miércoles, abril 20, 2005

Ahora: Fidel Castro en la mira

Cuando los pobladores ricos e informados del planeta se hacen a la idea de que estos primeros años son de los cambios definitivos, pocas figuras emblemáticas del siglo XX quedan en la mirilla internacional. Y sin duda la que más incomoda al imperio es la del dictador cubano Fidel Castro.
La muerte del obispo Wojtyla ha demostrado que hasta los seres más cercanos a las lejanía de Dios son finitos y que la perpetuidad no es más que una palabra que se ajusta bien a las lápidas de los cementerios y a los poemas románticos. La situación de la isla caribeña no puede ser violentada por los Estados Unidos de Norteamérica —a la usanza de invasión descarada— porque los capitales europeos han sabido aprovechar la oportunidad que Castro les brindó al permitirles iniciar fuertes inversiones en el rubro del turismo. Y el hecho de que una Europa rica y cada vez más fuerte tenga sus euros bien apostados en un sitio significa una relativa garantía de no intervención militar por fuerzas ajenas a la voluntad de los inversionistas. ¿Quién se echa a cuestas la iracundia de los europeos unificados?
Pero las armas del imperio no sólo pueden constreñirse a la milicia. La segunda gran industria de los Estados Unidos descansa en algo que moldea y promueve las mentalidades: el cine y la televisión. Mantener un monopolio en estos medios que transforman es una herramienta que ha dado utilidades estratosféricas, porque no sólo es una serie de televisión o un filme lo que se consume. Las consecuencias apuntan a una verdadera modificación de las culturas populares e identidades nacionales a las que estos productos llegan. Se traduce como inocular estilos de vida y por consiguiente, de pensamiento. Lejos de vender una idea del triunfo de la justicia, lo que sale como pan caliente es la idea de la comodidad, la vida confortable y desenfadada que el espectador admira y anhela.
Es verdad que cada sociedad produce sus propios discursos culturales, o sus “manifestaciones”. Pero cuando debemos hablar de servicios de entretenimiento que llegan a todos lados, pues los audiovisuales norteamericanos están por doquier. Eso es a lo que podríamos tildar como una “tabla rasa”. Y si a través de ello comenzamos a crear una conciencia colectiva y a percatarnos de que en el mundo distinto al estilo gringo prevalece la impunidad, es muy concebible que el otro mundo, el conquistado por las ideas, acepte de buena gana que incluso la violencia está justificada.
El pronóstico no es desalentador sino frío. Con un Papa de hierro, al que los analistas empiezan a augurar que los católicos practicantes optarán por un “sálvese-quien-pueda”, la atención mundial comenzará a fijarse más en que los autoritarismos no son buenos. Y como la cuerda se rompe por lo más delgado, rechazar imposiciones que parezcan retrógradas, hará que se aliente destruir a los que se pueda. El sistema político cubano, entre ellos. Si la elección del cardenal Ratzinger no la decidió el imperio, al menos contó con su venia.
Total, cada quien con su siglo, y para el XXI, Fidel Castro ya no queda. Es muy probable que la campaña en contra del dictador cubano tome, de nuevo, sus puntos más críticos.