miércoles, enero 02, 2008

20 años de movilización ciudadana (1988-2008)


Una catástrofe fue la que enseñó a los mexicanos que el régimen en que habían depositado no sólo su confianza sino que habían permitido con cierta resignación el cauce totalitario de sus destinos no tenía la fuerza suficiente para impedir las desgracias. El aparato priísta, el Gargantúa de los excesos o bien Saturno que devora a sus hijos no pudo —porque es obvio que se trataba de un imposible— evitar el terremoto que asoló a la ciudad de México, en 1985. No se trataba únicamente de poner en evidencia la debilidad del gobierno, sino de mostrar que sin la ayuda de la sociedad civil, la desgracia hubiera pesado aún más.

Tras la pesada y dolosa reconstrucción, el pronóstico era un cambio a muy corto plazo y en las tres posiciones: económica, política y social. Partidos como Acción Nacional ya comenzaban a perfilarse como una fracción que podía enfrentarse a la pesadez del aparato Estatal. Para la campaña presidencial de 1988 un candidato fue clave en el proceso del partido blanquiazul, Manuel J. Clouthier, él formaba parte de los nominados “bárbaros que vinieron del norte”. Se trataba de un panismo ya secuestrado por los empresarios de ala conservadora.

Por otra parte, la izquierda mexicana se vio coptada repentinamente por fuerzas que recién se habían escindido del Partido Revolucionario Institucional: Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo eran los que encabezaban el nuevo movimiento. Para los resultados de la elección presidencial ni ellos mismos tenían idea del fallo de la Secretaría de Gobernación: 51 por ciento de la votación favorecía a Carlos Salinas de Gortari (candidato del PRI), 30 por ciento al candidato de la coalición (Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional) y 15 por ciento al panista Clouthier. El juicio popular defenestró el resultado de Gobernación, pero en aquel entonces no existían tribunales electorales donde se pudiera mencionar o dirimir cualquier diferencia.

No pasaron cien días de gobierno cuando Carlos Salinas de Gortari asestó el primer golpe duro de su administración (con esto debemos recordar que las “inauguraciones fastuosas” no son invención de Felipe Calderón). El 10 de enero del año de 1989 se aprendía la máximo líder del sindicato petrolero, Joaquín Hernández Galicia, la Quina. A Salinas le esperaban las vacas gordas, subida de precio del petróleo, certificación de los Estados Unidos por la lucha contra las drogas y la firma de un Tratado de Libre Comercio con América del Norte que liberaría algunos monopolios de burocracia y corrupción existentes en México. El genio maligno resquebrajó las bases ya carcomidas e instauró su propia corte de corruptelas. A la mitad de su mandato, el 75 por ciento de los mexicanos opinaban que se trataba de uno de los mejores presidentes que había tenido México; pasado el levantamiento armado en Chiapas y el asesinato al candidato presidencial oficial, los nubarrones comenzaron a aparecer. Sólo a unos cuantos días de que Carlos Salinas entregara la banda presidencial a Ernesto Zedillo Ponce de León, todos los mexicanos nos ufanábamos en mentarle la madre al ex presidente.

Pero la herida quedó abierta, lo que logró Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 (que repito, fue por una escisión del mismo PRI y no por una renovación de la izquierda) demostró a los mexicanos que era tiempo de comenzar a decidir y que frente a las arbitrariedades del Estado ya no es posible quedarse callados.

Este año que comienza deben tomarse en cuenta los factores que fueron decisivos para tomar el camino que puede llevar a la democracia. Luego, quizá muy luego, vendrá la exigencia de cuentas limpias.