jueves, junio 09, 2005

Cultura que incomoda

En la mayoría de los medios informativos el tema de la “cultura” se parece a las facultades de filosofía que, pese a viento y marea, sostienen algunas universidades públicas. A veces nadie se explica la razón para que las secciones o segmentos existan, sobre todo cuando nos percatamos que llegan a fungir como un material de relleno, de segunda clase o tercera categoría. ¿Quiénes consumen esta información que da cuenta del vicio refinado de una sociedad?
Alfonso Reyes decía que toda revista o publicación que pretenda desterrar de su contenido toda información que no sea la de índole cultural (entendida como el ejercicio y la crítica de las bellas artes), lo hace bajo un peligro único: que la lean exclusivamente los cuatro gatos que escriben en ella. El huevo y la gallina o quienes trabajamos para esta rama de la comunicación debemos entender que representamos un sector de lujo en este país de contrastes. O para decirlo de una forma incómoda: a las empresas les resultamos un gasto oneroso, pero nos sostienen porque todo medio que presuma de “completo” debe cubrir las posibles demandas de un lector plural... o bien atender a un sector que se aproxima al olvido.
El dilema de sostener o no a las secciones escasamente rentables —no olvidemos que ante todo, una casa editorial, una televisora, radiodifusoras y ahora portales electrónicos son empresas— se puede responder con dos argumentos. El primero es poético, de corte romántico. Yo lo he escuchado en boca de varios escritores que pretenden responder el por qué se escriben historias nuevas si existen ya cientos de ellas y de calidad probada. La explicación hace parangones con el paisaje, si existen montañas deben existir campos, riachuelos, prados, arbustos, etcétera. Pongan a los Alpes suizos sin una gota de verde, y ¿a ver si son tan espectaculares?
Hacer del conocimiento público el quehacer artístico y cultural de una sociedad determinada, el segundo argumento, también sirve para obtener el verdadero pulso de la vida cotidiana, social, política y económica. En la medida que un gobierno financia proyectos culturales y sus gobernados los consumen, podemos explicarnos hasta dónde la planeación educativa y el nivel de “gusto” son tangibles y hasta dónde son parte de un discurso. Es decir, si los recursos destinados al gasto que comprende los rubros educativos y culturales se aplican o no.
Por eso, cuando un gobernante del nivel que sea, hace una obra en beneficio de la comunidad artística (y por ende, redunda a la sociedad en general) lo último que debemos hacer es agradecerles el gesto como si de sus bolsillos hubiese salido. Ellos no cumplen con ninguna dádiva, más bien es parte de las obligaciones que comprenden su administración. Así como hay partidas de presupuesto destinadas al sector salud, también las hay para cultura.
Otra especie de trompo en la uña es la especialización. Las escuelas que forman comunicadores son relativamente nuevas y el oficio aún no logra cristalizar en un ejercicio profesional. Esto motiva a que las secciones que atienden a lectores específicos siempre estén pendientes de un hilo: medio ambiente, ciencia, finanzas y cultura, por mencionar algunas. Y cuando estas llegan a peligrar, los argumentos para defenderlas son nulos ante la cuestión de que si generan o no ganancias. Las fuentes políticas, de nota roja, oportunidades, espectáculos y la insensible sociales, jamás corren riesgos.No se trata de enumerar los males por lo que el periodismo cultural atraviesa; pero sí hacer conciencia de que por mínimo que sea, cumple una función necesaria. Y es que nuestra lectura cotidiana puede llegar a prescindir de enterarse sobre el virtuosismo de un violinista o el pulso decidido de un pintor... total, ignoramos hasta el nombre de los científicos que se parten la existencia por mejorar la tecnología que nos facilita la vida. Pero es precisamente ese y otros faltantes, los que producen una ceguera que impide la ilusión de comenzar a idear un mundo apacible.