martes, diciembre 06, 2005
La de San Juan
Los redobles del tambor anunciaban que la pequeña retaba al equilibrio, que a pesar de su corta edad no le temía a las dagas que, abajo, estaban enterradas y los brillantes filos desafiaban al cielo. Prum, prum, “Y miren ustedes señoras y señores, la niña que camina sobre una cuerda y ahora se lanzará al trapecio mediante un triple salto mortal”. Prum, prum. La pequeña impulsó su menudo cuerpo. No había función, pero las palabras de aquella mujer animaban las acrobacias de su hija y las enseñanzas que el padre le brindaba en ese momento. Prum, prum. Las yemas de las manos de la nueva acróbata se mojaban, una, dos, tres vueltas impecables y cuando estaba a punto de asirse a la cuerda del trapecio el sudor, los nervios y el miedo hicieron una triada que la mandó al suelo.
Un grito que no alcanzó a terminarse porque del cuerpo de la pequeña emergían las puntas brillantes de las dagas. En el vientre, en el costillar izquierdo, uno que iba de su espalda a la clavícula y una última y certera que le atravesaba el cuello. El vestido pronto comenzó a empaparse. La madre corrió hacia donde su pequeña hija estaba convulsionando y al acercar su mano se percató de los borbotones de sangre. En el pequeño poblado de San Juan la noticia corrió muy pronto. Era inevitable. La niña había muerto durante aquella mañana en que el sol irradiaba tímidamente aquel diminuto terreno que había servido como pista de circo. La familia de los equilibristas ya no llegaría a Guadalajara. ¿Qué importaba perderse de trabajar en aquel gran circo si ya habían perdido a una de sus integrantes? Era casi el mediodía cuando el padre, auxiliado por algunos vecinos, comenzó a preparar la mortaja de su hija. En aquellas tierras de Nueva Galicia, en la Nueva España, era el año del señor de 1623.
¿Tenemos la certeza de que estos acontecimientos fueron ciertos? No podemos más que dejarlo a la imaginación… yo he agregado un tambor a la escena porque no me sonaba a verdadera la lección de esa familia de saltimbanquis novohispanos sin la presencia de una musiquita; prum, prum. Tener un ruido de fondo siempre le da más categoría a una historia que pretende influir cierto ánimo de especulación. Además, el que me cueste imaginar el resto de la narración no quiere decir que la leyenda pierda sus tintes románticos.
Debo imaginar lo siguiente: cuando la niña es llevada a una pequeña capilla hecha con adobe, los indios, la familia de cirqueros y algún español curioso se arrodillan para iniciar un rosario. Allí está el cuerpo de la pequeña, amortajado y los vivos, que tanto gustan de llorar a quien jamás se enterará del motivo de las lágrimas, están a punto de responder la segunda parte del padrenuestro cuando la india Ana Lucía se percata de que allí las cosas no están muy bien. Falta una imagen. Sin jesuses sangrantes, vírgenes de mirada estrábica y santos piojosos no hay devoción. Pues claro que sí, señores, para llorar con gusto la entrada de ese nuevo angelito al cielo hace falta una virgen.
Ana Lucía, hemos dicho que era india nativa de lo que ahora conocemos como la zona de Los Altos de Jalisco, trabajaba como esposa del que trataba ser el sacristán de esa humilde capilla. Pues ella sacó la imagen, en bulto, de una virgen y la colocó sobre la barriga de la inerte pequeña. Recordemos que todo se rezaba en latín. ¿Ya andarían en la letanía cuando se percataron que el cuerpecito empezaba a moverse? Milagro, milagro, la virgen, así de feíta y toda la cosa, había logrado (¿interceder ante Dios?) regresarle la vida a la desafortunada volatinera. La noticia de aquel milagro se esparció por toda la región: una virgen retirada, casi jubilada, pues la tenían en la sacristía porque estaba ya muy desmejorada (ya no añadiremos otro “ada”) devolvía la vida a los niños aprendices de saltimbanqui que morían atravesados por dagas de un filo impecable. Y se inició el culto a lo que después se conocería como la Virgen de San Juan de los Lagos.Yo no estoy en contra de las leyendas, son bellísimas; ni de los milagros, son imprescindibles. Y menos cuando se trata de una cuestión de fe, de devoción, de paciencia. Sólo he tratado de mencionar una versión de la historia que da origen a una creencia.