jueves, septiembre 15, 2005

El país que viva


El tricolor, la bandera y los héroes mexicanos los tenemos impresos en el tuétano. No sabemos sus vidas cotidianas, si cagaban de aguilita o eran borrachos o mitómanos; si los hombres madreaban a sus esposas o si ellas les ponían los cuernos. Podemos ser mal intencionados y pensar que la corregidora veía con otros ojos al cura, que la güera Rodríguez, que el señor Humboldt, que los ilustrados de entonces, que los sobrinos de Morelos. Y no pararíamos de contar el esplendor de veinte siglos, como se llamó a esa magna retrospectiva de arte mexicano.
Y a partir de este medio día las biografías de los que nos dieron patria y libertad ya se habrán repetido tantas veces que llega el momento en que dejan de ser interesantes. Una cursilería que sólo es posible aplacar con unos tragos de tequila, pozole, antojitos y mucha enjundia. Mariachis, qué galanura; chinas poblanas, de buena nalga eso sí; chiles en nogada como los mismísimos que prepararon las monjas al señor emperador Agustín de Iturbide. Fiesta, porque cómo se nos crece el pecho por el orgullo de ser mexicanos. Claro, ¿a poco no se han deleitado con los promocionales televisados por la Secretaría de Turismo? Esas tomas aéreas de Querétaro, Guanajuato, Aguascalientes, el puerto de Veracruz, hasta dan ganas de pararse del sillón y cantar el himno nacional. Y las playas y las sierras, y las cascadas, y uno se dice: “Ah chingá, pues es cierto, esto es México”.
Y a veces uno cree que hay instantes como para olvidarse de la pobreza de setenta millones. Del cinismo presidencial hasta el de todos los ministros, legisladores gobernadores, alcaldes... toda esa punta de rufianes que se amparan en la Constitución y pretenden seguir engañándonos y tienen muchas agallas para robar y hacer sus trueques; para limpiarle el culo a los narcotraficantes; para besarle la mano a los curitas comesantoscagadiablos pero no para darnos la cara, para explicarnos cómo es posible que el país anunciado por Turismo no es el mismo en que vivimos. No saben decirnos cómo es que la ciudad de los palacios, una de las más hermosas del mundo, está cundida por el miedo, por la impotencia, por el “cuídese usted mucho”.
Y esos no saben o no quieren observar que son un circo, una parvada elegida por sus mininos, por una minoría. O a ver, si no le tienen miedo a las cifras díganme qué gobernante, cualquiera de este país, está elegido por al menos el cincuenta por ciento del electorado, del padrón. A ver, si son muy valientes los señores que se paren ante nosotros, ante el verdadero pueblo sin los guaruras, ni los asistentes privados, ni el chofer. Que le expliquen a los miserables, a los que cruzan la frontera, a los ancianos olvidados, a los mendigos, a los niños en desnutrición, a los que hacen largas colas para una consulta médica, a los que se mueren por falta de atención, a los que aún caminan horas y horas para llegar a mal baratar su escasa siembra, a los padres de las niñas asesinadas en Juárez... ¿seguimos?
La primera vez que asistí a una sesión en un congreso local quedé estupefacto. Entró el gobernador en turno y todos esos pusilánimes que sólo entienden de embarrar las nalgas en un confortable sillón llamado curul se pusieron de pie y como si hubiera entrado el Nobel de Química o el de Literatura (bueno, el poeta ya se murió) a aplaudir los muy imbéciles. Vaya, si hubiera entrado Juan Gabriel, chance y se ganaba las ovaciones, o si hubiera sido la Chavela Vargas hasta yo me desgañito. El colmo.
¿Cuál México feliz y donde todos vivimos en el desmadre? Por favor, eso ya sólo es vendido por la televisión mexicana, la pésima, porque también hay dos o tres que valen la pena. Y que viva usted que trabaja, usted que hace de este un país aún posible, un lugar de verdad, usted que no necesita banderas o ver su nombre en las calles, usted que sí entiende lo que es chingarse para comer. Y que se mueran esos cínicos y si no que se larguen, que manden fundir a Tamsa todos los pinches monumentos de sus héroes fabricados, que les hagan un buque y hasta no verte Jesús mío.