Voy a comenzar con una historia o “chisme” que escuché mientras aguardaba el inicio de una mesa que trataría una especie de diálogos sobre literatura y realidad. Unas cuatro mujeres estaban a mis espaldas y una de ellas, con marcado acento inglés, relataba a sus compañeras que en Alemania, hace años, se había hecho una muy traducción de cierta novelita italiana que empezaba a cosechar grandes éxitos por todo el mundo. Los tratos de la editorial con la encargada de traducir del italiano al alemán, fueron pagar un porcentaje sobre las ventas. El libro, ya en alemán, se vendió rápido y cuando los pedidos sobrepasaban los cien mil volúmenes, aquellos editores decidieron contratar a otro traductor y hacerlo firmar un contrato en el que no pediría regalías y se iba a conformar con un pago único. El libro del que hablaban era la novela “Seda”.
Quizá hubiera sido muy, pero muy complicado tomar un vuelo que se desplazara desde la ciudad de México hasta Roma y de allí hacer un “puente aéreo” para viajar a la ciudad de Turín con la finalidad de preguntarle a su creador los motivos por los que se animó a fundar una escuela para escritores a la que llamó Holden (en homenaje a Salinger). Pero como su presencia estaba programada en la 19 Feria Internacional del Libro, pues fue más sencillo aguardar pacientemente a que los equipos de traducción simultánea recogieran las identificaciones oficiales —todos entregábamos la credencial de elector— y aprender, en un curso de veinte segundos, a usar los audífonos y el pequeño transmisor gracias al que los monolingües tendríamos la ventaja de escuchar, en español, al escritor italiano Alessandro Baricco.
No iba solo. Es decir, su intervención no estaba programada como para que fuera el único... de hecho ellos: Sealtiel Alatriste, Alberto Manguel, Carme Riera, el rompecorazones Baricco y Carlos Monsiváis se liaron en un sabroso diálogo sobre los alcances de la literatura frente a la historia. Un tema, que como se comprenderá, dio más vueltas que certezas. Unos se decantaron por el cine, al defender su acción como un arte capaz de mostrar fantasías que jamás podrán competir con la realidad de fuera pero que demuestran que hay cosas mejores o peores, como la imaginación. Pero sin duda el momento de interés llegó cuando el público empezó a escribir sus preguntas y Alatriste a leerlas: ¿Por qué no se lee? ¿Si hay más población alfabetizada no es una falacia saber que se lee menos? ¿Los escritores deben perseguir la fama y el dinero? ¿Qué hacer con los libros que no son libros? ¿El periodismo tiene la opción de convertirse en literatura?
Circo de tantas pistas, Carme Riera comentó que en su cátedra, en la Universidad de Barcelona, cuando inicia cursos acostumbra a solicitar por escrito, a cada uno de sus alumnos el título del último libro que han leído. No ocultó su sorpresa cuando dijo de memoria el que le había escrito una chica de diecinueve años: “Alimentos con fibra, evite estreñimientos” y ante las risas de los asistentes aclaró que entonces habrá de ir sentando las bases para decir qué es y qué no un libro. Posteriormente defendió el papel de la mujer como la artífice de la existencia de la literatura. “Los hombres quieren saber más del mundo de los negocios, pero las mujeres son quienes más leen novelas”.
Alberto Manguel, serio, adusto, comentó que la literatura permite la poligamia y defendió la postura de que se practica para entender mejor el mundo. “Hay que comprender que muchos escritores rápidos se han robado a Borges, a Kakfa y que gracias a spre, comentó que en la actualidad los jóvenes no quieren leer libros porque les gusta mantener su “virginidad óptica”. Y ante un divertido auditorio dijo que sí, que efectivamente el fenómeno de los libros rápidos, al vapor, está ganando terreno a la verdadera literatura y para dar un ejemplo que no se trataba de simple ojeriza comentó: “No veo a Carlos Cuauhtémoc Sánchez con envidia sino con rencor”.
Alessandro Baricco se frotaba las manos y arrancaba suspiros de las mujeres que se habían reunido para conseguir una firma. Ante una concurrencia atenta y tras corroborar algunas afirmaciones de Monsiváis, explicó que ninguna batalla, por inmensa que sea, por heroica, sería memorable si no existiera alguien que la contara. Apoyó las palabras de Riera —y con ello se ganó a los corazones femeninos que latían por él la noche del miércoles— pero agregó que las mujeres no únicamente leen más, sino que hacen todo mejor que los hombres. Y la literatura, ah, pues su explicación fue el pronóstico de que los seres contemporáneos ya no se dan tiempo para disfrutar las pasiones que exigen calma, lentitud. Es más rápido ver un filme que leer una novela.
Finalmente el escritor italiano defendió la postura de que existan libros “rápidos” y “lentos”. Bueno, es Alessandro Baricco... famoso, rico y a pesar de sus vaqueros un poco ajados, una camisa estilo polo y un descomunal reloj “deportivo”, sabe que su lugar, en la república de las letras, es incuestionable.