martes, febrero 27, 2007

Sucinta fábula de un lábaro

Días atrás escuché (y en el fondo lo sabía) que se aproximaba la fecha de mi cumpleaños y puede que resulte tonto decirlo aquí: pero cada año es lo mismo. No esta vez, o las dos anteriores, ya no recuerdo bien, porque el trajín comenzó casi con dos semanas de anticipación. No te puedo negar que se siente, distinto, que una comienza a creer de verdad deja de ser el símbolo que está arrinconado, pero guardadito en su urna, para convertirse en motivo de atención.

No, no me quejo. De vez en cuando salgo y cuando siento la primera sugerencia del aire, pues así como ustedes estiran los brazos y las piernas, yo hago lo propio con los hilos de mis costuras. Ah, ondearme un poco para desparramar la modorra en la que vivo; desperezo al águila (la pobre está tan entumecida) y la animo a que vea las caras de todos los que nos observan. Y de las salidas, es verdad, me gustan mucho los desfiles y trotar a los pasos de quienes me llevan, tanto barullo, tambores, cornetas, aplausos y banderines, que en ocasiones me creo importante y si quieres tomarlo como egolatría, hazlo, pero a veces pienso que sí, que lo hacen por mí. Pero cuando todo se termina yo regreso a la humedad de la urna y desde allí, muda, a presenciar todas las negociaciones y ocurrencias que se hacen en nombre de lo que represento. A mí, ¿cuándo me han pedido opinión?

He visto pasar lágrimas, fajos de billetes, firmas de documentos muy comprometedores, abrazos colmados por la hipocresía, contrataciones absurdas y sexo tan grotesco, que sería digno de aparecer en las secciones más nauseabundas de los sitios electrónicos más puercos. “Chitón”, me digo, “lo tuyo es sonreír y hacer de cuenta que todo está bien”, hasta parezco esposa engañada. De todas formas: mi lenguaje no es comprensible para ellos y si algún día me llegaran a poner atención, jura que me sacan de las oficinas privadas, con todo y urna. Imagínate tú que a los Cristos que lucen en las iglesias les diera por hablar, ahora sí que válgame la redundancia: “Jesús, pero qué barbaridad”. Pero no creo que eso llegara a suceder, que hablen los Cristos y menos yo, porque seamos francos, lo que ustedes hacen frente a nosotros, son cosas tan capaces de petrificar a cualquiera (menos a ustedes, se comprende) que jamás nos observarán ni un guiño.

Pero te decía lo de mi cumpleaños. Como aún no soy vieja me pongo a fantasear y me vuelvo tan locuela que me da lo mismo si el águila no riega el nopal de su jardín y la serpiente habla tan, pero tan mal de ella. Aquí entre nosotros, en corto, la méndiga culebra dice una de cosas sobre la pobre rapiñera: que tiene pulgas, que la boca le huele mal, que… mejor aquí le paro. Y yo les digo: “Pero muchachas, si toda la vida nos la vamos a pasar juntas, ¿para qué tanto pleito?” Total, la culpa la tienen las leyendas y los calenturientos sueños de los poetastros, a ellas les inventaron que se andaban peleando en un islote y de mí se rumora que salí, lea bien: de una rebanada de sandía y dejen eso, hay brutos que me emparientan con los chiles en nogada. De que los hay, los hay.

Y se llega el día de mi cumpleaños y total, la novedad es que cromaron el asta y que los escoltas que me lleva hasta el patio central no huelen a jabón corriente sino a loción de medio pelo (¿les habrán aumentado el sueldo?) y a la hora de los fervorines, bandera para arriba y bandera para abajo y total, como siempre, yo el pretexto de su garantía y su unidad nacional. Ah, pero eso sí: señor presidente esto, señor presidente lo otro y por los visto, a todas nos fue igual.