sábado, agosto 21, 2010

Reflejos del espejismo festivo

Foto: Juan Bautista Morán



estoy vivo

en el centro

de una herida todavía fresca

Octavio Paz



Con la torpeza federal y la imitación, el nivel medio superior veracruzano no supo escapar de los festejos o la mención de la patria dentro de sus obligaciones para con las convocatorias de sus respectivos concursos de materia cultural o recreativa. Pero lo que aquí más conviene expresar, es la historia del esfuerzo de los participantes en dichos concursos. Lo que sigue, irá salpicado con algunas ideas sobre Ibargüengoitia, algunos cuentistas quizá latinoamericanos y finalmente, algunos grandes reportajes que nos hablan sobre la vida en México, durante la primera década del siglo veinte.


Sin duda, la “información” utilizada en el párrafo anterior se puede adquirir por una vía: la lectura. Si hay libros en la casa o de donde se venga, quizá también existan lectores y en todo caso, quien allí crece, puede llegar a la adolescencia con ese gusto por leer. Si es como ahora lo suponemos, del joven lector no quedará más que esperar hasta su desempeño ciudadano. Pero no todos los adolecentes mexicanos púberes tienen ese “gusto” adquirido por la lectura. Hay quienes en su vida, se han presumido como dueños de un libro.


Entonces nos confiamos como en un solo reducto a la labor que se hace en las escuelas. Pero quizá los profesores no leen de todo porque ahora, dicen, tienen otras y más obligaciones. Ahora, para seguir, debo inventar a un personaje. Que sea un lector. Todavía no complicamos su vida, apenas sabemos que es aficionado a la lectura. Comencemos a colgarle esferas. Se trata de un profesor. Trabaja en una escuela para chicos (claro, podría ser profesor de piano y los niños y muchachos acuden a su casa, en fin). Enseña Historia de México, quizá convenga que imparta clases de inglés. Sí, enseña inglés; de las ingles suyas aún no sabemos nada.


Ese profesor quizá fue un adolescente que veía muchas películas y leía algunos libros por mero gusto. Y la manía se le quedó: sigue leyendo. A menudo carga libros distintos. Sí, cada quince días, después de cambiar su cheque, acude a una librería. Vamos a hacer un poco más logrado a este personaje: le gusta el género negro… ya saben, historias donde hay intriga, asesinatos o persecuciones. Es un enganchado de Mankell y de John Le Carré. Se trata de un verdadero atascado, aunque lea otras cosas. Vive en una ciudad mediana, así que sus alumnos los pueden observar cuando platica, cuando está de chismoso con el resto de sus compañeros, mientras espera el taxi, cuando va a las compras, con su mujer y a veces en un parque… leyendo.


Se trata de una persona que adquiere libros porque le gustan, no porque su trabajo dependa de eso. Leer es un acto que le provoca placer y también lo hace con revistas sobre la vida de artistas y todos los días se permite comprar dos periódicos, en papel: uno es local y el otro es nacional. Pero ahora vayamos a otra parte de la historia, dejemos que este personaje respire, que se tome su tiempo. Ahora supongo la escuela… ya escribí que hay muchos chicos que acuden a tomar clases. Y entre las multitudes, también se conoce a gente brillante, a gente trabajadora o responsable o locuaz o pillos. Las escuelas son pequeños pueblos, con sus amores y sus odios; con sus humanos conflictos. Pero sigo mi relato.


La escuela se llama “Carlos Pellicer” (algo patrio, para estar a la moda; y además, lo más importante, se trata del nombre de un poeta mexicano, aquí no importa que algunos lo critiquen por su valentía de vivir o porque dedicó su tiempo a formar museos, en lugar de escribir más.). Hablemos de la Pelli, como los muchachos nombran a su escuela. Allí, unos alumnos entraron a un concurso de cuento. Había más a quienes las teclas les provocan comezón pero había un reto: las historias tenían que enmarcarse sobre el México de 1810 o el de 1910; no había de otra. Al concurso, sólo entraron aquellos que leen sobre Historia de México y obviamente, sobre Literatura. No vamos a embrollarnos si la conocen o no; son alumnos, se están formando.


María estudia allí y recién leyó México bárbaro, un libro que le recomendó su papá, que se dedica, todo lo indica, al negocio de la construcción de caminos. Ernesto, también de la Pelli, leyó la antología Cuentos memorables según Jorge Luis Borges; en una salida al centro comercial, se lo compró su mamá. Y no dejemos a un lado a Sonia, tan tímida. Ella le preguntó a una maestra sobre el asunto de los asesinatos de chicas en Ciudad Juárez y la mujer sólo recomendó un libro y una película: Las muertas, de Ibarguengoitia y la cinta mexicana Las poquianchis. Cuando Sonia tuviera dudas, ya platicarían sobre la ciudad fronteriza.


Es obvio que primero y durante un viernes por la tarde, Sonia vio la película, en casa de María. Ah y por si fuera menos, los tres chicos a los que me referí, que son personajes, entraron a un concurso de cuento. Y hasta donde vamos se trata de un México ideal. Así que daré una intriga para que esto adquiera mayor interés. Frente al portón de la Pelli, todos los mediodías ronda el Paquito. Tiene catorce años y está enamorado de Sonia, pero a ella le avergüenza porque sus amigas se burlan de “los novios”. Pues…


el Paquito es un niño indígena. “¿Y qué con eso? Sonia es morena”, dijo en cierta ocasión la cabrona de María y provocó la risa de todos los que la escucharon. Pero el chico es quien lleva los periódicos al profesor de inglés y se enamoró de Sonia, porque los flechó otro cabrón: Cupido, los hirió con sus puntas de oro, las que provocan dulzura. Con las propinas del profesor, el Paquito compra un poco de comida y una bolsa de plástico y comento o pegamento industrial. Mota, “Chingá, ah chingá…vete por ahí. Las fuertes las consigo poco, nomás cuando un rico se pierde y lo llevo directo hasta la narcotiendita de la colonia.”


Basta. Es un escenario demasiado hostil para festejar a la patria. Ese México no nos gusta. Sólo pido terminar la intriga de la historia. Sonia, como prueba de su amor a el Paquito, después del sexo, inhalará fuerte la cocaína que su enamorado le ha conseguido, como si fuera un diamante robado a lo más profundo de la tierra. Y ustedes perdonen, esto no fue ni un artículo ni un cuento terminado; eran apenas ocurrencias sobre la vida en el México del siglo XXI. Los héroes, están bien en sus estatuas.