jueves, abril 28, 2005

La poesía y los necios

Siempre que el tema emerge en las pláticas de escritores y lectores dedicados, el sonsonete es el mismo: ¿para qué escribir poesía? O lo que es peor, ¿tiene alguna utilidad cualquier poema? Las respuestas tienden a ser muy variadas y dependiendo los ánimos de los concurrentes, el motivo de la plática se tornará en una defensa apasionada o en una defenestración que, también, no carece de emociones.
En lo personal, yo creo en las funciones utilitarias de las actividades humanas. Pero esto no significa ver en todo quehacer una forma de lograr dinero o conseguir la prestación de un bien o servicio; esas son reglas del mercado y se avienen a la perfección entre quienes saben charlar de números y sólo escriben en cuadernos de contabilidad. Y si la poesía no deja ganancias monetarias, entonces dejarla, dedicarse a cuestiones más lucrativas, como la política, el comercio sexual o el narcotráfico. Que sepamos, además, ningún poema ha detenido una guerra o una devaluación económica. Entonces ¿sirve empecinarse en llevar en la frente la etiqueta de “poeta”?
Es una paradoja. Pero lo verdadero es que en los momentos más críticos para una sociedad, un poema, una canción o una melodía sirven de bálsamo para las conciencias; ayudan a que la existencia resulte más soportable; auxilian a compartir el amor o la rabia, o ¿por qué no? a esos dos sentimientos conviviendo en la cadencia de las palabras.
Un amigo pintor me echaba en cara la admiración pública que tengo por el trabajo poético del uruguayo Mario Benedetti. Él argumentaba que lo del “viejo”, como le decimos en el corrillo de amigos, era un portento del panfleto político hecho poema. Claro, una considerable parte de la obra poética de Benedetti obedeció a un contexto determinado: la represión militar y la dictadura en el Uruguay. Y no las detuvo, ni las disolvió, pero fue un aliciente de protesta, de iracundia verbal que conquistó corazones y sosegó mentalidades.
Pero no sólo este hombre tomó la creación poética como una bandera que ondeaba las injusticias. La historia de los pueblos Hispanoamericanos está plagada de tales ejemplos. Los desenlaces que nos sabemos se ligan a la incomodidad que causan los poetas a la aparente tranquilidad de los tiranos. ¿Cómo puede un poema, quizás tan corto, inquietar a un hijo de puta que toma las riendas de un pueblo por la fuerza? La respuesta, que no es ni debe ser sencilla, podríamos situarla en una superficie inmediata. La poesía se construye, ante todo, por dos factores imprescindibles: imágenes y símbolos; son mensajes de apariencia breve pero ligados a la cadencia de las palabras, a que se encuentren en su propia música y de esta forma logren transitar de la letra a la palabra. Lo que se nombra, existe.
Por otro lado tenemos la función amatoria de la poesía. Esto constituye otro “cruce de caminos” en la lírica. Un poema que sirve para enamorar a alguien debe aquilatarse como la última reserva de polvo de oro. Pablo Neruda pudo escribir los “versos más tristes” y también decirle a Matilde que: Si alguna vez, tu pecho se detiene… dejara sus labios entreabiertos para darle un beso que sabe a muerte e irse con ella, junto a ella.El sufrimiento, la soledad, el abandono, angustia, desesperanza; toda la tristeza posible que asiste a los desenamorados, se convierten en un penar dulce cuando a ese dolor que taladra el pecho, se le asiste con las palabras de un poeta. Federico García Lorca nos enseñó a decir que por el amor de alguien duele el aire, el corazón y el sombrero, aún cuando la mar no tiene naranjas ni Sevilla tiene amor.