lunes, mayo 28, 2007

Educar es un buen negocio

Foto: Pablo Cambronero

En noviembre del año pasado asistí a la presentación de una revista dedicada a cuestiones educativas y hasta la fecha, que yo sepa, no hay número dos. Los lanzamientos de nuevos materiales editoriales, como revistas, semanarios y hasta pasquines virtuales (porque de que los hay, los hay) son vistos: con simpatía, por cualquier lector; con fe, por sus editores y con escepticismo, por el gremio de editores y especialistas en “revistería” de ocasión. Y es que hay ocasiones en que surgen estos impresos gracias la concesión de una beca, a la ayudadita de un político, a la presión que ejerce un grupo determinado o al gusto de jugarle al empresario editorial. Claro, ¿quién no recuerda la famosa cinta del “Ciudadano Kane”? Soñar no cuesta nada.

La cuestión, en verdad, no se trata de echar de menos una revista que hubiera estado de más. Lo interesante fue que el número uno estaba promovido con la finalidad de llegar a los docentes que están contratados por escuelas privadas. Un lector bien focalizado y cautivo, ni duda cabe. Pero en los fervorines (discursos alegóricos, exagerados y barrocos) de la presentación, me llamó la atención que uno de los directores del nuevo medio —ya saben ustedes, esa manía de no confiar en una sola persona y por lo tanto, inventar puestos y repartir medallas— se extasió con una frase que hizo temblar a los más sensatos: “Esta revista servirá para dignificar a los profesores, para que tengan un medio de expresión, de análisis” y de ahí ya se imaginarán el resto del discurso. Que los profesores son los forjadores de los futuros ciudadanos y bla, bla.

La educación sería más digna si los profesores contratados por escuelas que pertenecen a la iniciativa privada recibieran un salario digno. Pero una “escuela particular”, antes que un centro de educación, es un negocio redondo. Y no pensemos en las universidades o los institutos de prestigio, cuya relación calidad y precio es indiscutible. Prestemos atención a las miles de escuelas “patito” que abundan en todo el país y que cumplen con la tan amable misión de atender al sector estudiantil que, o bien no pudo ingresar a la educación pública, gratuita y obligatoria, o bien, se vio obligado a salir (ejércitos de reprobados, castigados, excluidos o tildados de “niños problema”). ¿Es negocio atender un centro educativo que recicla a los jóvenes no deseados en las escuelas públicas? ¿Es rentable sostener una institución que ofrece educación superior a quienes, por su bajo rendimiento escolar, no pasaron un examen cuya verdadera finalidad era la de marginar?

La proliferación de licenciaturas, maestrías y doctorados que ofrecen los institutos particulares, aunque están constreñidas por los famosos REVOES (reconocimiento de validez oficial de estudios), son de una calidad que se debe analizar a fondo. ¿Y todavía hay quien está dispuesto a invertir en una formación que se inventaron unos cuantos profesores, con tal de que sus cuentas bancarias lleven más ceros a la derecha? Hay gente para todo. Y en el Distrito Federal, por ejemplo, una de las tantas universidades particulares ofrecía la “Licenciatura en administración del tiempo libre”. No es broma.

¿Para qué se continúan los estudios de nivel superior? ¿Para ser “licenciado” o para adquirir conocimientos, destrezas y habilidades que se aplicarán en la vida laboral? El papel de la universidad privada en México no es precisamente el de dotar “universalidad” al alumnado, pero el mito de que acudir a la escuela es para obtener un rango de vida mejor, hace que proliferen estos negocios y provoca la existencia de “licenciados”. Y estos sujetos, como están mal preparados pero no son tontos, convencerán a sus padres para el financiamiento de una maestría y si la escuela “patito” se avienta, pues igual hasta el doctorado. Y tenemos ejércitos de alumnos y profesionistas de oropel en un país que no está generando empleos, digamos, dignos, pagados y pensados para que los realice un señor licenciado.

Creo que esto no lo decía la revista, que para ser franco, estaba editada de una forma muy mona. Y costaba, creo recordar, la bicoca de treinta pesos. No está cara y si tomamos en cuenta que el sueldo promedio de un profesor de escuelas privadas es de sesenta pesos por hora (y sólo muy pocos llegan a tener un máximo de 20 horas a la semana), pues si se compraban la revista hasta le alcanzaba para su coca cola.