jueves, septiembre 27, 2007

Marcel ingresa a Pere Lachaise

Tenía ochenta y cuatro años y legiones de admiradores en el mundo entero. El mimo francés, el escapista de las garras nazistas, el admirador de Chaplin, el mago que hacía brotar alegrías y carcajadas, ayer fue sepultado con las exequias dignas de una personalidad de su talla. Su ataúd estaba cubierto con la bandera francesa y al mimo judío-francés le valió una despedida llena de sentimientos porque su majestad, el mimo, tenía un don exquisito: un cuerpo que transmitía cualquier sentimiento que en muchas ocasiones, sólo requería de trazar movimientos que parecían simples y con ello, lograr la atención de las multitudes que nunca permitieron una butaca libre en los teatros donde él se presentaba. Marcel Marceau descansa en la paz que prodiga la fama de Pere Lachaise, nada menos que en uno de los sitios más célebres pero quizá menos visitados, aunque está sugerido en los recorridos turísticos de la capital francesa.

Marcel Mangel ha muerto, pero el hombre que se hacía llamar Marcel Marceau y que maquillaba su rostro de blanco se quedará por mucho tiempo en el imaginario del público que alguna vez tuvo la oportunidad de disfrutar sus actuaciones en vivo. Allí permanecerá el recuerdo fiel, hasta que el último ser con memoria pueda elaborar una frase con palabras… para cuando eso se olvide aún faltará tiempo y entonces, surgirán los incrédulos que no den crédito al enterarse que un hombre que no hablaba, que no manejaba acrobacias, que no tenía un cuerpo formidable, que no se refirió específicamente a la política o al sexo: ese, pudo atrapar la admiración y la devoción de quienes lo siguieron en las funciones. ¿Un mimo con tanto poder? Un mimo, sí.

La ceremonia de sepelio transcurrió en calma, pero ahora, seguramente, el bueno de Marcel no va a descansar en paz, por muy Pere Lachaise que se trate. Y es que veámoslo de esta forma: los que han podido alimentar su ego con una colección de tintes románticos, saben que caminar por un cementerio famoso, donde se guardan los despojos de los que en vida tuvieron la admiración, la fama, la fortuna y el carisma, es uno de los pocos caprichos que permite el dinero. Y si la frase de Víctor Hugo constata al viajero con aquella aseveración de que: “París vale una misa”, los cementerios históricos de la Ciudad Luz no se quedan atrás.

El cementerio es famoso por obvias razones: guarda los restos de una pléyade capaz de dejar mudo a quien sabe de ciencia, música, literatura, danza, teatro, cine… ¿y para qué seguir? ¿Le dicen algo estos nombres: Guillaume Apollinaire, Honoré de Balzac, Georges Bizet, Frédéric Chopin, Alphonse Daudet, Isadora Duncan, Georges Melies, Heloise y Abelard? Bueno, si yo fuera un célebre fantasma (es más factible creer en fantasmas que en muertos vivientes) arengaría a mis compañeros de eternidad para que, luego de recibir al mimo como se merece, decirle: “A un lado de la tumba de Oscar Wilde te dejamos la mesita con maquillaje y la función empieza a las nueve en punto; porque a las once canta Jim Morrison”.

Si usted desea realizar una visita “virtual” al famoso cementerio, sólo escriba en la barra de su buscador de Internet: pere-lachaise.com. El sitio ofrece panorámicas, mapa, tumbas de famosos y avenidas. Ofrece dos idiomas, inglés y francés.