viernes, diciembre 28, 2007

Inocentes, los de siempre


Esa fracción burguesa, chabacana y manirrota de la sociedad occidentalizada es la que hoy se gastará en bromas a sus semejantes quienes cándidos o estúpidos van a caer en las travesuras que conmemoran el día de los inocentes. “Inocente palomita que te dejaste engañar, sabiendo que en este día, nada se debe prestar”. Y todo a colación de que el inventado evangelista Mateo consignó en el capítulo dos de su relato un pasaje que ha provocado la imaginación y la calentura de castos y pecadores, allí se fantaseó con que unos magos provenientes de Oriente se apersonaron ante el cabroncísmo rey Herodes y le comentaron sobre el otro rey, “el verdadero”, que había nacido en una aldehuela próxima a la Jerusalén. Anden y rindan ustedes los honores necesarios a la investidura del niño-rey, después pasen a visitarme para enterarme del lugar exacto y pueda yo cumplir con las obligaciones de mi alcurnia.

“…Herodes, al ver que los magos lo habían engañado, se enojó muchísimo y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y sus alrededores, de acuerdo con los datos que habían proporcionado los magos” (Mateo, 2:16). Y a partir de tal cometido, cuentan que el emperador Cesar Augusto dijo que ante Herodes era más peligroso ser Hijo (Huios) que cerdo (Hus). Pero es a partir de que el imperio romano dictaminara al cristianismo como su religión oficial cuando el imaginario colectivo comenzó a generar las historias surgidas a partir de la Biblia. ¿Cuántas historias conocemos que tienen como punto de arranque la matanza que ordena Herodes? El tal “Mateo” ni siquiera se imaginaba que iba a consignar uno de los tantos actos sangrientos que se relatan pero que daría mucha, pero mucha cuerda a locos y a cuerdos.

Por eso cada veintiocho de diciembre, fecha en que la tradición calculó que había ocurrido la masacre, los burguesitos juegan a hacer inocentes a los tontos que caen en sus redes, otros burguesitos que aceptan la broma y buscan a otro sólo para intentar el desquite. Y la tradición marca que si es una prenda la que se solicita, o una cierta cantidad de dinero, se regresa junto con un caramelo y el recado bobalicón de la “inocente palomita”.

Mientras los juegos y las bromas corren, los verdaderos inocentes seguirán respirando en su pobreza. Como los esclavos disfrazados de albañiles que construyen los hoteles de gran lujo en la Riviera Maya. Ellos, campesinos chiapanecos que de pronto se engancharon tras el sueño de un trabajo mejor remunerado pero que terminaron en un infierno que cuando ellos abandonen, se convertirá en el paraíso de cinco estrellas. Del infierno al cielo; allí donde las manos morenas y las lenguas distintas al español edificaron lo que jamás será suyo, las tetas lechosas de las europeas y norteamericanas tomarán un colorcillo dorado.

Inocentes también los aproximadamente seis mil niños de Recife (noreste de Brasil) que llevaron su carta de Navidad a la oficina de correos y la adhieren a la pared, para que los ciudadanos puedan leer sus peticiones y en medida de sus posibilidades, cumplir con algún sueño. De diez mil cartas que llegaron este año, seis mil piden comida. ¿Quién carajo desea un caramelo cuando lo que falta en su casa es al menos una taza de harina? ¿Y los otros miles de santos inocentes que pululan en las calles de megalópolis como la ciudad de México? Niños de la calle, drogadictos, mendigos, locos y desesperanzados. A ellos que la propia vida les regale hoy con el recadito de la “inocente palomita”.

Y si se trata de evadirse, yo de “Los santos inocentes” prefiero quedarme con la novela de Miguel Delibes y luego, ¿por qué no? con el filme de Mario Camus.