lunes, noviembre 06, 2006

Exclusivo cambio climático

El cine ideado en los estudios de Hollywood comenzaba o se atrevía a contarle al resto del mundo sobre las posibles catástrofes que se avecinaban. Pero como ellos, a diferencia de la prestigiada revista Science, contaban con un aparatoso presupuesto de millones de dólares sólo para lograr que las cosas —aunque fueran desgraciadas— se vieran “reales”, la población se dio a preguntarse si lo que miraban en la pantalla alguna vez sería verdad o sólo era parte de la ciencia ficción. Aunque los científicos ya lo venían anunciando, fue hasta que los seres comunes, corrientes y vulgares que también somos el resto, caímos en la cuenta de lo que resultaría de este planeta a consecuencia del deterioro ambiental; pero como los cineastas nos lo contaron al revés, la metáfora que se nos quedaba era esta: se nos heló la sangre.

Pero los entendidos ya lo aclararon, al contrario del “Día después” y la cómica “Era del hielo” en el futuro no tendremos demanda de bufandas sino necesidad de palmeras que, para cerrar la frase con otra exageración, estarán más que borrachas de sol. Y es que hasta antes de los anuncios formales y serios, el tema de la ecología se miraba como la necedad de un grupo formado por exóticos que trataban de convencernos sobre adoptar alternativas naturales para continuar con las comodidades aseguradas en la vida moderna. Ellos, los otros, seguían con el berrinche, los pucheros y las rabietas mientras nosotros aprovechábamos los detergentes mágicos, la comida breve y rápida, la estrechez de un planeta que terminó en aldea, el desmesurado crecimiento del lujo plastificado gracias a una civilización que arrasaba hectáreas de selva en los países miserables para edificar edificios consagrados a las finanzas en las ciudades del mundo que todos anhelamos. Nuestro orgullo se ha transformando en depresión cuando advertimos lo poco que queda por arruinar.

Hoy, “cambio climático” aún se dice tan fácil como “calentamiento global”. Y quizá faltará tiempo para comenzar a comprenderlo, sufrirlo como obra, más que como frase. Porque ya entendimos que los movimientos en los grandes negocios (corporaciones y transnacionales) tienen la capacidad de afectar a la población de un continente; aunque seamos legos en temas de economía. Esa se trata de una lección asimilada casi a la manera de sentencia popular, como decir que: “Cuando la mula es pedorra, aunque la carguen de santos”.

Mañana, cuando aproximadamente la mitad de los productos del mar que conocemos pasen del congelador del supermercado a la caja de seguridad —pero acondicionadas ya con frigoríficos— y las opciones alimenticias sean cada vez menores y sesenta mililitros de agua simple, purificada, cotice los precios de una copa de champaña, quizá diremos que no merecemos esto. Entonces dejaremos los temas que todavía no parecen insultarnos para seguir a los enloquecidos mesiánicos con la ilusión de que nos conduzcan a un prado donde pastan las vacas y berrean las ovejas.

Por el momento, los mexicanos sabemos que gracias al mercadeo una botella con agua (600 mililitros) es casi tan costosa como un garrafón (19 litros). Porque está de moda andar purificándose a todas horas del día y en lugar de padrenuestros el cuerpo agradece más las bondades del líquido que brota de los manantiales. Pero también ya nos anunciaron que el costo de las manzanas —por un lío en las burocracias de importación— se incrementará hasta un cincuenta por ciento. Y como nosotros somos tan listos, pues en lugar de agua beberemos coca-cola y a las red delicius las cambiaremos por tejocotes.