jueves, enero 03, 2008

Lo peor de la cazuela: guisarla y no comerla

Pintura: Miguel Ruibal


No era la dorada cava la que con sus burbujas dibujaba la felicidad en las copas de cada uno de los ganadores que este diciembre le pegaron al gordo. No se trataba que cada “cachito” les reportara unos tres millones de euros y una borrachera fenomenal, porque además las imágenes eran distantes. Los ganadores de sorteo allende los mares festejaron a lo grande y la suerte española pringó a varios puntos de la península ibérica. Los madrileños que tienen por amuleto al legendario expendio ubicado en Gran Vía, “Doña Manolita” y fueron a comprar allí su billete de lotería, pues no se arrepienten de haber sufrido las calamidades del céntrico “Madri”. Total, que siempre vale la pena atreverse a lo imposible con tal de quedarse al menos con tres millones de euros en los bolsillos.

Lotería. Uno de los versos de la Carmina Burana rescatada por Carl Orff dice que la fortuna es como la luna, unas veces arriba y otras abajo. Y como la diosa Fortuna es caprichosa, a los mortales nos gustan los reportajes donde se entrevista a los que fueron pobres y de pronto, tras un golpe de suerte, se convierten en menudamente pudientes (ningún sorteo de lotería hace ricos, groseramente ricos, a los agraciados). Es como asistir a la representación del cuento de la Cenicienta, donde invariablemente será la andrajosa la que tenga derecho a retozar en la cama del galante príncipe. Y ya repuestos del desencanto que provoca no haber comprado el número ganador, pues deseamos éxito para los ganadores y cada chango a su mecate.

Habrá que esperar unas horas o días para que la región indiscreta de la prensa comience a labrar la historia de los cinco dígitos: Cero-cinco-seis-siete-seis. El número que tenían los billetes de lotería vendidos en los Portales, del puerto de Veracruz y adquiridos por el gobernador Fidel Herrera. Cuenta la leyenda que todo ocurrió el último día del año que se fue y que el mandatario compró billetes y con el espíritu de santa Clos metido entre los huesos —aún faltaban días como para que se enterneciera por ser rey mago— regaló “cachitos” a los empresarios que lo acompañaban y a parroquianos de a pie. “La suerte del veracruzano” declaró el agraciado ganador a algunos medios.

La noticia no carece de interés y algunos dirán que “dinero llama a dinero” así como yo he usado de título un viejo refrán. Pero la malicia debe llevarnos a pensar en aquellos tertulianos que también echaron un vistazo a la misma vendedora y que por pagar otra cerveza prefirieron no seguir al llamado de la suerte. Esos son los que se van a tirar de los cabellos, qué tipos tan cercanos al rebuzno, qué tontos. Pero si nos ponemos en sus zapatos también debemos pensar que los pobres no tenían mucha alternativa; la leyenda confirma que justo el día treinta y uno de diciembre los precios de bebidas y alimentos en la zona de “Los portales” eran tan exagerados como decir que sólo el agua de tamarindo quita la sed. Una torta de pierna se vendía en ochenta pesos, una cerveza alcanzó los cincuenta. ¿Comer y beber o adquirir una papeleta de la Lotería Nacional?

¿Se pondrá de moda ir a comprar billetes de lotería la café La parroquia, de Veracruz? ¿Los asesores, siempre tan listillos, recomendarán al sitio como el “Doña Manolita” pero en versión jarocha? Y no fue nota del día de los inocentes.