lunes, diciembre 31, 2007

Los balances del mal equilibrista


La vida también puede comprenderse como una novela. Esta primera frase del escrito es lapidaria o totalitaria, tal vez. Para comprobar hasta qué punto puedo rondar por la razón voy a ensayar las ideas que vienen a continuación.

Hoy perseguimos la manía de ejercer el derecho de la evaluación de los últimos trescientos sesenta y cuatro días. Los que suelen formularse “propósitos de año nuevo” se percatarán que las metas trazadas no llegaron ni siquiera a buen principio y como el olvido se trata del mal que asola a la memoria, el famoso corte de caja no se trata más que de un pronto balance a los tres meses que anteceden a esta fecha.

Si jugásemos al detective cinematográfico podemos cuestionarnos: “¿Qué hizo usted el cuatro de marzo entre las 20 y 23 horas?” Muchos quedaríamos sorprendidos ante la pregunta. En primer lugar porque la famosa noche de marzo quizá se trata de una de las tantas brumas que nos rondan en la memoria, uno de los numerosos espacios vacíos que no significan. Y es que nos ocurre que en general sólo aquellas fechas entrañables son las que se guardan y por lo tanto se conmemoran. El resto es parte de la sensación de cotidianidad, de repetición o de vacío. Y hagamos bajo esta sombra el ejercicio del balance y tratemos de encontrar los días trascendentes, decisivos, durante este dos mil siete. Los temas van de acuerdo a la jerarquía que cada uno decida.

Vida y muerte, son por sí mismos temas definitorios. Alfa y Omega, principio y fin de todas las cosas. Añadamos una pregunta a la somera reflexión: ¿Fuimos personas o personajes rendidos al Eros o al Thanatos? La construcción específica de un personaje literario no descansa únicamente en las atribuciones físicas, sociales y psíquicas que pueda tener; su importancia radica primero en la situación a la que se enfrenta y la forma en que soluciona el conflicto, sea para bien o mal. Por eso, antes de explicarse a un personaje es obligatorio conocer la disyuntiva que se plantea en el desarrollo de la historia a la que pertenece. ¿Qué sería de la Teresa de La insoportable levedad del ser al carecer del conflicto amor-sexo a partir de que decide cambiarlo todo por buscar a Tomás? Para los seguidores de Milán Kundera hay que recordar un punto de partida para que sucediera esta relación que implica pesadez-levedad: todo surge por la coincidencia.

Don Quijote y Sancho ni siquiera hubieran trabado la honda amistad si al hidalgo manchego no se le aflojan las tuercas y decide convertirse en caballero andante. Sin la locura quijotesca (el sobresaliente juego alterno que oscila entre Alonso Quijano/don Quijote) cualquiera de los personajes trazados por Miguel de Cervantes pierde relevancia. En Una música constante, de Vikram Seth, la reincidencia de volver sobre un amor tortuoso no se explica si el cuarteto al que pertenece Michael Holme pierde su interés en ejecutar “La trucha”, el reto que supone para los músicos esa incomparable composición de Schubert. La melancólica comodidad en que viven esos músicos radicados en Londres perdería la importancia que el autor plantea y el amor-desamor entre el violinista Michael y la pianista Julia se trataría, en términos colombianos, de una verdadera y pura berracada.

Y es que la literatura está plagada de parejas que alcanzan la celebridad por la razón de que deben aceptar las condiciones propicias o de infortunio para lograr su cometido: disfrutar o sufrir (Eros y Thanatos). Es por eso que los personajes-héroes solitarios nos plantean tantas variedades de posible interpretación, un tópico cada vez menos común pero a final de cuentas desesperanzador. Allí tenemos Nieve, de Orham Pamuk: Ka regresa a Turquía y la necedad o necesidad por Ipek involucran al periodista poeta en una aventura de la que no saldrá bien librado. Si esto se tratara únicamente de un acertijo propuesto en la nueva literatura —la producida en los últimos 30 años— puede tratarse de una señal equívoca, habrá que retomar a un escritor indispensable y acertadamente repuesto a la circulación, se trata del húngaro Sándor Márai quien con La herencia de Ezther (1939) arroja luces sobre el equívoco al que pueden conducir las relaciones afectivas que están signadas por la dolencia rancia.

Si la vida no se trata como una novela, de dónde, si no de la literatura, podemos acudir a la posible explicación de anhelo del mundo en que respiramos millones de hombres y mujeres. Pero es verdad, a mí este fin de 2007 me pesca inmerso en el tema del afecto-pasión-aventura-romance-apuesta-convicción. Hace un año me preocupaba la resquebrajada unidad del país que somos México; hoy tiro por la unión menos totalitaria y más simple, más pequeña, la pareja con sus uniones y fracturas. Los políticos y sus marrullerías, por hoy, que se vayan a la mierda.