jueves, mayo 12, 2005

Años mil

Cuando se llega casi a la tercera década de vida se comienzan a desechar algunas de las muchas ideas que acompañaron nuestra formación. El saco ya pesa demasiado como para atosigarse la existencia con el pasado que fue, obvio, irremediable. Amores, odios, traiciones, viejos amigos a los que ya jamás telefonearemos, libros que hasta la adolescencia fueron imprescindibles, palabras de otros idiomas que ya ni de chiste entran en el vocabulario cotidiano y los trastos viejos que sólo abultan el desorden en el cuarto de los triques.
Se redefine el espacio y tiempo. Para recurrir a la infancia ya no se emplea el término “cuando era niño” sino que se va directamente al año; porque aún la memoria es un vicio confiable. Sobre el caballete, donde permanece el cuadro inconcluso de lo que resta, quisiéramos echar solvente, como los pintores que se resignan al fracaso de esa obra y volver al lienzo sin mácula para iniciar el nuevo boceto. Pero ya no hay vuelta de hoja ni de pincelada. Algunos se empecinan en coger la espátula y sobrepintar, cuadro y canas, otros nos conformamos con raspar aquí y allá y a ver qué sale, pues como sea, el destino es un capricho del que no salva la fe en ningún Dios.
Los hay, quienes al ver perderse los años extraviados retornan a los carteles de los cantantes favoritos, a las canciones que los hicieron bailar durante la escuela preparatoria. Todo con la finalidad de no quedar al margen ante las nuevas generaciones y demostrarles que también, en otros tiempos, surgieron estrellas de rock o que no es nada nuevo el star system de Hollywood, o las camisetas rotas o remendadas. La moda es pasajera y el amor lo único que cuenta y se queda. Aunque a los treinta ya no queda ocasión para escribir cartas de amor que, a decir de Fernando Pessoa todas son ridículas, pero en una rectificación del poeta lusitano: se terminan escribiendo. A estas alturas se escriben sobre los contratos bancarios las cláusulas del financiamiento para el minúsculo departamento o el enganche del auto. Las bucólicas imágenes de latin lover conquistando suecas en el Museo del Prado, o el típico émulo del agente 007 que liga a morenazas durante su investigación en Río de Janeiro se quedan para allende los cincuenta, cuando ya uno, se sospecha, ha salido de líos que supone haber hecho algo en la vida. En la tercera década de respirar en este minúsculo planeta algunos han cumplido con los mandatos del proverbio árabe y otros nos hemos quedado en la ciénaga de apenas tener escrito un libro, o engendrado un hijo o haber sembrado un árbol.