un país llamado México, el circo electoral va a entretener más al lector, más de lo que yo podría hacerlo si me dedicara a reportarles sobre algunos descubrimientos en los libros que me aguardan. No deseo restar un tiempo y un espacio productivos que me hagan sentir ocioso ante los acontecimientos que se vienen sobre esta pequeña y dulce patria, llamada Veracruz. Y no es un llamado sino mi postura, yo no voy a acudir a las urnas. Mi voto y mi firma no servirán para decidir sobre lo que ya está negociado. Prefiero leer a Cicerón y Séneca que las declaraciones de los candidatos o el seguimiento a campañas electorales… que se volverán o transfigurarán, en campañas de guerra.

En este país del odio, en esta República cada vez más ficticia, en esta ciudad de unisel o burbuja: no vale la pena más que escuchar a los verdaderos ciudadanos. A los que caminan sin guardias que libren espaldas de caciques de balas perdidas o encontradas, a esos debemos escuchar. A quienes vivimos y hacemos: Jalapa, Veracruz, Córdoba, Orizaba, Coatzacoalcos, Minatitlán, Poza Rica, Papantla, Pánuco, Coatepec, Xico, Cardel, Perote… y perdonen las omisiones. La lista es muy extensa; somos demasiados ciudadanos que vivimos y celebramos la existencia en doscientos doce municipios. A nosotros y entre nosotros, creo, vale la pena escucharnos. Lo que falta o lo que sobra, es parte de un mal circo. No vale la pena gastar tinta… y fuerza.

Desde mi estudio, paredes frías en medio de los jardines que me quedan en la barriada en que se ha transformado la zona de Coapexpan, durante la madrugada fría, pongo un disco que reproduce la voz ronca de Mercedes Sosa. En la salita contigua, sobre un sofá acojinado, a un lado de la entrada a mi recámara, una pesada maleta espera ser descargada. Tarea que me acongoja porque dentro de diez días habrá que rellenarla para otro viaje a la ciudad de México. Hasta el momento, sólo adquiero billetes de ida y… de vuelta. Las ausencias de Jalapa, en mi caso y a mis treinta y cinco, caducan a los veinte días.

A veces me gusta vivir afuera de Veracruz, pero las estancias prolongadas son cada vez menos constantes fuera de mis amores correspondidos, mis amigos, mis jardines, mis vivos y muertos próximos y mi biblioteca. Y si a Pedro Guerra le robé el título de la última columna, a él también le hurto un verso más: “aquí hace menos frío que en la calle.”

Seguiré escribiendo para la prensa estatal veracruzana, pero ya sólo como un colaborador ocasional. Aquí agradezco de antemano los espacios que amablemente, tras conocer mi dimisión a un solo medio, me han ofrecido los directores de varios medios impresos, entre los que aventuro a escribir el de esta casa editorial. El periodismo diario marca el pulso cotidiano y lo que uno publica, al otro día, ya es parte de la historia. La academia sólo pretende forjar a los ciudadanos venideros. Y la docencia es para quien esto escribe: un oficio vocacional además de una tradición familiar… de mis abuelos sólo heredé su biblioteca íntegra y la enseñanza de un gran bien: la libertad de elección… ah, y un apellido. “Nombre es destino” dictó el viejo Séneca a su escribiente.

El adolescente regordete que un día de mil novecientos noventa y tantos impartió su primera cátedra sobre Lope de Vega en el claustro del Colegio Preparatorio de Jalapa y que después se largó a estudiar periodismo y luego historia y a la postre lengua latina y luego hizo maletas para escaparse allende mares y al regreso fue burócrata y ensayó periodismo… aquel niño, ya pasó la estafeta al escritor. A los quince años regalé mi primer libro de poesía, en el Colegio que perfilaba el carácter de quien sería un profesor y desde entonces aprendí que la libertad es un bien por hacer. Pero la Transparencia no es el país donde crecí. Yo lo siento más.

No hay impurezas, a lo sumo: vida.