Edward Morgan Forster murió a los noventa y un años en junio de 1970. Para entonces, su prestigio ya estaba cimentado con sus obras literarias y ensayísticas. Este inglés estaba muy bien enterado de lo que es la intolerancia y la violencia, fue testigo de dos guerras mundiales y de las vanguardias que definieron una buena parte del siglo XX, fue un homosexual declarado en un en un tiempo y en un territorio donde asumirlo era probablemente un suicidio.
Obtiene su pátina en la Universidad de Cambridge y allí pertenece a un grupillo selecto que a los años iba a ser la simiente del famoso grupo de Bloomsbury. En los últimos tiempos del romanticismo, él confirma el espíritu viajero de los artistas de su época, su estadía en Italia, Grecia, Egipto y la India le revelan mundos y formas de pensar diferentes a la rigidez de Occidente. Pero los suyos no son viajes de turismo, en Alejandría trabaja para la Cruz Roja, durante la Primera Guerra Mundial y a los treinta y dos años se emplea como secretario particular del maharajá de Dewas.
Él comprendía bien que la palabra tolerancia es un don ciudadano para convivir en paz con los otros, una lección que perdemos de vista en un país cada vez más fanatizado, cada vez más irresponsable en su convivencia y también cada vez, mayor esperanzado en que debe ser un líder el que nos saque del marasmo. Forster escribió un ensayo titulado así: “Tolerancia.” Como todo hombre sosegado y observador, escribió aquel texto pensando en sus compatriotas y sesenta años más tarde, sus palabras lo hacen cercano a todos quienes lo lean…
“… a menos de que se tenga una recia actitud mental, una firme psicología, no es posible construir o reconstruir nada perdurable.”
“…la única base sólida para una civilización es una actitud mental también sólida: los arquitectos, los contratistas, los comisionados internacionales, las cámaras mercantiles, los medios masivos de comunicación nunca construirán por sí solos un nuevo mundo; los debe inspirar un espíritu apropiado y este espíritu apropiado debe también hallar su lugar entre el pueblo para el que ellos trabajan…”
“… hasta que la gente se rehúse a vivir en viviendas feas… mientras no nos preocupe a todos, cualquier intento por reconstruir y embellecer Londres estará condenado automáticamente al fracaso.”
Luego explica que cuando se le pregunta a la gente qué es necesario para reconstruir la civilización, todos responden que el amor. Pero argumenta. “El amor es una fuerza sustancial en la vida privada… pero el amor no funciona en los asuntos públicos… La idea de que las naciones deben amarse unas a otras… o de que un hombre en Portugal debe amar a un hombre en Perú del cual jamás ha tenido noticia alguna es absurda, ilusoria y peligrosa; nos conduce hacia un sentimentalismo confuso y azaroso… sólo podemos amar lo que conocemos personalmente.”
“En los asuntos públicos… se requiere algo mucho menos dramático… se requiere tolerancia. Ahora bien, la tolerancia es una virtud sin gracia, es sencillamente aburrida… siempre ha tenido muy malos pregoneros, en realidad es una virtud negativa. Significa soportar a las personas, ser capaz de aguantar cosas, nunca nadie ha escrito una oda a la tolerancia…”
“El mundo está repleto de personas… No conocemos a la gran mayoría… y algunas más no nos agradan, no nos agrada su color de piel, por ejemplo… o la manera en que hablan o cómo huelen o la ropa que usan o su gusto por el jazz o su aversión por el jazz…”
“… ¿qué se puede hacer entonces? Hay dos soluciones, una de ellas es la solución nazi: si no te gusta la gente mátala, elimínala, segrégala y luego pavonéate por aquí y por allá proclamando que eres la sal de la tierra; la otra solución es mucho menos emocionante, es en general la vía de las democracias y yo la prefiero: si no te gusta la gente, sopórtala tanto como te sea posible; no intentes amarlos –no podrás y sólo acabarás agotado-, pero trata de tolerarlos.”
“… en el mundo posterior a la guerra tendremos que convivir con alemanes, no podremos exterminarlos, así como ellos no han conseguido exterminar a los judíos; hemos de soportarlos no por obediencia a alguna motivación sublime sino lisa y llanamente porque es lo que nos corresponde hacer.”
“La tolerancia es tan solo un sustituto provisional para un mundo que ahora se halla enardecido y superpoblado; es capaz de prevalecer allí donde el amor se ha agotado y el amor generalmente se agota tan pronto como nos alejamos de la casa o de los amigos y nos formamos en una fila junto a extraños para comprar algo. La tolerancia se necesita en esa fila, si no, empezamos a pensar: ‘¿por qué es la gente tan lenta?’… se necesita en la calle, en la oficina, en la fábrica y sobre todo, se necesita entre las clases sociales, las razas, las naciones.”