lunes, noviembre 16, 2009

Nosotros por entre las rejillas del discurso o en las manos de los cuicos


Ayer, en su breve discurso de entrega del quinto informe de labores de su administración, el gobernador Fidel Herrera Beltrán fue muy enfático en recalcar que en el estado de Veracruz, nadie está por encima de la ley. Dijo: “Vida y patrimonio están a resguardo del Estado y nadie puede hacer justicia por su propia mano si no es a través del gobierno.” Los únicos autorizados para echar mano del garrote, son las fuerzas públicas.

Momentos antes de que el gobernador leyera su discurso, Fernando Gómez Mont, secretario de Gobernación o “ministro del interior” declaraba que: “Hay cosas que funcionan, planteemos alternativas que se pueden sostener frente a la gente, hay que aplicar la ley y permitir que los cuerpos policiacos se capaciten mejor e impedir que sean permeados por la corrupción que la integridad de los cuerpos de seguridad sea para la garantía para cada ciudadano y presentar contención en contra de quienes atentan la integridad de las personas.”

Lo notorio es que el tema de la seguridad pública está presente en los discursos, pero con ello no se refieren a la integridad de los ciudadanos de a pie sino a la profesionalización de los cuerpos policiacos. Es decir, las palabras claves que emplearon uno y otro funcionario, puestos de acuerdo o no, son que el único medio para garantizar el orden está en la aplicación de la ley y que los únicos autorizados para ello, son los integrantes de los cuerpos sostenidos por el Estado.

Cualquiera acepta esa idea. No es un argumento descabellado o bellaco. Pero hay que tomar en cuenta un hecho. De unos meses a la fecha, por ley, por obligación, los Congresos estatales se dieron a la tarea de “homologar” la Ley de Seguridad Pública Federal. Esto quiere decir una tarea legislativa muy simple: tomar un documento, agregarle unas comas y quitarle un punto y coma y en dos chasquidos, tener lista casi la misma ley, pero aterrizada a los requerimientos o necesidades regionales.

Una lectura menos apasionada puede ser más didáctica. En todo el país “funciona” la misma ley pero con sus adecuaciones. Significa que en el territorio nacional las compañías que ofrecen seguridad privada tienen que inscribirse en un padrón y detallar a las autoridades los métodos, las armas y las fichas del personal. Sin buscarle eufemismos, se trata de consignar en un archivo a una lista de mercenarios. ¿Para tener el control o nomás por el mero gusto de saber sus nombres, orígenes y preferencias?

Los responsables de la seguridad de los ciudadanos o mejor dicho, de hacer valer la ley entre los ciudadanos, según Gómez Mont y el propio gobernador Herrera Beltrán sostuvieron que hay que buscar un nuevo pacto de la federación, de que hay que fortalecer la recaudación hacendaria y etcétera. Pero también dejaron en claro que están armados y que sus acciones pueden llegar más allá de las buenas intenciones.

La casa está a resguardo o mejor dicho: la casa puede estar libre de ladrones y si entran, si ensucian los tapetes y los jardines, pues será con autorización de los dueños. No hay de otra. Pero lo que servidores públicos de alto nivel no explican es que de pronto, en las periferias de las ciudades medianas y grandes, al menos de Veracruz, los operativos están a la orden de cada noche.

Uno comprende y acepta y simpatiza con la ronda de una patrulla, pero ver hileras de casi 20 camionetas transformadas en patrullas, ver que sus viajeros llevan los fusiles dispuestos para el disparo, atisbar que la luz amarillenta de las arbotantes se obnubila con los reflejos rojos y azules de las torretas… da cuerda para pensar en muchas cosas.

Cuando fue homologada y votada y aprobada la Ley de Seguridad Pública para el Estado de Veracruz, el diputado convergente Sergio Vaca Betancourt se quejaba ante algunos compañeros reporteros. “Es una locura, no había que aprobarla tan rápido, podíamos revisarla con mayor calma, pero no, en esta oficialía de partes de Fidel Herrera Beltrán, todo se hace a las carreras.”

GABINETE DE OCIO

Venecia se queda sin clase media, la ciudad es para los ricos, ¿qué pensamos los lectores de la gran novela de Thomas Mann? ¿Qué pensamos de tanta literatura y poemas y filmes y ocios? Cine, buen cine: “La muerte en Venecia” con la mirada de Visconti y hay otro filme excelente, “El mercader de Venecia” con sir Laurence Oliver, pero si de acompañar con palomitas se trata: “Un tierno romance,” donde un Oliver viejo y león de la actuación, guía desde París a dos jovencitos que buscarán darse un beso de amor en Venecia: sobre una góndola, bajo un puente y durante las últimas campanadas de San Marcos.