Lisboa 2003. Tiene ya mucho tiempo mirando a mi ventana… de repente parece que quisiera hacer una seña y llamar mi atención… y yo sigo haciéndome la que no lo veo, me pone nerviosa… Ahora levanta la mano y mueve un objeto blanco. Por fin dirá algo… “¡Señora, señoraaaa! Se le cayeron sus calzones”. Harmida Rubio
Universitaria de la nueva guardia. Es una arquitecta que además de entender las voces técnicas del urbanismo, emplea buena parte de las noches en liarse con las letras, para dar forma a los cientos de imágenes que le pasan por la cabeza. Arquitecta imaginadora o escritora prudente, compone cuentos como quien en la pulcra superficie del papel albanene traza líneas para dibujar un plano.
Escritora cuentista, Harmida Rubio no se amilana por los dogmas de la creación literaria. Con o sin red, salta a la república de las letras para dejar en claro que antes de análisis o hermeneúticas, el oficio de narrar conduce al mismo sitio: a un lector dispuesto a conocer una casa ajena, donde pese al orden, tiene la entera libertad de acomodar cuanto guste. Si la ficción convenciera que trata de una lógica implacable, serían escasos los lectores que se atreverían a disfrutar las glorias y desventuras que ofrece cualquier personaje. Esto lo entiende bien nuestra constructora.
Desconozco si Harmida ha colocado la primera piedra de un edificio o si diseña casas. Sé que imparte cátedra en la facultad de Arquitectura de la Universidad Veracruzana y que se trata de una insomne sin remedio que cuando no lee o escribe, gusta de extraviarse en los mares del ciberespacio. Gracias a esos desvelos, he tenido la oportunidad de leer media docena de sus cuentos, que me parece provienen de una imaginación y creatividad: endiablada y envidiable. Sus personajes flotan en los ambientes de núcleos urbanos abigarrados, donde a pesar de todo, el detalle los salva y los caracteriza sólo para diferenciarlos de la muchedumbre a la que están expuestos.
De sus manías y espirales surgen las “Minihistoias de ventanas”, una exposición fotográfica-literaria que reporta su ánimo voyeurista de sus andanzas por el mundo. Con una capacidad de mayor invención que de indagar, Harmida Rubio expone una serie de fotografías de… ventanas que ya no pertenecen a edificios de Lisboa, Ámsterdam, Buenos Aires, Barcelona, Venecia, la ciudad de México, Puebla, Tlaxcala, San Luis o Xalapa. Aunque el origen de las imágenes no está de más, la balanza se inclina a la lectura que la escritora ofrece: no más de cincuenta palabras que se transforman en primorosos o dantescos mundillos donde sólo permanecen los ecos de los seres que desde allí posaron su mirada y esperanzas.
Pero en el sentido de la invención, Harmida no va sola con sus “Minihistorias de ventanas”. Su atrevimiento, camaradería o desparpajo, la condujeron a completar su mirada con seis creadores más: Fernando Winfield, Jasibe Melgarejo, Selim Castro, Bruno Rubio, Julio Márquez y quien esto escribe. Si la escritora quería ver los puntos sobre las “íes”, los asistentes a esta muestra constatarán que cada cabeza es un mundo, una obsesión y una probabilidad. La autora-fotógrafa gravita en la órbita de la mujer que sin mostrarse sumisa, reconoce la incesante búsqueda de ellos, ella-él, los que no temen a la soledad sino al abandono.
Con esta exposición, Harmida Rubio construye y reconstruye el mito de sólo fiarse en lo que ven los ojos. El unicornio, las sirenas, los elfos; pues existen en las ilustraciones, en las imaginerás, pero no en el mundo real. El pomposo siglo XVIII vio las obras de un pensador inevitable, Georges Berkeley, el considerado idealista extremo, quien más o menos decía que el ser de las cosas se agota al ser percibidas. El mundo material sólo es percepción de quien lo enfrenta, sólo existe el yo espiritual, del que tenemos certeza.
Veamos estas ventanas y cada quien su mundo.