martes, abril 19, 2005

Por un pelito, Norberto

Imagínense que don Norberto, el primado de México y no de los primates, de verdad llega a ser tomado en cuenta en las votaciones del Cónclave. Está bien que las exageraciones de dan en nuestras tierras, y que ya una vez un mexicano se mereció el Nobel de Literatura y otro —aunque nunca quedó claro, para el científico, porque hasta que le entregaron el premio aquí nos acordamos de su existencia— se mereció compartir el galardón por sus logros en la Ciencia. Pero lo qué sí estaba de risa era la encuesta de María de las Heras (y no porque ella sea “maleta”) sino porque la mitad de sus entrevistados sentían cierto cosquilleo de ilusión por ver a un pontífice mexicano.
De que hubiera sido interesante, ni duda queda. Cada domingo, cuando el cardenal se dispusiera a repartir “urbi et orbi” a los puntos cardinales, una porra acarreada desde el mero corazón chilango: “A la bio, la bao, a la bim bo ba, Norberto, Norberto”. ¿Y le gusta que la endilgada guardia suiza, que nomás los acepta blanquitos, de buena familia y estaturas determinadas, cambiara por los cuicos de aspecto poco amigable? Claro, las estilizadas lanzas iban a cambiar por cuernos de chivo y juguetitos por el estilo, pero todo fuere por la seguridad del Papa mexicano. Porque aunque a los de a pie nos consta, desconocemos si los cardenales mexicanos tienen pasaporte como ciudadanos del estado Vaticano o se conforman con ampararse bajo la serpiente y el nopal.
¿Cómo se hubiera querido llamar el padre Beto? ¿O el padre Sandoval, que también era papable? Pues quién sabe, porque ya tenemos visto que Dios hace milagros pero no cumple caprichos. O como dicen, sólo al puerco más trompudo se le queda la mejor mazorca. Pero con toda seguridad que Dios llamó a sus guardianes de cabecera, a Pedro y Pablo (los apóstoles, no los Picapiedra) y les preguntó si era conveniente que ahora la bolita quedara en los márgenes del feo, apestoso y empobrecido tercer mundo latinoamericano. Con toda seguridad aquellos comenzaron a dilucidar sobre las conveniencias. Que sí, que católicos que todavía se la creen, aquí sobran, pero en cuestiones como la administración, pues como que no se llevaba un buen control.
Aún con todo Dios lo dudaba. Él es un padre comprensible y veía cómo los comunicadores aztecas le echaban ganas a la cobertura y así, como cerrándole un ojo, le decían: “Yo también existo”. Y Dios estaba a punto de echarse un volado cuando el Diablo —si existe uno, pues seguro que también el otro— le llamó por el móvil (dudo que en el Cielo y el Infierno no estén a la par con la tecnología) para explicarle que le habían llegado rumores sobre una posible designación. Cuando el espíritu estaba a punto de susurrarle a los cardenales electores: “Un mexicano, un mexicano”. Nada.
El Diablo, en un gesto de buena voluntad, le mandó al Señor las síntesis informativas de los periódicos mexicanos de los últimos catorce meses. Y como todo buen político, Dios hojeo de atrás para delante. “Desafuero”. “Video escádalos”. “Mujeres victimadas en la frontera”. “Miseria”. ¿Y qué hace mi iglesia apostólica y romana en México? Preguntó Dios. Ah, beben el chocolate a las cinco en punto y claro, esperan con ansias las visitas del santo padre. “Ratzinger” dijo Dios y el espíritu iluminó a los cardenales.