domingo, julio 27, 2008

19 años de feria… mayoría de edad


Para cuando este artículo se distribuya en la versión impresa, serán exactamente tres los días corrientes de la XIX Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil que se celebra en Xalapa. Si fuera como los que nunca están conformes, entonces sólo tendría que anotar que jamás se debe agradecer a ningún gobernante el hecho de cumplir con su obligación, pues vigilar por la consecuencia y el desarrollo de las actividades culturales es parte del compromiso adquirido en el momento en que aceptan la estafeta de la administración pública.

Clap, clap, clap sólo porque desde el año de 1989 en Xalapa se celebra una feria libresca dedicada al público infantil y juvenil es aplaudir a los decoros que brinda la cultura planeada en grande. Aquí lo conveniente es recalcar que no basta con la buena intención de los últimos gobernadores de la entidad, sino reconocer los méritos de los equipos de organización que hacen posible el hecho de que una ciudadanía tenga la posibilidad y la seguridad de que cada verano, con puntualidad, las puertas de una sede como el añoso edificio del Colegio Preparatorio de Xalapa abra sus puertas para un evento que nos conviene a todos.

Incluso y para bien de los asistentes, eventos como las ferias de libros son convenientes hasta para los gobernadores. Desgrano la idea. Lo afortunado de una feria del libro es que los gobernantes sólo van a asistir al numerito de inauguración y ése no pasa de los sesenta minutos, la foto, el discursito, el corte de listón y un brevísimo recorrido. Luego se esfuma la corte de los mininos y para solaz y esparcimiento de los ciudadanos, nos quedan nueve días y medio para disfrutar de las presentaciones de libros, talleres, conferencias, mesas redondas, actuaciones artísticas y ofertas del mundillo editorial. La ventaja en Xalapa es que hasta la fecha no se cobra el acceso al recinto ferial (de libros) y el “plus” o el extra es que las actividades de esta XIX emisión no tienen costo alguno. Fiesta de libros y palabras, verbena popular.

Alguien me decía que aprovechaba estos festejos para ver, sólo por morbo, si lograba robarse un libro. No comulgo con esa opinión. Una feria de libros tampoco es un tianguis donde el vendedor se la pasa a grito pelón: “Llévelo, llévelo”. Y me parece que robar un libro en una feria de libros es como el que participa en una orgía y sólo por experimentar se atreve a picarle la cola al que está a un lado. Los que compramos libros, sea para leerlos o para acrecentar la biblioteca personal (en mi caso, adquiero más de lo que puedo leer), sabemos que las ferias son oportunidades para encontrar rarezas o para llevarnos a casa una decena de ejemplares que terminarán en el repudiado estante de los “pendientes”. Una costosa rareza que compré en la XIV emisión fueron los ensayos Estética de lo obsceno, de Huberto Batis (y que en mi país de lectores deben existir sólo otros 999 poseedores del mismo libro) y una necedad de la XVI fue una novela que hasta la fecha se resguarda del polvo gracias a la cubierta de celofán, Los cipreses de Córdoba.

Como lector, celebro cada emisión de una feria de libros. Como escritor, me deprime cerciorarme de la ingente cantidad de lanzamientos que las editoriales emiten cada año, quizá porque no hay un solo ejemplar de mi autoría y me pregunto, “¿Para qué sigo con la necedad de escribir si hay tanto y tan deseable?” Pero como no hay depresión boba que no cure la tarjeta de crédito, allí está el plástico azul y la firma inmediata.

Los lectores ya sabemos de estas mañas y deficiencias mayores. Los que apenas se inician, niños y adolescentes, deben atreverse a que una gota del veneno de las dudas entre por sus venas y que un libro abierto y leído, les muestre que las grafías sobre el papel no es la vida en sí misma, sino apenas palabras y palabras que juntas, los conducirán de la mano para creo, evitar el abismo de las generaciones a las que cuestionan.