viernes, octubre 26, 2007

Corrido del infortunio


Hacia los primeros años del siglo XX siete de cada diez mexicanos vivían en el ambiente rural. La alfabetización era una dulce mentira porque la mayoría no sabía entenderse con las letras y aunque la historia registra no menos de 80 publicaciones periódicas, el número de lectores era considerablemente escaso. La propagación de los acontecimientos en ese México de la trinidad Porfiriana: orden, paz y progreso; se lograba, para el pueblo en general, gracias a la tradición oral. Los corridos —bisnietos de romance español— hacían el papel de vehículos noticiosos y de seguros portadores de entretenimiento a la vez de escándalos; todo hecho digno de recordarse se iba componiendo en la memoria colectiva con añadidos aquí y allá... alguien le ponía tonada y otro música para que de pueblo en pueblo, feria en feria, el suceso llegara hasta las zonas más recónditas del país.

No se trataba sin duda, de una finalidad estética o preciosista. Sus mensajes eran lacónicos aunque compuestos en verso rimado. Para la investigadora Yolanda Moreno (Historia de la música popular mexicana), los temas del corrido comprenden una muestra de las vicisitudes de la época en que se originan: batallas, sitios, asaltos, hazañas, biografías de héroes de uno y otro lado de la contienda, traiciones, fusilamientos, cuartelazos y pronunciamientos aparecen reseñados. Cabe destacar que uno de los momentos de esplendor de este género tan popular se verificó a partir del movimiento denominado como Revolución Mexicana. Aunque en catálogos de letras de canciones —como el elaborado por el Colegio de México, allá por 1980— se rescatan demasiadas obras, anónimas en su mayoría, que datan incluso del siglo XVII.

¿Por qué razón se asocia al corrido, como una expresión de la cultura popular, con el movimiento de 1910 y sus consecuencias? Digamos que la revolución se trata del penúltimo periodo histórico de mayor trascendencia en la mentalidad del mexicano. Por una parte, el partido en el poder tenía necesidad de legitimar su permanencia en el mando a través de la creación de una mitología que fincara en sus héroes más inmediatos el objetivo de haber formado una “patria”. Y aunque este ánimo de tradición popular decayó hacia la década de 1950, en los libros de literatura se incluyeron sendos capítulos dedicados al análisis y propagación de estas expresiones. Una lenta incorporación de los entonces novedosos medios de información (radio, cine y televisión) fue aboliendo la tradición oral, sustituyéndola por el mensaje bien cifrado, aunque con otros códigos.

En la actualidad el corrido empieza a retomar su carácter de difusor cultural. Ya por los años ochentas del siglo XX esta forma de contar la historia es adoptada por grupos “norteños” y “fronterizos” para contar las hazañas de las bandas de narcotraficantes; luego vendría el auge de Los tigres del norte y Tucanes de Tijuana, por ejemplo, evidencia clara de que las compañías discográficas apostaron y fuerte, por proyectos de esa naturaleza. En el ambiente citadino, para el público más joven, surgieron agrupaciones de rock urbano quienes con tono desenfadado y mentadas de madre por doquier jamás pensaron siquiera en que se les concediera un espacio en programas de televisión cerrada o se les brindara al menos una décima parte del presupuesto destinado a la promoción de cantantes pop. Claro, se trató de gloria de un día o llamarada de petate; los norteños ganaron la partida. La revolución, es este sentido la musical, también llegó del norte.