lunes, febrero 12, 2007

La desnuda de La Profesa

Foto: Antona

No hay manuales escritos al respecto o catálogos, aunque es muy probable que algún filósofo tratara de sustraerle horas al sueño y dejar a un lado los escritos de Hume para describir la fisonomía de una mujer que parece dormida. O mejor dicho que la “fisonomía”, el estado de quietud que luce quien aparenta dormir hondo con esa pocisión que sólo permite idear, en quien la observa, que ella tiene muchos sueños atravesándole: el brazo derecho haciendo de almohada y el izquierdo prolongado como quien no se ha percatado que el amante ya no está a un lado.

Ver la espalda desnuda de una mujer que duerme es un espectáculo que invita a la quietud. Sobre todo en esta de quien les digo, cuando todo parece indiciar que la posición y la desnudez no han sido premeditadas; es tan parecido como dedicarse a contemplar un lienzo de Cabrera, donde la virgen está envuelta en mantas coloridas que a la vista parecen flotar y a su alrededor sucede toda la posible desarmonía del mundo colonial: diablos menores que fustigan a quienes pecan, serpientes aladas cuyos ojos parecen cristales a punto de soplarse, llamas, caos, lágrimas. Así parece esta mujer, tendida boca abajo y con el tono marmóleo de su piel quizá, suave.

Una mujer que se deja observar en tales condiciones, merece obviamente la admiración de las miradas ajenas. Su gesto impaciente aguardando que amanezca, sin que le inmute el frío de la ciudad, sin que las voces más próximas interrumpan aquel rictus de armonía; tiempo detenido en su mirada fija sobre los portones del ex templo de La Profesa, ahora llamado el oratorio de San Felipe Neri. Allí, cerca de donde las calles sólo quedan inundadas por la bruma noctámbula y el paseo de los caminantes vampirescos que parecen emergidos de las viñetas más desquiciantes; allí esa mujer que se congela con un aroma característico, su cuerpo despide un resabio a menta, una piel blanca que luce exenta de rasguños, sin mácula, libre de todas las culpas que los culpables de su propia cabeza esgrimen tan bien. ¿Dónde está el sosiego que dejaron los tiempos de la ciudad fundada sobre el islote? Acaso nunca ha conocido la calma porque desde siempre el devenir quedó manchado de sangre.

Los cabellos son largos, teñidos de caoba; están ligeramente húmedos y por lo tanto, unidos en mechas donde con atención, es posible atisbar pedacitos de hierba. Llevaba muerta quién sabe cuántas horas, pero cabe la certeza de que la trajeron, de que perdió la vida y el peso del alma en un sitio muy distinto al centro histórico. Imposible tratar de conocer las causas de a quien en los siguientes días se le conoció como “La desnuda de La Profesa”, aunque es sensato recalcar que no estaba completamente desnuda y que a pesar de todo sus espaldas mostraban la curvatura perfecta.

Al mediodía el gerente del viejo hotel Gillow llamó a la policía y un funcionario del Ministerio Público acudió a levantar la acta correspondiente. En la habitación 309 la mucama había encontrado los artilugios de un altar, al parecer de un rito satánico y en la tina naufragaban hojas de menta fresca. No había otros indicios que un ajado volumen, El libro de San Cipriano, velas de colores negro, amarillo y rojo, sal negra y un mortero donde se habían machado semillas de linaza con ceniza de lo que luego el peritaje determinaría como de huesos humanos.

La desnuda de La Profesa se registró en el hotel como Dora Alcindo, de ocupación empleada de una empresa de diseño que declaró llamarse: Corazón & Vacío.