Son noventa y cuatro minutos de narración, realmente pocos como para condensar las varias historias que se narran en la cinta “Las mantenidas sin sueños” (2005) de los jóvenes cineastas argentinos Vera Fogwill y Martín de Salvo. Pero de una historia no poco sencilla —una madre adicta a la cocaína que es cuidada por su hija de nueve años— viene una trama bien armada que mantiene al espectador en guardia, a la expectativa de cómo se desenredará la madeja que comienza cuando la desobligada Florencia (papel interpretado por la directora Fogwill) sabe que está encinta y acude a su madre para que le pague la práctica de un aborto. Cosa que no sucede, pues el dinero que era para el legrado, lo invierte en adquirir droga.
Sin duda en la cinta se plantea la encrucijada clásica de los cineastas que apuestan por contar su película desde el principio y no caer en los riesgos de entregar un material de lectura tediosa o lenta. La misma Vera Fogwill ha declarado que hacer cine en cualquier parte de Latinoamérica es un lujo al que acceden cada vez menos creadores y por lo tanto, jugar al laboratorio fílmico siempre resultará tentar un riesgo como para no ver otra oportunidad en muchos años. “Las mantenidas sin sueños” empieza rápido, sin juicios ni éticas: allí está una situación extraordinaria (lo “ordinario” escasamente sirve para contar historias) y hay qué ver de qué forma intervendrán los personajes.
Realizada por cineastas menores a los treinta y cinco años —y un dato sólo muy accesorio, los dos forman pareja— la cinta que desde el principio no pretendía ser catecismo para mostrar lo malo a fin de optar por lo bueno, ha cosechado nueve premios cinematográficos; de los que destacan el de “.ópera prima” —“primera obra”. Y por supuesto, es una visión fresca, tanto que se les escapa una especie de número musical que pone el riesgo la narración de la historia en general, pero que dada su brevedad, el público le da un gesto de “escena inadvertida”. Lo que viene, es seguramente mejor para el espectador que ver la falsa interpretación (Play back) de una actriz Fogwill, que poco tiene que ver con los “falsos” tan creíbles, que últimamente ha visto el público, como el de Penélope Cruz en “Volver” (Almodóvar, 2006).
El filme aporta un reparto bien equilibrado y la actuación de Lucía Snieg (quien actúa el protagónico, “Eugenia”) una niña a la que hubo que acostumbrarla un año al trasiego de las cámaras, roba los corazones de los espectadores, además de robar también el tiempo de cámara. Esta pequeña actriz dota de ritmo a toda la cinta, porque es la mirada del espectador la que va tras ella, rompiendo pocas veces con el eje se seguimiento a las peripecias de otros personajes. Por Eugenia sabemos incluso hasta la existencia de un rubicundo gato, “don Tomás”.
“Las mantenidas sin sueños” muestra un Buenos Aires de pobreza, de una clase emergente lejana al espejismo boyante del presidente argentino Néstor Kirchner. Encajada en un edificio (que sólo por el acento y los usos de los actores bien podría ser como una vecindad mexicana) los vecinos tendrán qué ver con Florencia y Eugenia; y esto dota a la cinta de un carácter muestrario: la vecina cuyos hijos viven en Europa y ahorra durante ocho años para costearse un viaje y visitarlos (un sinsabor, otro, de la historia); el chico desobligado que vende droga (personaje gris, sin verdaderos aportes a la historia central); la amiga rica que no tiene más que sus quejas mentales (aporta una cierta dosis de humor chocante) y las abuelas de Eugenia, son un buen motivo para ver las propuestas del nuevo cine iberoamericano.
Quizá en el fondo la cinta no tenga mucha respuesta entre el público Latinoamericano, poco acostumbrado a ver un reflejo de su realidad en la pantalla grande, porque estamos acostumbrados a saber de abortos, de cocainómanos (y la decadencia que ello implica), de ancianos abandonados, de mujeres que buscan llenar un vacío a toda costa; pero no de escucharlo en el idioma. Aceptamos las tragedias siempre y cuando vayamos siguiendo los subtítulos.