lunes, mayo 02, 2005

Día de la santa cruz

—Concha— gritó la anciana.
—Ya voy, ya voy.
—¿Qué haces?
—Sacudiendo un tapete.
—Ahí síguele; voy con Paquita que me lleva a la iglesia y de allí nos vamos a comer en casa de mi hija. Le haces unas enmoladas a los albañiles y comes tú. Para la tarde regreso— ordenó la mujer en tanto cerraba el portón de fierro. Supervisó los detalles de “la obra” y regaló al niño que hacía de ayudante tres monedas porque: “Criatura, siquiera cómprate un refresco”.
—Ya ves Paquita a esta pobre gente tan fregada. Sabrá el Señor dónde llegamos con tanto hombre desocupado, por eso hay que rogarle tanto para que se compongan las cosas. ¿Te sabes la oración de la Santísima Cruz, la que se dice hoy tres de mayo? Cállate Paca que no sabes nada, tan dura de la cabeza. Escucha bien. Hay que repetirla tres veces seguidas, tres porque son los clavos que los herejes le clavaron a Nuestro Señor Jesucristo: Lucifer, Lucifer, ni en la vida ni en la muerte te he de ver, porque el día de la Santa Cruz, dije tres veces Jesús. Jesús, Jesús, Jesús... Espérate, no me lleves tan a prisa, ¿no ves que viene un perro? ¿Te pasa por la mente que puede tener rabia? Nos muerde y las dos solas ¿qué hacemos? Ni un taxi pasa como para llevarnos al hospital, de rápido, a que nos inyecten veinte veces seguidas en el ombligo; de lo contrario la muerte. Un hermano mío se murió de rabia. ¿Todo por qué? Que te calles Paca, que no das para más. Pues por no saberse la oración. ¿Te la sabes? Claro que no, ya lo decía. Es: Apártate maligno animal, que Dios murió para mi bien y no por tu mal. Repítela. Ay, Paca, te has quedado muda, ¿ya te pasmaste?
A las catorce horas de mayo tres un aguacero interrumpió las horas soleadas de la ciudad, comenzaron los goterones de poco a poco a manchar las banquetas; después los chorros que caían de las azoteas formaron grandes charcos y Silverio, inmóvil, sólo atinó a ver cómo la lluvia lavaba el fruto del trabajo logrado. Golpeó el portón de fierro y acudió Guadalupe:
—Ta muy juerte la lluvia.
—Pero qué cinismo, qué irresponsabilidad. Mire nada más el gasto de material y todo para qué.
—Huy jefita, pos no es mi culpa.
—¿A quién no se le ocurre cubrir con una lona?
—Eso mismo digo. Pero hace chico rato estoy toque y toque y nadie abre.
—Pues no es mi problema y mejor váyase, porque si la “señora” ve sus idioteces va a llamar a la policía.
—Siquiera déjeme estar aquí hasta que escampe.
—¿No quiere una cama para descansar? Igualado, bestia— gritó ella dando un portazo.
Y cerrado el portón llovió con más fuerza, hasta dejar averiada la banqueta, como si el trabajo jamás hubiese existido. Escampado el aguacero, Silverio y su hijo caminaron por entre los autos, charcos y goteras, esperanzados de encontrar la esperanza para regresar a su pueblo. Mas al caminar por las calles de la ciudad vieja, el reloj de la Catedral marcó las diecisiete en punto, tañeron las campanas y Silverio, recordando que era tres de mayo, jaló a su vástago para que, frente al altar mayor, repitieran el rezo a la Santísima Cruz. Lucifer, Lucifer...