viernes, enero 04, 2008

Reyes magos para tiempos de incredulidad

Una de las láminas del Breviario de Ratisbona, que originalmente fueron grabados, muestra en el cuadrante central una composición que, no obstante el paso de los siglos, aún resulta familiar para quienes tienen oportunidad de leer los códigos católicos. En total, intervienen unos nueve personajes de los que podemos deducir que cinco están emparentados con lo sagrado; esto lo advertimos porque detrás de su cabeza luce redonda, una aureola, distintivo para ubicar a los personajes divinos de los profanos, que se emplea en la tradición de la iconografía religiosa católica.

Aunque se trata de cinco áureos el lector debe apreciar más el detalle y advertir que hasta entre las figuras divinas hay clases sociales. Los personajes que aparecen en la parte superior de la composición son alados (son ángeles) y su aureola apenas tiene otro adorno que una circunferencia dentro de la otra. Justo debajo del resplandor de una estrella que sostienen los ángeles, una figura femenina (la única que aparece en la ilustración) está sentada y sobre sus rodillas descansa un niño vestido con túnica. La aureola de la mujer está formada también por dos circunferencias, pero entre el espacio que existe son pequeños círculos los que completan la parte del redondel que observamos, a manera de corona. El niño que descansa sobre las piernas de la mujer recibe un más detallado trato por parte del artista: su aureola no sólo está formada por dos circunferencias, sino que el espacio entre ellas se ha completado con líneas que delimitan zonas blancas y oscuras para crear el efecto de incesantes destellos.

A la izquierda de la mujer está un hombre que suponemos divino porque tiene una aureola semejante a la de ella. Recordemos la tradición que sólo se ubica a la derecha del padre, al hijo. Sigamos con las figuras “no divinas”. Si vemos de frente, de nuestra derecha a izquierda hay cuatro personajes que se muestran: un niño que sostiene una bandeja y luego un adulto arrodillado a los pies de la mujer. Este hombre, barbado y con túnica, sostiene las cadenas de un incensario, al lado, una corona se posa sobre un tapete. Seguido, un hombre barbado pero calvo ofrece al niño una corona, que está posada sobre un cojín. A espaldas del calvo, otro hombre al que distingue su corona, sostiene con una mano una rama del árbol de la mirra y en la otra una copa cubierta. La escena se trata de la adoración de los reyes magos…Los regalos que dice la tradición que dieron al niño son: incienso, porque es Dios; oro, porque es hombre y mirra, por que es rey (una resina de la que se fabrica un aceite con que se ungía a los reyes). Los reyes cuyos cráneos, juran, están en una urna en la catedral de Colonia.

Los historiadores del arte y los teólogos no se admirarían de la anterior descripción. Sin decirlo, sabrían que se trataba de la famosa adoración de los reyes o los magos, según cuenta el segundo capítulo del evangelio de Mateo.

Miles de padres irresponsables no han explicado a sus hijos que se trata sólo de una bella leyenda. Y por esa omisión, miles y miles de niños serán infelices, porque los hijueputas de los reyes no cumplieron con las peticiones de los desilusionados pequeños.