
Lydia Cacho nos ha demostrado, de este lado de las filas del periodismo y del lado de la sociedad civil, que decir la verdad siempre constituirá un ejercicio de fortaleza. Efectivamente, los demonios del Edén tarde o temprano iban a recurrir a sus brujas y hechiceros para que formaran el aquelarre que la condenara. Si personas como Lorenzo Meyer observan que se trata de la crisis política correspondiente a este final del sexenio, quienes no tienen acceso a los medios para levantar la voz se conforman con mirar el pésimo circo, el contubernio, la frecuente corrupción en el sistema público nacional y la cantidad de bajezas a las que se puede llegar con tal de defender los intereses de unos cuantos, pero bien poderosos.
Algo le debemos a la rapidez con que en la actualidad circula la información. Gracias a la tecnología el asunto de las grabaciones trascendió de un chismecito palaciego a un acontecimiento de nivel nacional. Cualquiera con proximidad al servicio de Internet puede escuchar las versiones en audio que proporciona el sitio electrónico del periódico El Universal y quedarse atónito, no por las palabrotas y maledicencias sino por el hecho que se trata de autoridades que entre risas y bromas ponen en juego la integridad de una persona y se despiden con la promesa de enviar uno y recibir el otro una pinche botella de coñac. (Y fíjese el lector que a pesar de este “pinche” el planeta sigue girando). Un “gracias mi superhombre por quitarme la pesadilla de encima” y los “me vale madres, que haga el escándalo que quiera”.
Y no está en vilo la seguridad de un país —como territorio— sino la afrenta a su parte ciudadana, a quienes conforman la nación. Una cosa es que el setenta por ciento de la población mexicana esté sumida en la pobreza y otra muy diferente que se trate de personas extremadamente imbéciles. Si el contubernio de autoridades y empresarios hacen tales desmanes en contra de una periodista, a quien por cierto pasan a raspar por su condición de mujer, como si continuara tratándose de un pecado (y dicen que los relamidos panistas son retrógradas), ¿qué se imaginan que pensaremos sobre la posible formas en que resuelven líos de mayor envergadura? Porque en este caso Lydia Cacho cuenta, a pesar de que las grabaciones sean deleznables, con el apoyo moral de todos los que diariamente se enfrentan al compromiso de decir la verdad, o al menos intentan expresarla.
Reitero, si por un libro, por una investigación periodística los presuntos agraviados se levantan en armas, ¿qué harán en el caso de los negocios millonarios? Aquí se ha lesionado a una parvada, cierto, y si entonces se nos ocurriera no sólo tocar a los cuervos sino a los buitres, ¿es un contrato previo con la muerte?.
Una de las aristas del problema a que asistimos no es la impunidad, la corrupción. Eso todos los sabemos, son vicios a la orden del día en un país que ha aprendido a sobrevivir de esa forma, que lleva casi dos siglos en que el soborno, el amiguismo y el clientelismo han sobrepasado cualquier intención de transformar la realidad. El discurso se queda muy, pero muy corto. El punto central es reprobar una actitud que engendra rabia, impotencia, porque es ver a los mandriles regocijándose de su despótico comportamiento; es asistir a la función del envilecimiento colectivo y enmudecer al ver que se defienden unos a otros.Yo coincido en que ningún poema ha frenado una batalla, pero confiero en que las palabras influyen en el ánimo y dan fuerzas. Si los sonrientes caciques piensan que unas cuantas líneas no mellan, Goliat miró con desprecio al enclenque David. Quizá una computadora no cambie al mundo, pero cuando unas manos pulsan el teclado, a veces, no siempre, a veces se trata de un acto que anima al pensamiento de los otros.