El director de teatro de origen francés, Jean-Marie Binoche me respondió alguna vez que el “humor” es una arma tan letal como cualquiera. Es obvio que la propuesta de Binoche no tiene lo novedoso por ningún sitio, pero aquella charla transcurrió más o menos así…
¿Teatro para señalar?
Siempre nosotros no hacemos teatro por el teatro, queremos dar un contenido, es nuestra labor teatral, no quiere decir que es panfletario ni nada de esto, se trata de hablar de las cosas con mucho humor, con máscaras. La gente se ríe mucho. Date cuenta que la más terrible denuncia de la guerra fue “El dictador”, un filme de Charles Chaplin y te mueres de la risa del principio al fin. Es un poco el propósito, de ese reír de temas muy serios. El público se ríe, goza, y en un momento dado se queda frito, como pescado.
¿El teatro guarda esa posibilidad, aún con la competencia de los “medios masivos? Me refiero a la denuncia.
Los medios hablan de todo esto pero de una manera muy de informe, secos, sin darle la vuelta al contenido humano y las consecuencias. Yo veo que en todos los periódicos se habla del desastre, de la catástrofe, peso así: relatando las cosas un poco aritméticas. Cuando nosotros... En televisión ejemplo, radio, prensa, hablan de las cosas como información muy fría y te dicen que hay unos cuantos muertos ahí, unos cuantos enfermos, que el SIDA está haciendo desastre en África, etcétera. Cuando nosotros estamos más cercanos al hombre, a su cotidianeidad, esto no implica que nos alejamos de las estadísticas, no; estamos metidos en la vida, como todo el mundo. Pero el arma que tenemos es el humor; el humor es un arma diabólica. Realmente mata más que una bala.
¿Por qué provocar una risa puede ser más dañino para un régimen?
El hombre está enfrentado al poder en cualquier parte del mundo, está siempre atado al poder político, económico, en fin. Digamos que el hombre transeúnte, el hombre raza, está enfrentado a eso. Entonces va a usar la sabiduría popular para pasar entre las líneas, entre las gotas y poner el dedo donde no, en el lugar en que está prohibido tocar. Y ese es nuestro papel. Nuestra labor es señalar, decir al público: miren lo mal que estamos viviendo. ¿Y por qué llegar a esta tierra para vivir mal? Podríamos vivir mejor, es el tema central de todo nuestro trabajo. No hay razón para vivir mal, llegamos a nuestra tierra y el niño recién nacido cae en un desmadre, en una catástrofe ecológica y de todo tipo. Uno quiere proteger a los hijos, a los niños, pero todas maneras está metido como todo el mundo. ¿Y qué viene? Cada vez hay más sequía mundial, la falta de agua. Pobrecitos los niños que nacen, y por culpa de nosotros.
Y allí podemos entrever una función “social” de las artes...
No. No hay banderas, esas están en el bolsillo. Pero saca la bandera y de qué sirve.
¿No se trata de predicar en el desierto?
Nunca. Porque dices una cosa y siempre se va a convertir en un granito en la conciencia y esto un día, sé, por ejemplo, en mi caso. Me acuerdo de cuando me decían mis profesores en la primaria, cuando te dicen una cosa que te parece, cincuenta años después dices: huy, ahora entiendo. Quiere decir que es útil. No queremos hacer un teatro utilitario, esnob, sino conmover, sacudir la palma para que el coco caiga y “poc”. Para despertar.
Ha sido siempre la misma propuesta teatral.
No. A medida que avanzas en tu oficio vas afinando y ahora estoy convencido que este es el camino, cada quien tiene su manera de ver. La gente que hace teatro para divertir, hasta ahí nomás; otros para llorar, o para gritar, tragedia, drama, comedia, de todo. Pero en mi caso, quiero dar una vuelta a la vez poética —la poesía tiene su lugar— y hablar de la contaminación, sin tener que señalar a la gente, eso no sirve. Porque dicen: “Ah, otra vez”. No, no. La poesía te eleva la conciencia colectiva e individual. Es nuestro camino.