lunes, octubre 29, 2007

Dulce muerte o caduca vida

Grabado de José Guadalupe Posada

En su magnífico ensayo La calavera, Paul Westheim se permite una reflexión que creo necesaria anotar para dar rienda a algunas ideas. Se lee: “La carga psíquica que da un tinte trágico a la existencia del mexicano, hoy como hace dos mil y tres mil años, no es el temor a la muerte, sino la angustia ante la vida, la conciencia de estar expuesto, y con insuficientes medios de defensa, a una vida llena de peligros, llena de esencia demoniaca”.

¿Hasta qué punto el lector está de acuerdo con la aseveración de Westheim, escrita hace cincuenta y cinco años? Otro dato que me interesa anotar aquí es lo que se publica tres años antes de La calavera. A partir de 1950, el lector mexicano interesado en el tema de la identidad podía leer: “…la Fiesta mexicana no es más que un regreso a un estado original de indiferenciación y libertad; el mexicano no intenta regresar, sino salir de sí mismo, sobrepasarse.” Dos párrafos más adelante: “Muerte de cristiano o muerte de perro son maneras de morir que reflejan maneras de vivir”. Más adelante: “Nuestra indiferencia ante la muerte es la otra cara de nuestra indiferencia ante la vida”. Las últimas tres citas pertenecen al capítulo titulado Todos santos, día de muertos, del libro El laberinto de la soledad, de Octavio Paz.

Si nos perdemos en el tiempo, en las centurias y sus décadas, desde las crónicas de conquista, las de colonia, los libros de viajes (tan recurrentes durante el siglo XIX; sólo voy a mencionar un “caballo de mil batallas”, las cartas de madame Calderón de la Barca: La vida en México durante una residencia de dos años en ese país y que va de 1839 a 1842) y los primeros intentos por explicar a través de la antropología la conducta del mexicano, la festividad de “muertos” no escapa a la mirada de propios y extraños. México se transforma del caos social, político y económico a un país atiborrado de nociones indígenas, barrocas y pintorescas que mudan piel según las imposiciones de cada época. Si rasgásemos el tema de la cinematografía, una manera de documentar las pulsiones del siglo XX en adelante, los ejemplos serían innumerables.

Meses atrás, ya en este año dos mil siete, la revista Este país publicó los resultados de una encuesta que pretendía mostrar cuáles son los miedos que enfrentamos los mexicanos que vivimos en la primera década del siglo XXI. Los datos son interesantes porque hay un cambio sustancial en relación a la mirada de los científicos u observadores y analistas sociales que trabajaban con ideas y no con cifras. Recordemos que aproximadamente a partir de 1970, es cuando las humanidades empiezan a experimentar la incursión de las múltiples herramientas que proporcionan otras disciplinas de medición. Así, los miedos actuales, antes que la muerte, son la pérdida de la salud y del empleo, la inseguridad no rebasa a las categorías anteriores bien porque estamos más acostumbrados a sobrevivir con ella o bien porque tenemos la noción de que la solución del problema es distante.

¿Quiere decir que a pesar de todo ya no somos el pueblo que se angustia ante la vida, como apuntó Westheim o que actuamos con la indiferencia que recalca Octavio Paz? Es obvio que se trata de construcciones discursivas presentadas hace cinco décadas y que merecen una atenta lectura porque del México entonces presentado al contemporáneo ha corrido demasiada agua y sangre. Angustia. Indiferencia. ¿Miedo a la muerte o actitud ante la vida?

Sería pretencioso suponer que sólo a partir de unas cuantas preguntas y dos citas textuales podamos explicarnos un ideario actualizado. Pero quizá es un buen punto de arranque para iniciar el cuestionamiento sobre la defensa de las tradiciones que consideramos o nos quieren hacer considerar como netamente mexicanas. A partir de hoy y hasta el fin de semana es posible que se gaste tinta, papel y palabras en debatir el asunto. Yo estoy de acuerdo en la defensa de las tradiciones, pero no a través de la mecanizada comercialización de un eslogan cuya obvia limitación es repetir que se trata de una fiesta que nos pertenece, que es un patrimonio nacional y que el puente de Todos santos hay que aprovecharlo para vacacionar con la familia. Bonito pretexto colgarse de los muertos, que ya no hablan ni se defienden sólo para que nos justifiquemos los vivos.