Foto: Pablo Cambranero
Las familias mexicanas que ayer celebraron el “día del padre” no tomaron en cuenta las declaraciones de la sensual y provocativa cantante Concha Buika, para quien eso de nominar al hombre y a la mujer por la dotación a la que cada uno regaló la madre naturaleza, pues no tiene méritos. La Buika se dejó preguntar por la inquisidora Karmentxu Marín; la periodista echó: “En su definición de ‘bisexual, tifásica y tridimensional’, lo que menos entiendo es lo de trifásica. La cantante respondió: “...no creo en los sexos tampoco. Me parece que a todos nos gustamos todos”. (El país. Junio 17).
Si Concha Buika hubiera realizado esas declaraciones para un medio mexicano, pues ya sabríamos el destino de sus palabras: no más allá de los comentarios escandalizados de las cotorras y mamarrachos que conducen los programas dedicados a la vida y milagro de los artistas y ya. Pero es que los oficios de “padre” y “madre” no sólo han conocido las mayores variaciones en las últimas tres décadas, es que los “roles” que se asignaban a cada palabra son tan difusos o están tan por redefinirse, que nadie en su sano juicio armaría un dios-es-cristo sólo porque una mujer divorciada y con dos hijos, se escape algún fin de semana a la casa de su novia y, de paso, la novia del padre biológico sea quien atienda a los chicos.
Unos dicen que a ese tipo de aperturas se le debe llamar libertinaje, “locura” o desfachatez. Porque hay las personas que el pleno 2007 y como habitantes de importantes núcleos urbanos, donde se supone que la tolerancia es una exigencia para convivir con los prójimos y los próximos, quisieran revivir los antiguos métodos de la santa Inquisición y mandar a la hoguera a las personas que no tienen empacho en declarar que tratan de encontrar la felicidad, pero de una manera distinta a la que marcan los cánones establecidos por una mayoría. ¿Mayoría? Si esa aparente generalidad es la iglesia católica y el estado conservador, entonces, al menos en México, es un “todo mundo” ficticio... un país con millones de devotos a la virgen india, la santa María de Guadalupe y sus santones locales; pero no un país católico... una población que gusta de reyes y reinas carnavalescos, pero una población que sólo admite sus filiaciones políticas cuando hay un cambio de alcaldes.
La aparente “familia mexicana” (que se supone es la que nos enseñaron como “nuclear” y la que debe festejar días como de: la madre, el padre, la familia) es, en práctica, un mero discurso. Es un invento, como los unicornios. Quiero decir que es real sólo a partir de las mentiras que se difunden en la televisión y bajo la forma de comerciales, o espacios publicitarios. Tan sólo observemos las campañas publicitarias de alimentos tipificados para la hora del desayuno: cereales, jugos y lácteos. En primer lugar es una dieta que no pertenece a la mayoría de los habitantes de este país (una caja de cereal de un kilogramo equivale al salario de uno a tres días de un trabajador promedio, según marca y características nutricionales) y en segundo lugar, ¿queda la posibilidad de pensar tan sólo en la “hora de la reunión familiar”? ¿A poco los ciento diez millones de mexicanos formamos “familias” con papá, mamá e hijos?
Decía una tía que las comidas en familia —atracones de parentela que elige una casa para efectuar la reunión— son las mejores, porque uno puede enterarse de las gracias y apuraciones de los otros miembros. La escritora brasileña Clarice Lispector, escribió un cuento genial a sazón de esto, se titula: “Feliz cumpleaños”. Pero esta tía comentaba que aquellas comidas suceden en paz mientras no existan los licores de por medio, porque ya encabrestados por los alcoholes, salen las verdades a flote: quién se acostó con quién antes de convertirse en honorable, quiénes se deben dinero; quién ha pedido la expedición de cinco tarjetas de crédito; quién mal vendió las joyas que dejó la abuela para largarse de vacaciones; quién es la tía solterona que hubiera tenido suerte metiéndose a monja...
¿Padres? ¿Madres? ¿O seres humanos que buscan, encuentran y se contentan con sólo vivir?