viernes, agosto 21, 2009

Si no hay para tortillas, ¿cómo se mercarán las balas para el estallido social?

Imagen del google

La mitad de la población mexicana vive en la pobreza justo en el mismo país donde habita uno de los hombres más ricos del mundo. El hombre debe estar bien alimentado y dormido, sin juanetes en los pies y carente de dolores de tripa. Los pobres coleccionan más dolencias y necesidades básicas, pero de entre los perros y gatos que llevan en el costal también cargan desilusiones porque gobiernos van y vienen y ellos siguen peor, con más: hambre, ignorancia y olvido.

Los pobres de México no tienen a un fray Bartolomé de las Casas que les muestre que son tan dignos como el más empigorotado. A falta de defensores, también son bandera de los políticos y los acomodados que toman la voz de sus causas para aguzar a la buena sociedad de que ellos son demasiados y en cualquier momento les ganará la desesperación al grado que serán capaces de tomar las armas y emprender esa revolución tan necesaria.

Las buenas conciencias se sacuden. Les horroriza que esa población a quien tachan de “la indiada” se tome a pecho sus derechos de ciudadano y salga a la calle a exigir que se les cumpla. ¿Y con qué van a salir? En nuestra maltrecha historia patria sabemos que al cura Hidalgo lo seguían las turbas incontrolables, no los ejércitos libertadores. El desfile que precedía al cura del pueblo de Dolores apenas si tenía los suficientes machetes, iban más pertrechados con piedras y garrotes. La masacre en la alhóndiga de Granaditas, en la minera ciudad de Guanajuato, fue más una degollina multitudinaria, una revuelta popular, que una acción de guerra libertadora.

Cuando México ya es independiente y prende la mecha del plan de Ayutla, a los cabecillas se les hace rara la presencia de Benito Juárez. También se trataba de un indio, pero ese vestía levita, pese al calor infernal del puerto y pueblo de Acapulco. Entonces se nutre la leyenda de que dedujeron: “Si los licenciados ya apoyan a nuestro movimiento, es signo de que vamos ganando”. La masa ganó esa revolución de Ayutla, pero la pobreza no se extinguió, sólo murieron los pobres, como era de esperarse.

Y en el periodo revolucionario, ¿no fue el sector campesino, menos instruido que el obrero, el que salió perdiendo cuando el reparto se hizo efectivo entre los purititos caudillos? Allí están los grandes perdedores de los movimientos armados, la carne de cañón que va por delante y que ofrece su vida a cambio del sueño de que los hijos levantarían la milpa sobre la tierra ensangrentada. Una muerte gloriosa no es garantía de un futuro menos áspero.

Los pobres han defendido ciudades, como el motín de los habitantes de la ciudad de México, cuando la invasión norteamericana de 1847. También en el siglo XX cuando los estadounidenses pretendían invadir Veracruz, en 1914, fueron mujeres y niños los que hicieron proezas, los que repelían el ataque del enemigo. “Un soldado en cada hijo te dio”. Pero de aquellas acciones repelentes no guardamos los nombres, los detalles de los rostros desfigurados por la metralla o sus huesos rotos por la punta de la bayoneta.

Pero los defensores contemporáneos de los pobres no les explican que para hacer una revolución no hacen falta las ganas, sino la estrategia. Puede haber descontentos y estallidos localizables, pero ante eso, los duros se han acorazado tras un ejército servicial y en todas las entidades federativas, los congresos locales aprobaron ya una Ley de Seguridad Pública que está homologada a la federal. Esa ley, como todas, requiere la paciencia y la sabiduría del rey Salomón para determinar en qué momento se concede el derecho de intervención de la fuerza pública.

¿Un policía que teme a la turba puede razonar en qué momento debe o no puede disparar el primer tiro? La ley sólo dice ambigüedades y asusta, como los padres atemorizan a sus hijos con la cantaleta de que: si te portas mal, del rincón saldrá el Coco. Pero eso “coco” al que temen los niños puede ser cualquier cosa: un ente, un monigote, un producto de la imaginación. El que blanden las autoridades y los segurosos del Estado usa botas, casco protector y razona lo mismo que una pareja de recién casados en su viaje de novios, está armado y en resumidas cuentas, ese sí que se trata del pinche Coco.

Es verdad que la desigualdad es cada vez latente en las calles de cualquiera de las ciudades en nuestro país. La revista Proceso de esta semana entrega tres excelentes reportes sobre los índices de pobreza, las imágenes son escalofriantes, el hambre, la desesperación. Pero ¿un hambriento y casi desnudo tiene la táctica para repeler a uno que obedece órdenes? El problema lo sabemos todos, pero la solución no puede, no debe ser la violencia, porque en este país, hay un sector de la población que siempre terminará
perdiendo.