lunes, mayo 16, 2005

La paciencia o San Virila

Cuando los amigos se reúnen y platican sobre la rapidez con que transcurre la vida: que apenas si da tiempo para unas tazas de café o unas cervezas, que se habla poco y fofo. Quizá es parte de que los relojes marcan las horas más aprisa o sí, en verdad, la tecnología, al facilitar el trabajo, duplica los compromisos en que uno se lía. Puede ser una gran verdad que en la actualidad es muy difícil “adoptar” preferencias para el resto de la vida (¿incluso las sexuales? A saber...) porque no pasan seis meses y allí está el nuevo filme; un año y el cantante favorito mejora o —re-masteriza— su producción musical; una temporada y las modas cambian y lo peor es cuando los científicos comprueban que aquel que fue el perfume favorito es cancerígeno. Pero el género humano no siempre midió tan rápido el paso de las horas...
Muchas son las historias y leyendas que explican la cuestión de la temporalidad; el género de la ciencia ficción da muy buena cuenta de ello. Pero si echamos a volar memoria libresca habrá que rodar el barrilete de la imaginación y husmear en el lejano Medievo. No disponemos más que de documentos para saber cómo se vivía y pensaba en otros tiempos, y por documentos me refiero desde libros hasta los edificios que aún quedan en pie, pues la cultura es la única forma de preservar la memoria y ésta es prodigiosa como para requerir...
Situarnos en la región Navarra de España durante el año del Señor de 928. Leyre, se llama el asentamiento donde la orden de San Benito de Nursia, los benedictinos, ya habían fundado un monasterio. La siguiente no sería leyenda si no contara con su personaje y un ejemplo de vida o comportamiento. Pues justo en el año que he referido se eligió como abad al monje Virila, quien gobernó con buen tino y según las reglas.
Pero este hombre piadoso dudó sobre la eternidad. Pidió al Señor que le mostrase cómo transcurre la eternidad o si lejos de transcurrir, el tiempo está quieto y nosotros somos los que pasamos. Dicen que Dios no cumple caprichos ni concede locuras, pero allí está que el curioso Virila paseaba por un frondoso robledal que está detrás del monasterio y se sentó en una piedra para escuchar el canto de un pajarillo.
Cuando volvió al monasterio se encontró con que nadie le conocía. Él mismo se asombró de ver que los monjes ya no vestían de negro, sino de blanco. No eran benedictinos sino cistercienses. Habían pasado trescientos años. El Cister, en efecto, sustituyó en Leyre a la Orden de San Benito en 1239. Ante la insistencia de Virila, los monjes fueron a los archivos y comprobaron que un abad de este nombre desapareció en el monte en el año de 944, y la Comunidad creía que había sido devorado por los lobos. Qué sorpresa para el viejo abad que se pasó trescientos años escuchando el canto de un pájaro. ¿Habrá que hacer caso de que si bueno y breve, dos veces bueno?