
Si la literatura fuera una cuestión de seriedades entonces resultaría muy aburrido animarse a abrir un libro; a veces me convenzo de que leemos orillados por la necesidad de conocer historias, de proyectar una especie de filmes en nuestras cabezas y es válido. Pero claro que hay de historias a historias, porque una novela de Virginia Woolf o de Clarice Lispector no puede ser muy divertida, una zaga de George Simenon tampoco sería lenta. Que si alguien se contenta con la españolita Corín Tellado, pues mire usted, hay quien está convencido de que sólo existe Carlos Cuauhtémoc Sánchez y no por ello el planeta ha dejado de girar.
Pero un hallazgo, al menos para los lectores que hablamos español, es el brasileño Moacyr Sclair, de quien ignoro si es famoso como médico, pero como escritor es bueno y necio, eso lo confirma una bibliografía que reúne casi los cincuenta títulos. Y es que hay que tener imaginación para componer una historia donde uno comienza por suponer. Claro, me dirá el lector que eso es muy sencillo; pero la facilidad se termina cuando hay que sentarse a escribir, a darle erre que erre con la tecla o con la pluma y entonces ya no cualquiera soporta contar una mentirota. Todos creamos, por supuesto, todos inventamos, pero la originalidad radica en eso, en mantener en vilo una historia común y creíble.
Y el médico Sclair metido a escritor tiene buena garra de oficio, ha sabido recuperar un tema común a todos los que tenemos que ver con la cultura occidental, seamos creyentes o no: la Biblia. Independientemente de las creencias, que tanto se respetan, es uno de los libros más bellos y completos creados por el hombre —hasta el momento es el único animal que hace libros— y uno de los más difundidos a través de variadas misiones, desde bélicas hasta amorosas. Por eso, partir de algo tan conocido, Sclair asegura que el mensaje puede ser descifrado por la mayoría de los lectores. En este caso, la historia comienza de una forma muy chabacana, un egresado de historia (¿qué me recuerda?) se percata que como tal no puede llegar muy lejos y como profesor, pues menos. Así que decide echar mano de sus artes para crear una especie de consulta “psíquica” donde analiza las vidas anteriores de sus pacientes. Nunca falta alguien que se dice reencarnación de Salvador Dalí, de Atila o de Mata Hari... y para un loco jamás faltará un abusado.
De entre los pacientes que buscan la ayuda del historiador metido a gurú, llega una chica que le asegura ser la reencarnación de una mujer que ha vivido en los tiempos salomónicos. Y en las páginas que vienen se desarrolla un muy sabroso experimento que mezcla un rescate del Jerusalén del rey Salomón (historia), la sensualidad de una chica que desea perder su virginidad a toda costa y un fundamental análisis de la fealdad. El segundo capítulo —o primero si es que se descarta la nota aclaratoria que redacta el historiador— comienza así:
“La fealdad es fundamental, al menos para la comprensión de esta historia. Es fea esta que les habla. Muy fea. Fea reprimida o fea furiosa, fea avergonzada o fea asumida, fea modesta o fea orgullosa, fea triste o fea alegre, fea frustrada o fea satisfecha: fea, siempre fea.
”Desde la infancia lo sospechaba, era fea. Las otras niñas del pueblo, bonitas en general, se negaban a jugar conmigo; cuando yo aparecía se las ingeniaban para escabullirse, riendo solapadamente. Pero si yo no era lisiada, ni tarada, ¿por qué huían? Era algo que veían en mí, pero no lo decían...”
Es obvio que el ritmo de la historia está lleno de sarcasmo, que se trata de una versión contemporánea, de una interpretación de aquellos tiempos bíblicos. En la novela La mujer que escribió la Biblia el lector no se encontrará con un documento o un calco del rigor histórico; pues si querríamos observarlo con lupa el libro tiene los modismos y giros lingüísticos que empleamos en la actualidad. Pero es una buena jugada, sobre todo para los más estrechos de imaginación, suponer que el gran libro, el gran documento, fue escrito por una mujer a que la censuraban unos ancianos. Y claro, una mujer fea como escupir la hostia el sábado de gloria.Disfrute esta novela, ¿la cuarenta y tantos? de Moacyr Scliar. Hay, para gustos y bolsillos, la edición de lujo y la económica y créame, la económica lo es tanto, al grado que le saldría más caro fotocopiar el libro que adquirirlo. Doscientas setenta y tres paginitas que se van entre risas y como agua.