miércoles, abril 20, 2005

Pulseritas de ocasión

Es seguro que usted recuerda que en los años ochenta del siglo que nos fue un frupo de artistas de Televisa (¿y de dónde más, para aquellos tiempos?) grabaron un disco L.P. que se titulaba “Cantaré, cantarás”. Se trataba de una verdadera pléyade de farándulos y la cuestión era que un material discográfico estuviera en todos los hogares mexicanos, porque las ganancias se iban a destinar a no sé cuántas obras de beneficencia. En aquel tiempo no había piratería, pero los bonitos señalaban con el dedo a quienes tenían la versión gradaba en cinta (casete), porque entonces se trataba de los pobretones que no tenían ni para adquirir el disco.
Al iniciar la década de los noventa, la moda eran los chupetes de la suerte; unas madrecitas de vidrio que semejaban pequeños “chupones” y que en su interior llevaban dos gotas de mercurio y que según la fortuna, se ponían de un color u otro. Se supuso que sólo la “fresada” traía colgando aquellos mamotretos (de la pulsera o pendiéndoles del cuello) y cuándo éstos llegaron al alcance de los bolsillos de los pobres, la “nacada”, entonces la moda llegó a su fin.
Luego vinieron los quitapesares. Esto quizá fue lo más romántico, porque se trataba de diminutos muñecos manufacturados por los indígenas guatemaltecos que se vendían en cajas de madera que no sobrepasaban al tamaño de una cajita de cerillos. El asunto tenía que ver con una leyenda de Guatemala. Los vendedores recomendaban al comprador que cada noche, debían sacar un muñeco, platicarle las penas que apachurraban su espíritu y después colocarlo bajo la almohada. Así sucevamente hasta completar siete días; luego tenían que deshacerse de los muñecos y santo remedio. Adiós a las penas.
Aquellos siete poderosos caballeros se llevaban las tristezas. Pero como nunca se las llevaron y adquirir esas extravagancias era muy caro, también el asunto cayó en el olvido. Inmediatamente después llegaron las novedades chinas, los chinos de la suerte; unas pulseras que debían adquirirse de acuerdo a la necesidad más apremiante, que el amarillo para la fortuna, que el rojo para obtener amigos, etcétera. Y como siempre, la “fresada” fue la primera en implantar la moda de lucir cordones multucolores en la muñeca de la mano.
Los famosos fistoles o “pines” que imitaban lazos no llegaron a implantar moda en una país de mentalidades tan retrógradas como las tenemos en México. Esto fue porque aquellos emblemas tenían un significado de protesta o solidaridad silenciosa. Blancos, negros, verdes y los “rojos”. Los rojos tienen una estrecha vinculación en la lucha contra el SIDA. Y alguna vez, en una discoteca, le escuche decir a un amigo que reprobaba a su novia: “Quítate esa madre” le ordenaba señalándole su lazo rojo, que van a decir que estás sidosa. La otra, también como buena mujer de la familia mexicana, le pidió disculpas y la chingaderita fue a dar a la bolsa de su chaqueta.
Los fistoles se quedaron arriagados sólo entre personas responsables y serias. Y como esas gentes jamás implantarán moda alguna, pues no importa, ellos no cuentan.
Pero lo que cuenta, ahora, es traer una banda de plástico en la muñeca. Y si es de color amarillo y lleva grabada la palabra: Livestrong; pero sobran. Antipeje, Tsunami, Luto Papal y un sin fin. Ahora, ¿han servido desde los discos L.P. de los años ochenta, chupetes y porquería y media para hacer de este planeta un lugar más digno y habitable? O bueno, con toda suerte son modas para seguir, otra vez y como siempre, haciéndonos pendejos.