lunes, agosto 11, 2008

Panchito de los espíritus


Olvidamos que hasta los inmortalizados sobre los pedestales de la patria fueron de carne y hueso y que si les venía en gana, pues hasta se cambiaban el nombre. Ocurrió con un tal Francisco Ignacio, nacido en 1873, pero que a la postre iba a cambiar el “Ignacio” por “Indalecio”, un nombre de origen vasco que significa fuerza y refiere a personas que poseen una mente expresiva. La cuestión fue más o menos así…

La moda entre las familias adineradas del siglo XIX fue practicar el espiritismo; esto quería decir que los seres de ultratumba se comunicaban con los vivos a través de mediadores o de “médiums”. Y tal como sucede con todas las modas, el asunto no sólo se constriñe a los cotilleos, sino que se publican libros y también revistas especializadas. Allan Kardec fue director y editor de una famosa publicación, la Revista Espiritual, misma que descubre un mexicano riquillo y la devora con avidez. Ya por esos tiempos, en 1891, Francisco Ignacio Madero estaba en París, aquel joven queda deslumbrado por el espiritismo y comienza a incomodarle su “Ignacio”, que se lo habían puesto justo en honor a san Ignacio de Loyola.

Un año después, el joven hacendado regresa a su país. En Coahuila comienza la boyante administración de sus propiedades; el añoro de su permanencia en la universidad estadounidense y las mieles parisinas no pueden competir con el tedio y la monotonía de su tierra, se dedica a tres cosas, en orden de importancia: el espiritismo, la equitación y la buena mesa. Y es aún joven cuando a la casa de los Madero llega un objeto inusual, una tabla Ouija, a la que todos lo integrantes de la familia consultan. Panchito le pregunta si algún día él llegará a ser presidente de la República, la tabla dice que sí.

Madero no era un tipo anormal, era una persona honrada y dinámica, pero desde entonces se empecinó en el espiritismo y en lo que le dijo la tabla Ouija. Su primer contacto con espíritus fue con el de Raúl, su hermano muerto. Éste le aconsejó que ya era hora de sentar cabeza y Panchito aceptó. Contrajo nupcias con otra ricachona, Sarita Pérez, acto que se festejó con jolgorio el día 26 de enero del año de 1903. Pero él seguía contactando con los espíritus, entraba en comunicación con familiares y amigos.

Su empeño rindió frutos. El día 16 de mayo de 1907 un tal “José” se comunica por primera vez con Madero. A partir de entonces, aquel José se convertiría en su guía, obvia anotación: espiritual y trabarán una, ¿inmaterial? amistad. “Pepe” y Pancho de arriba para abajo y quizá hasta intercambiaron opiniones sobre una entrevista que daría la vuelta en todo el país, cuando en marzo de 1908 se publican las famosas declaraciones que el anciano dictador mexicano, Porfirio Díaz Mori dio al periodista de origen norteamericano James Creelman. Lo central de aquella entrevista: el oaxaqueño ya se sentía viejo y admitía que miraría con buenos ojos una elección democrática.

En abril de ese 1908, Francisco y “José” se dan a la tarea de escribir un libro, mucho trabajo, demasiadas sesiones espiritistas que se ven coronadas en noviembre, cuando escriben el punto final. Enseguida lo contactará otro espíritu: “B.J.” y comienza el verdadero debate entre aquellos tres entendidos o ¿entre el vivo y los muertos? o ¿entre el loco y sus alucinaciones?

Madero cuenta entonces con 35 años de edad y cuando muestra el original del libro La sucesión presidencial en 1910, sus familiares le advierten que se trata de un acto temerario. No es una locura, porque él les revela que caminan a su lado dos buenos amigos, “José” que en realidad se trataba de “José María Morelos y Pavón” y “B.J.”, que no era otro que “Benito Juárez”. El libro se publicó y el autor argumentaba: “Dedico este libro á los héroes que con su sangre, conquistaron la independencia de nuestra patria”.