lunes, febrero 26, 2007

Coetzee: Esperando a los bárbaros

Un ser humano pierde la dignidad hasta que se da cuenta de los abusos que sufre, ¿o será en el momento en que comienza el dolor? La conciencia es capaz de competir con el dolor, para llegar a la verdad o al contrario. Es una fábula que de todas formas conduce a la catástrofe, porque la pérdida de la condición humana es siempre dolosa y dolorosa. Vista de una manera más cándida es como recordar el cuento donde un imbécil emperador se dejaba engañar por los sastres que le sangraban las arcas para confeccionarle la prenda más preciosa y bien lograda; hasta que el timado se pasea desnudo y sólo un niño es capaz de gritarle la verdad.

A diferencia de aquel cuento, cuando alguien se percata del horror y no tiene un punto de apoyo, ¿es posible levantar la voz? ¿Tiene razón la denuncia que de antemano es inútil? En la novela “Esperando a los bárbaros” el escritor sudafricano John Maxwell Coetzee sabe conjugar la fábula del triste engañado con la impotencia del hombre que ha perdido la dignidad pero que conserva la esperanza en la justicia, y al final, cuando se percata que la justicia es una ficción, su esperanza descansa sólo en el futuro. Y no se trata de un gran tratado de moral sino más bien de una historia contada en primera persona, de una simpleza (sin grandilocuencias narrativas y carece por completo de otros adornos literarios) que se convierte en ágil cuando…

Un hombre maduro, de empleo “magistrado” en una zona limítrofe del Imperio, se conmueve al observar los abusos que un grupo de militares cometen en contra de unos prisioneros. El impulso de aquel viejo es la humanidad pero también el conocimiento del medio, él sabe que no se trata de bandoleros (o los temidos bárbaros) porque hace treinta años administra, en nombre del Imperio, aquel páramo casi desértico y sabe que nada de lo que cuentan los oficiales es verdad. El coronel, indiferente y siempre escudado en sus gafas, ejerce su autoridad marcial y capitalina ante un viejo que hace mucho ha perdido el contacto con la aparente civilización. El resultado es un cruel juego de equívocos en el que perderán, como siempre, los más desprotegidos.

Pero si el experimentado magistrado era tan conocedor, ¿cómo permite transformarse en víctima y en lo subsecuente, testigo mudo e impotente ante las atrocidades? Sólo hay dos pasiones capaces de transmutar a cualquier humano: el amor y el odio; las dos aparentes, las dos creaciones de y en primera persona. Cuando el magistrado percibe la punzada de humanidad por una “bárbara” que ha sido torturada, la recoge, cuida su salud y la convierte en objeto de su pasión: el equilibrio se desmorona. Por un lado, el Imperio decide que sus enemigos son los bárbaros; en la pequeña provincia, un magistrado quiere regresar la dignidad a un cuerpo que la ha perdido. ¿Hasta dónde podemos aceptar la comodidad de la indiferencia cuando el sufrimiento humano es tan próximo?

Divida en seis partes, “Esperando a los bárbaros” no sucede en territorios o en épocas específicas; aunque el lector sepa que el autor escribe sobre Sudáfrica. Las referencias jamás llegarán a sugerir la historia y actúan como meras pistas; el fondo es la cercanía de comprender a los otros: “¿Cómo se puede erradicar el desprecio, especialmente cuando este desprecio se basa únicamente en la diferencia de modales en la mesa o en variaciones en la forma del párpado” (parte II). Y el encuentro con la esencia o la pérdida: “Entré en esa celda como un hombre cuerdo seguro de la justicia de mi causa, por muy incapaz que siga considerándome de describir esa causa; pero después de dos meses entre cucarachas, sin nada que ver excepto cuatro paredes y una enigmática mancha de hollín , nada que oler excepto el hedor de mi propio cuerpo, nadie a quien excepto a un fantasma en sueños que parece tener los labios sellados, me siento mucho menos seguro de mí mismo” (parte III).

Coetzee recibió el Premio Nobel de Literatura en el año 2003. “Esperando a los bárbaros” se publicó en el año de 1980; veintiséis años después el grupo Mondadori la edita en su colección De bolsillo, con una impecable traducción de Concha Manella y Luis Martínez Victorio. 223 páginas para que transcurra una historia que cambia la manera de ver al mundo.