lunes, diciembre 24, 2007

El taxi que no era el trineo de santa


No se trataba de “Rodolfo el reno”, aunque tenía la nariz muy enrojecida y es raro, porque según me explicaba un ingeniero químico que de unas décadas a la fecha el método para destilar alcoholes ha cambiado y sólo por eso, la imagen del borrachín con las mejillas y la nariz rojas se ha desterrado del imaginario. Pero este parroquiano sí tenía aquellas características y además, pude constatarlo al cabo de unos minutos, se llamaba Rodolfo, aunque su camarada le decía: “Ora, pinche Gordolfo”.

Los pasajeros del asiento trasero del taxi llegaron antes que yo. Pero el asunto fue así: vi estacionado un auto de alquiler a las afueras de un bar y aproveché para acercarme al conductor y preguntar si quedaba libre. Entonces Gordolfo, como si fuera patrón, me indicó que me subiera, que “ellos” me llevaban hasta el fin del mundo, si se me apetecía, claro; también si pagaba lo que costara el viaje, me dije. Esperamos poco más de ocho minutos y al fin apareció el amigo del simpático y rubicundo para indicarle que el ambiente de ese bar estaba muy desanimado, que las muchachas estaban muy feas y que se veía que la botana sólo eran cacalas con salsa. Impensable que allí siguieran la fiesta. Supuse yo que estaban festejando el trabajo de parto de la virgen María o el cumpleaños de alguno de ellos. Iba a dejar mi lugar del asiento delantero para sortear otro taxi cuando recordé que más vale maña que tiempo perdido: “¿Vas a escribir tu columna de mañana sobre la importancia o la impertinencia de la Navidad?”

Entonces acepté hacer de copiloto del complaciente taxista. Ya con el auto en marcha les corroboró: “Les dije, carnalitos, todas las pinches cantinas donde se pone bueno [el ambiente, la fiesta], están cerradas. ¿Qué se pensarán los dueños?” De la convulsa avenida Lázaro Cárdenas partimos rumbo a la zona de Los Sauces y en ese peregrinaje comprobé que Gordolfo era el personaje tacaño de aquel par. La discusión comenzó porque no se ponían de acuerdo en quién iba a pagar la suma que comenzaba a generar la búsqueda de sitios donde pudieran ver “peluches” y echarse unas “cubas”. Los dos arrastraban las erres, las íes y el diccionario completo, pero al fin acordaron que Gordolfo iba a pagar los rones mientras que el otro se ponía a mano con el chofer, quien gracias a la negociación hasta se quedó con un excedente de cinco pesos, pero esto motivó otro pleito. “¿Tienes mucho dinero, cabrón?” preguntó el gordo, “No seas desconsiderado con el señor, ¿no ves que nos está ayudando a buscar la cantina?”. Pero el otro insistía: “¿Para que le regalas cinco pesos? Ni a mí me has regalado nada en tu vida y a él le das dinero”. El coloquio prometía sabrosas florituras verbales, pero llegamos al destino.

La cantina anhelada, la dulzura del ron deshaciéndose entre sus lenguas se trataba de una pesadilla. Estaba cerrada. Hasta yo, que sólo viajaba en calidad de testigo, me uní al colectivo: “No chinguen, eso no hace dos días antes de la Navidad”. Pero sí que se hacía y esto sólo demuestra que el espíritu de los previos a la Nochebuena ha invadido al sector cantinero que promete alegrías, muchachas y desplumaderos seguros. ¿Y ahora qué pasaría? La cuenta de los viajes —cinco en total— ya estaba saldada y si ellos no se bajaban allí, pues se generaría otra, que no estaba contemplada. Y para las pulgas del Gordolfo, pensaba yo. Parecía el fin de la aventura hasta que…

Gordolfo dejó escapar un grito al que siguió un salto. “Manito, llévanos aquí a la vuelta, ahí está La Chispita, compadre, y de seguro está abierta”. El simple hecho de imaginar la milimétrica circunvolución sobre la corteza cerebral y las neuronas del gordo, pues no era para menos que conmoverse. Supongo su desconcierto y la operación mental: zona Los Sauces+cantina cerrada+cercanías+La Chispita+que no cobre la dejada.

Y así fue: “Señor, usted que es tan amable, llévenos a La Chispita, yo le voy diciendo por dónde, total, que está aquí bien cerca”. Y tras avanzar dos calles, dar vuelta a la izquierda, una calle más y la última vuelta a la derecha, por fin, la cantina abierta y frente a ella, también el Bar Pepe´s ofrecía motivos para chocar las copas. El taxista dudó unos momentos: “¿En cuál los dejo, mis jefes?”. Gordolfo tronó enseguida y le dijo al compadre: “De una vez te digo, nada de llevar viejas a la mesa, nomás las vamos a ver de lejos y con eso”. El compadre aceptó a cambio de que su amigo invitara las primeras rondas: “Cuando yo pague es mi dinero y si quiero llevar una vieja, la llamo”. Y por fin entraron a La Chispita, abrazados, tambaleantes, arrastrando las erres, las íes y el diccionario completo.