miércoles, enero 20, 2010

Silverio Cruz, uno de los caminantes y “leyedores” predilectos de Xalapa; en mismísima correspondencia al Oráculo “Chinto”

Sé que a esta hora se debe estar desayunando lo que asegura es una de las exquisiteces culinarias de la ciudad de Xalapa: unos bolillos con nata y si repican fuerte, con chocolate o si la crisis llegó al sector librero, pues los remojará en café negro. Cuando le conocí, fue a principios de los noventa. Hace unos diecisiete años, tendía una cobija en el céntrico callejón del Diamante, cuando ese lugar no era el mercadillo de colgandejos y objetos alternos en que hoy se ha convertido. El rubro mercantil de Silver eran los libros y con él, por cinco pesos, adquirí una edición, en buen estado, de la novela Coronación. A él lo debo culpar porque tras su recomendación, me aficioné a la obra del escritor chileno José Donoso.

Luego, el destino nos topó en las escuelas sociales que forman la mayoría del área de Humanidades de la Universidad Veracruzana en Xalapa y allí estaba, en alguna esquina o en un pasillo, la cobija de Silver y él, por supuesto, cuidando su changarro de libros usados. Nomás porque no tocaba una flauta de carrizo, nomás por eso, no se parecía al “niño-pastor” que iba a llegar a ser presidente de la joven República Mexicana. A veces, entre sus artículos de lujo, libros, uno encontraba verdaderas joyas según la carrera que se cursaba o en mi caso, también de muchas y buenas novelas que han pasado a formar parte de mi biblioteca. Al asunto que voy, es que serán muy pocos los que estudiaron o estudian en “Hambrunidades” que no tengan, entre sus libros, uno adquirido con “Silver” o “el Silver” porque nadie lo nombra con su nombre de pila que le pusieron sus papaces o sus abuelitos, esa parte de su historia, la ignoro. Pocos saben que él se llama don Silverio Cruz y por tratarse de cuates y republicanos, aceptará el trato de Cónsul de la República del Ánima de San Bruno. Porque si digo “conde” o “duque,” se va reír y seguro lo escucho: “Horrible enfant –título que me da- le suplico de la manera más atenta, que vaya usted a… donde mejor le calienten sus tortillitas.”

Aunque no terminó Sociología, o como se la vive en las “Hambrunidades,” en un pasón de hambre, igual se imaginó que estaba matriculado allí; no es un dato muy importante porque al Silver nadie le dice “licenciado” y para lo que le interesa. Lo que sí consta es que se trata de un enterado de libros, pero nunca se ha creído director y menos bibliotecario. Me cae. Lo juro por el compadrazgo imaginario que en una obnubilada sesión de cervezas juramos “apadrinar” a un Niño Diosito cualquier veinticuatro de diciembre.

Pero como todos los hombres libres y libertinos, Silver “tiene un sueño” y no sólo el que lo tumba sus ocho horas al día, sino un “anhelo.” Se trata de la revista que hace, con ingenio, poca lana, muchas ganas y hartas fotocopias y el esfuerzo de muchos amigos que prefieren hacer sus propias lecturas alternas en lugar de actuar como los seres normales que optan por la Vanidades, la Hola o para ser menos pretenciosos, las que gastan cientos de hojas de papel couché, del bueno y donde salen impresas, a todo lujo, un titipuchal de la gente bonita de la mismísima ciudad de Xalapa. Silver y sus cuates prefieren hacer la revista Utopía, su nombre lo indica todo y aunque nunca habla de la curia, se trata de un material religioso, se publica cada vez que Dios y su corte celestial lo permiten.

En la revista Utopía, Silver mantiene a un colaborador de ultratumba pero que no descansa en paz y la muestra es que siempre anda jodiendo. Se llama El Ánima de San Bruno y es la que le dicta a cierto amanuense, el “Silabario Chinto” o “Chintoísta.” En la sección del Ánima se trata de demostrar que así como se lleva sangre azul porque un güey se quiso suicidar con su pluma fuente y la tinta era de ese color, pues la Cultura, así, con mayúsculas, pues qué le vamos a hacer: “También tiene su parte chinta.”

El Ánima de San Bruno dicta su cosecha. Echa las redes en la ciudad capital de Veracruz y de lo que recoge, selecciona modos de hablar, frases hechas que de tan hechas son hilarantes, historias de amores secretos y vicios que nomás los viciosos piensan que son ocultos y… Es mejor no enumerar sino conseguir cualquier número de la revista Utopía y buscar la sección de la que escribo. Yo creo que la revista se lee casi toda, pero tal vez me aventuro a asegurar que lo primero que el lector consume con avidez, son los dictados de la agudeza o ese hilar tan fino que tiene el Ánima para echar su piedra en el charco, a veces muy pestilente, de la vida pública. O como dice Silver: “Cuando hay cobre, lo naco brilla en algún momento.”

Ahora, por la imprudencia de escribir sobre mis amigos, ya saben además de su sueño guajiro editorial, pero siempre valiente. Aunque también Silver es un gran “conseguidor” o “encontrador” de libros. Nunca puede afirmar la fecha de entrega, pero anota el encargo y cuando cae entre sus manos, él no se quita el sombrero, porque usa gorro de estambre (y dice que su mamá y sus abuelitos, desde el cielo, han de decir que con esa prenda, él se ve bonito). Pues cuando llega el momento de la negociación para que el comprador se alegre de mostrar el hallazgo a sus amigos intelectuales envidiosos pueda decir al ritmo de Rigo Tobar: “A ver, ¿de quén chon?.” Pues según el sapo es la pedrada, pero Silver es dadivoso: “Ahí dame 50 porque ese que tanto buscabas, total, ya me has comprado un montón.”

En otra animada mesa de cantina, siempre bajo la tutela de un historiador afamado por los rumbos de San Bruno, le propuse a Silver que participara con el Oráculo Chintoísta dentro del programa de radio que conducía por entonces y se llamaba Arte y parte, de a grapas, como cuates, ya se sabe que los proyectos de cultura y análisis generan satisfacciones, no dinero. Pues aceptó y cada miércoles, que era dueño del micrófono en su respectivo bloque, lo juro, aumentó la audiencia del programa.

Cada incursión era para morirse de risa o de vergüenza, según el tema. Le dio por cantar, cantaba al aire, parodias, por supuesto, y cuando empezó la ola de asesinatos de los famosos, sin que me lo hubiera prevenido (en mis programas de radio nunca hubo guiones, sino escaletas) comenzó muy serio: “Quiero decirle al amable público que ya no voy a cantar porque, miren cómo se escabechan a los cantantes y a mí ya me dio harto mello, no me vayan a robar y me quieran hacer algo.”

Así es Silverio Cruz, leído como monje, vivido como se ha podido y un librero excepcional, de los que quedan menos, porque él, si lee y mucho; por eso recomienda y debate y si es en torno a unas carnitas y una cerveza fría, pues como que hay más gusto.