viernes, agosto 08, 2008

Ay, las olimpiadas

A partir de hoy y en las dos semanas venideras, la Reforma Energética y el narcotráfico pasarán a segundo plano en la agenda mediática y ciudadana del país. Los mexicanos estamos tan hechos a los momentos de algarabía que ganar o no medallas es lo de menos y la mayoría, que tiene acceso a la televisión directa, se divertirá con los comentarios de los analistas deportivos y las ocurrencias chuscas de los mamarrachos que viajaron hasta la capital de China para actuar en las transmisiones especiales. Todo será deportivo y no faltarán los obesos que confiarán en su voluntad para comprarse zapatos tenis e iniciar una vida sana.

Gracias a los noticieros los mexicanos nos enteramos que se llama Paola Espinosa la que fue abanderada del contingente nacional, es clavadista y sólo si gana una medalla será el orgullo de la patria. De lo contrario no pasará de ser una de las que se largaron a hacer turismo deportivo, como trataremos a los otros ochenta y cuatro atletas si no regresan con un colgandejo de oro, plata o bronce.

Dicen que en el deporte lo importante es competir. Pero en un país como el nuestro ese comentario no hace mella y el desencanto de cada dos años, que se alterna entre una Olimpiada y un Mundial de Fútbol, está a la orden. El fútbol es un caso aparte, los integrantes de la Selección Nacional están bien pagados y ninguno de los competidores sabe qué es ahorrar para viajar hasta donde los entrenamientos especiales o las competencias previas. Pero de estos ochenta y cinco representantes de México, ¿cuántos poseen un trabajo seguro? ¿Qué cantidad recibe un sueldo que le permita una vida con decoro? Ya veremos, si triunfan, las historias personales de cada uno.

No recuerdo el nombre del marchista que ganó una medalla en la Olimpiada anterior. Pero tengo presente la entrevista que le hiciera Carlos Loret en su noticiero matutino, quien veía al atleta con la mirada de los que le rinden conmiseración a su víctima. La de aquel joven, era una de las tantas historias de esfuerzo personal, de tesón, de quijotismo o necedad. La madre no lo alentaba a hacer más deporte sino a que trabajara, casi un: “A ver mijito, no sea guevón, que apenas si sacamos para la comida del diario y usté de soñador”. Aquel chico se transformó, de la noche a la mañana, en el orgullo de su barrio. Claro que se pudo, si los mexicanos somos bien chingones. Ajá. ¿Y luego?

En términos de la modernidad, ¿cuál es el mexicano más chingón, el que compite en las olimpiadas y empeñó hasta las suelas para alcanzar sus propias metas o el que se compró la televisión de 35 pulgadas y pantalla plana, sólo para ver las competencias desde la sala de su casa? Algo queda entendido y podemos inferirlo como una frase de lógica formal: sólo si ganan una medalla, los competidores olímpicos mexicanos que viajaron hasta China serán nuestros ídolos.

Efectivamente, la Comisión Nacional del Deporte cubrió los gastos del traslado y eso nos ha costado a todos. Ello nos da un breve derecho a exigir una medalla, pero acaso perdemos de vista que las comisiones parlamentarias que viajan al extranjero y no se hospedan en villas olímpicas también nos cuestan. ¿Y los viajes de los alcaldes, gobernadores, ministros y presidente? Y como en la buena diplomacia, pues no viajan solos; y como en la buena tradición, comen a sus horas y a dos nalgas. ¿Qué sale más caro, un atleta o un político?