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En un lugar de tomar Viagra, un joven de unos veinte años decía que prefiere ingerir tres o cuatro copas de un bebedizo mágico: una parte de refresco energético, una parte de güisqui, un chorrito de licor amargo y hielos. Con eso se aguanta mucho en la cama, muchos más que con las pastillita azul. Eso le comentaba ese joven a los amigos que estaban embelesados, escuchándolo y le hacían preguntas como si se tratara de un programa de televisión que reparte consejos de belleza.
Juventud que prefiere refrescos energéticos con licor, esa mezcla que por cada gota endurecerá células del hígado para siempre, pero que no es muy importante porque, decía el experimentado joven, el efecto del endurecimiento es inmediato. “Se te pone ‘aquello’ como brazo de santo” les decía y de entre sus contertulios ninguno atinó en preguntar si había efectos secundarios, si hay que ser alérgico a algún componente, si hay que ser un crédulo para tomarse todo lo que recomiendan los amigos.
Probablemente los convenció porque a la siguiente ronda uno de los meseros fue hasta su mesa con una botella de Juanito el caminante y en lugar de las aguas minerales, los red-bull. Ya para entonces habían llegado las novias o las amigas y en la mesa departían alegres bohemios que brindaban por la belleza de sus aún más jóvenes y enamoradas chicas. Eso no está de menos, en el cortejo es válido agitar las alas de manera vigorosa, aullar hasta atemorizar al resto, mostrar un rabo enrojecido o pelear con otros machos a cambio de conseguir hembra para ejercer una de las dádivas de la naturaleza.
La vida, sobre todo a esa edad, es una rápida sucesión de arena entre las manos. Aunque no se tenga la seguridad de si la playa estará disponible todo el tiempo o la juventud primera es mera atracción de verano, mero circo. Pero si nos parece que con esto hay que darle cuerda a los que siempre insisten con el tranquillo de que se han perdido los valores o de que la globalización impone modas que nos son diferentes o extrañas y que por eso, nuestros chicos, nuestras nuevas generaciones: se parecen más a los jovenzuelos gringos que a lo que miran en la televisión… lo último es, por supuesto, una exageración.
Juventud, este y todos los tiempos ha supuesto un cúmulo de preocupaciones, sobre todo de parte de los viejos que pierden el vigor y que se percatan de que hay situaciones que son mal administradas y que, lamentablemente, no volverán a repetirse.
No es ocupación de una sola época. Lo singular es que se ataca o critica a los soportes que sirven de entretenimiento para los jóvenes, porque les quitan el tiempo, la virtud, la castidad y hasta la vida. En los ochentas, Acción Católica pretendió colocar su grito en las ondas hertzianas y comenzaron a programar “chous” tan horrendos como el de La madre Angélica hasta llegar al más-turbado Padre Alberto. ¿Con esos consejillos se terminaron los embarazos no deseados, los suicidios de adolescentes que consumen drogas para huir de la soledad o de la compañía?
A principios del siglo XIX, hace poco más de ciento ochenta años, el máximo ensayista representante del romanticismo inglés, William Hazlitt, daba a conocer uno de sus más celebrados escritos, Sobre el sentimiento de la inmortalidad de la juventud. En aquel memorable testo, el pensador inglés lamentaba que la juventud se piensa como: “unión indisoluble y duradera, una luna de miel que desconoce la frialdad, la discordia, la separación”. Más adelante el inglés advierte que los excesos que se dispensan en la tierna edad son: “Como un payaso en una feria, estamos llenos de asombro y de éxtasis, y no se nos ocurre pensar en regresar a casa o en que pronto será de noche”.
Hazlitt no fue moralista. No tenía necesidad de echar lecciones de verticalidad porque en su país y en Francia, había una “libertad” que permitía la inexistencia de tribunales como el de la Santa Inquisición, que era el caso de los territorios Hispanos. Se puede dar la tranquilidad de escribir: “Sólo cuando va pasando el desfile de la vida y las máscaras nos vuelven la espalda nos damos cuenta del engaño y empezamos a creer que la comitiva tendrá fin.”
Hace casi doscientos años, cuando la medicina no estaba tan adelantada para hacer más lejano la muerte, Hazlitt comenta sobre esa juventud tempestuosa de su época: “En el curso normal de la naturaleza no nos morimos de repente: nos vamos amoldando gradualmente desde mucho antes. Una capacidad tras otra se nos va arrancando poco a poco mientras vivimos: un año tras otro se lleva algo de nosotros y la muerte sólo envía a la tumba el último resto de lo que fuimos”.
En tiempos de Hazlitt ya había mucho y buen güisqui; para el Viagra se necesitarían muchos decenios… jóvenes: siempre. Tentación, torpedo a la vista… En la actualidad, únicamente sería válido encadenar a Ulises si estuviera desprovisto de condones; de lo contrario, cuídense: Escila y Caribdis.