jueves, febrero 08, 2007

Museos

Los museos están hechos para una eficiente preservación de la memoria artística, científica y tecnológica del hombre, en sus interiores se resguardan materiales invaluables porque no hay modo de repetirlas si de piezas antiguas se trata. Por lo mismo, los acervos siempre han mantenido atentos los ojos de los coleccionistas de arte, ya se sabe: millonarios extravagantes que pagan lo que sea con tal de tener en uno de los mullidos salones de su palacio un pieza extravagante. Es diletantismo puro y cínico, producto de una riqueza grosera que alienta a que los ladrones de museos busquen con ahínco la profesionalización y “buen trabajo” en sus fechorías.

¿Quién pierde cuando una pieza de museo es robada? A grandes zancadas se puede decir que la humanidad, aunque se refiera a un término tan amplio como vago. Porque en sus nueve letras entran desde los nobles de la rancia Europa, los multimillonarios que saben especular sus capitales en las bolsas de valores, el niño que escupe petróleo a una estopa encendida, la mujer tzetzal que anda kilómetros a pie para llegar a una clínica de salud y los hombres azules del Sahara que conducen las caravanas que de tan milenarias parecen las mismas. Hombres y mujeres de este planeta, unos con mayor que suerte que otros, porque han pisado desde la galería Uffizi hasta los umbrales del Metropolitan Museum of Art de Nueva York; sitios, por sólo mencionar a dos, que guardan el preciosismo que emergió de la mente y mano de los genios que hemos concensado y aprendemos a respetarlos desde los libros de arte.

¿Qué sabrá el miserable de una pieza de la dinastía China si apenas tiene en los bolsillos una moneda para comprar el pan del día? Y más allá de saber, a ese no le importa que los respingados se infarten porque en lo que va del año dos escándalos provocados por el hurto sacuden a las conciencias privilegiadas. Primero fue el cuadro de Munch, El grito, en Oslo. Después algunas piezas de orfebrería oriental que estaban expuestas en el British Museum, de Londres.

Significa también que aún con el desencanto imperante todavía existen aquellos deseosos de obtener lo humanamente posible en un planeta donde la igualdad es imposible. Cierto que los sistemas de seguridad que el primer mundo impone están en vigilia, que no bastan los circuitos cerrados, las alarmas, los sensores que avisan a los guardias sobre un acercamiento que sobrepase los diez centímetros de la vitrina... de todas formas el robo se pertrecha. Y si allí, donde la tecnología rebasa el imaginario de inviolabilidad se cometen esas atrocidades que se espera de los “museos naturales” que se mantienen pese a la marginación del tercer mundo.

Los museos naturales pueden considerarse como los que no tienen el resguardo de un instituto o ministerio. En México son innumerables las iglesias que conservan lienzos pintados durante la colonia y joyas que no se observan como un valor intrínseco para el mundo del arte sino que ven depositados en sí los símbolos que les confieren sus feligreses. O a ver, ¿para qué se quieren llevar a esta virgen de la Inmaculada que tantos milagros ha obrado durante generaciones a una sala fría, como de hospital psiquiátrico, donde sólo la verán, con ojos de incredulidad los gringos y japoneses que vienen cámara en mano?

Pero detrás de la sala fría también está la mirada del coleccionista obcecado que opina un mejor futuro para el cuadro: la sala de estar. Total, el narcotráfico ya aprendió que también el arte es una inversión y no sólo las camionetas y mansiones tan aparatosas.