
No, no me quejo. De vez en cuando salgo y cuando siento la primera sugerencia del aire, pues así como ustedes estiran los brazos y las piernas, yo hago lo propio con los hilos de mis costuras. Ah, ondearme un poco para desparramar la modorra en la que vivo; desperezo al águila (la pobre está tan entumecida) y la animo a que vea las caras de todos los que nos observan. Y de las salidas, es verdad, me gustan mucho los desfiles y trotar a los pasos de quienes me llevan, tanto barullo, tambores, cornetas, aplausos y banderines, que en ocasiones me creo importante y si quieres tomarlo como egolatría, hazlo, pero a veces pienso que sí, que lo hacen por mí. Pero cuando todo se termina yo regreso a la humedad de la urna y desde allí, muda, a presenciar todas las negociaciones y ocurrencias que se hacen en nombre de lo que represento. A mí, ¿cuándo me han pedido opinión?
He visto pasar lágrimas, fajos de billetes, firmas de documentos muy comprometedores, abrazos colmados por la hipocresía, contrataciones absurdas y sexo tan grotesco, que sería digno de aparecer en las secciones más nauseabundas de los sitios electrónicos más puercos. “Chitón”, me digo, “lo tuyo es sonreír y hacer de cuenta que todo está bien”, hasta parezco esposa engañada. De todas formas: mi lenguaje no es comprensible para ellos y si algún día me llegaran a poner atención, jura que me sacan de las oficinas privadas, con todo y urna. Imagínate tú que a los Cristos que lucen en las iglesias les diera por hablar, ahora sí que válgame la redundancia: “Jesús, pero qué barbaridad”. Pero no creo que eso llegara a suceder, que hablen los Cristos y menos yo, porque seamos francos, lo que ustedes hacen frente a nosotros, son cosas tan capaces de petrificar a cualquiera (menos a ustedes, se comprende) que jamás nos observarán ni un guiño.
Pero te decía lo de mi cumpleaños. Como aún no soy vieja me pongo a fantasear y me vuelvo tan locuela que me da lo mismo si el águila no riega el nopal de su jardín y la serpiente habla tan, pero tan mal de ella. Aquí entre nosotros, en corto, la méndiga culebra dice una de cosas sobre la pobre rapiñera: que tiene pulgas, que la boca le huele mal, que… mejor aquí le paro. Y yo les digo: “Pero muchachas, si toda la vida nos la vamos a pasar juntas, ¿para qué tanto pleito?” Total, la culpa la tienen las leyendas y los calenturientos sueños de los poetastros, a ellas les inventaron que se andaban peleando en un islote y de mí se rumora que salí, lea bien: de una rebanada de sandía y dejen eso, hay brutos que me emparientan con los chiles en nogada. De que los hay, los hay.
Y se llega el día de mi cumpleaños y total, la novedad es que cromaron el asta y que los escoltas que me lleva hasta el patio central no huelen a jabón corriente sino a loción de medio pelo (¿les habrán aumentado el sueldo?) y a la hora de los fervorines, bandera para arriba y bandera para abajo y total, como siempre, yo el pretexto de su garantía y su unidad nacional. Ah, pero eso sí: señor presidente esto, señor presidente lo otro y por los visto, a todas nos fue igual.