miércoles, febrero 28, 2007

Cineros mexican, al brete


El pleito que se protagoniza entre el cineasta Alejandro González Iñárritu y el guionista Guillermo Arriaga, tiene una larga apostilla…

Sabina Berman es, profesionalmente: una buena dramaturga (Entre Villa y una mujer desnuda, pieza teatral indiscutible que en su momento ganó al argumento de la comercialísima “11 y 12” de Roberto Gómez Bolaños en el concurso de la Sociedad General de Escritores de México), una respetable prosista (lo confirma la novela corta, pero de largo aliento, La bobe, editada por el grupo Océano) pero como adivina o previsora de incertidumbres, Sabina es pésima. Eso lo confirmó una carta que tuvo a bien escribir al señor presidente de la república con motivo de la 79 entrega de los premios Oscar —y que publicó el semanario Proceso en su último número.

Y bueno, es que Sabina tomó su dosis de idealismo y como lo hicimos todos los tributarios de la gran, refundadísima y contaminada Aztlán: echó campanas al vuelo por las dieciséis nominaciones de mexicanos a los premios que entrega anualmente la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas del imperio. Es verdad, al menos en el terreno de las nominaciones, este país tuvo que ver en la tercera parte, motivo que orilló a todo lo que no se espera aquí, al grado que los diputaditos de nalgatorio recién acostumbrado a la curul, se atrevieron a insinuar y creer que por ahí, cual fantasma o muñeca fea, espera una necesaria reforma a la ley de cinematografía. ¿A poco el cine se rige por otras leyes aparte de las impuestas por Hollywood? Pues se van enterando que sí, que antes de que en México eso fuera un milagro, se trataba de una verdadera industria.

Pero como a la hora de la realidad los hijos de Malinche no arrasaron, a callar se ha dicho y que se reestrene la ganadora de la noche, “Los infiltrados” y que los vendedores de discos piratas no se quieran relamer los bigotes con las ventas de “El laberinto del fauno”, “Babel” y “Los niños del hombre”. Mejor que se adapten a los nuevos tiempos y que en chinga, (así es la palabra mágica para la piratería nacional: “en chinga”; nada de proyecciones ni estrategias de mercado) hagan el “kit” ex matrimonio Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga, desde Amores perros —cuya novedad fue la manera bronca de contar y retratar la historia; porque esa técnica de “repeticiones” fue clásica desde que los concilios declararon validez oficial sólo a cuatro evangelios y a contar lo mismo, pero con diferentes ópticas— hasta Babel. “Llévelo, juzgue usted, ¿quién dirigió a quién? Nomás le cuesta cincuenta varos, órale, pásele”.

Total, el escritor ya se andaba ganando el “estate quieto” justo cuando se conocieron las nominaciones a las que Babel se hizo acreedora. Guillermo Arriaga declaró, sin empacho ni modestia, a la comunicadora Cristina Pachecho —en el programa de entrevistas: “Conversando con Cristina Pacheco” y que el canal del Politécnico Nacional transmite en vivo las noches de viernes— que el logro se debía al guión cinematográfico de la que también era “su película”. Es verdad, sí, el cine parte de un guión que no es más que una historia escrita, apenas trazada para otras elaboraciones que vendrán adelante, como el famoso cuaderno de historia (story board). Y por supuesto, para que exista una buena película, además de mucho pero mucho dinero, es necesaria una buena historia, un buen director y magníficos actores.

Pero Babel, independientemente de su buena factura, también pecó de enfrascarse en recetas mágicas. Una polémica que llevaría tiempo y muchas líneas. Y no es por defender a los directores, pero en el cine, los escritores quedan y quedarán un paso atrás del director, quien finalmente estampa un sello, un ritmo, una poética y un respiro a la cinta… eso se llama: estilo.

Mire usted. De entre la lista de las mejores quince óperas —a sazón de los 400 años de su aparición— del mundo se encuentra, sin discusión: Carmen. Si uno está familiarizado con ese mundo y escucha “La Habanera” o la “Canción del torero”, se piensa en una pícara torcedora de tabaco, sevillana voluptuosa y acaso en Bizet… Bizet, el genio. Pocos, escasos, son los que recordarán en ese momento: “Carmen, con letra de Henri Meilhac y Ludovic Halévy se desarrolla en Sevilla y está basada en la novela de Prosper Merimée
”.