lunes, abril 10, 2006

Pescado contra hamburguesas


Si recordar es vivir, mientras buscaba unos documentos (que no encontré), me topé con un boceto de crónica, o vayan a saber qué híbrido, escrito durante el viernes santo del año 2003. La versión original se escribió sobre una hoja tamaño carta pero doblado a la manera de cuaderno de forma italiana. Me sorprende el abuso del párrafo, la amargura religiosa y la falta de iniciativa... Hay datos curiosos, aún vivía Juan Pablo II...
“Nada qué ver pero como que en estas fechas vienen los accesos de bondad cuando no hay más remedio que asumirse como turista y entrar a un bar en algún recoveco de Coyoacán y tener necesidad de apurar un mal vino tinto, para no aguantar las bazofias cinéfilas de lo que exhiben las televisoras en estos santificados días. ¿A quién se le resbala con gusto el pedazo de bacalao —que todo parece indicar es un joven cazón o un viejo tiburón, pero hábilmente comerciado, seguramente, en una pescadería de La Merced—, bien mal empanizado cuando en la pantalla el morbo cristiano se nos deleita mirando cómo clavetean al pobre de Jesús? Y ya lo sé, peor gusto el mío por comer pescado y beber un tinto. Pero qué le vamos a hacer si era lo más frío que tenía el de la barra y además me sabe. Total, que para mi atrofiado parecer gastronómico (ayer fumé más de una cajetilla) están peor los gringos que tengo en la mesa de enfrente y eso que ellos, protestantes y todo, se zumban una buena porción de carne freída en tanta grasa que ni falta añadirle brillo. Pero así se estila la vida en esta ciudad de los palacios, como dicen que el científico von Humboldt le llamó. Y vayan a saberse si en verdad lo que me pasarán en el tiquet equivale a un bacalao o voy a pagar las llagas del crucificado por haberme dado el lujo de engullir un tiburón seco o vayan también a contarme si se trata de un trozo del lomo de un pobre delfín, de esos que tan bien capturan y hacen pasar los pescadores como equivocación en el ejercicio de sus funciones. Que la tradición manda ni qué negarlo. Y eso que el catolicismo está en crisis y que el pobre Papa de Roma —con su penuria de salud y todo y ese tembeleque que no se le quita ni pidiéndoselo a san Pedro— ha disculpado la tentación de la carne, pero hasta a los más pobres les sarna la mano si por estos días tienen que poner a remojo las lentejas. Tortas de camarón con romeritos y nopales, para los de buen diente y monedas en el bolsillo o en último de los casos un surimi con mayonesa y cebolla picada. Pero que nadie se quede en el pecado. Al final, parte del chiste es atragantarse, sólo o en familia pero viendo la obscenidad de un cuerpo lacerado y creyéndose tanta barbaridad de mitos que tan bien han sabido inculcarnos los cineastas. Vale que si la pena rueda al monte, como decía el poeta granadino. O me negarán que los rechonchos prelados Onésimo Cepeda, el care-perro (como un anticlerical amigo mío le ha puesto al primado de México) o mi local Sergio Obeso —para no dejar atrás a la patria chica— le hacen el feo a un buen platazo de zarzuela de mariscos cuando en el nombre de Dios se han gastado la saliva para decirnos que hace tantos mil años los romanos hicieron de las suyas con el pobre Galileo.”