lunes, mayo 23, 2005

Pasiones que atan

No sé hasta dónde tiene razón Jaime Sabines con su poema los amorosos. Allí el poeta ofrece una serie de características que se refieren a los arrebatos en los que caen quienes están atrapados en la redes de la pasión; los heridos por los dardos de esa figurilla griega a la que conocemos como Amor y a quien la literatura ha dedicado miles de páginas. De los peligros del amor siempre hay que andarse con cuidado, a tientas y con los ojos bien abiertos... pero no es tal la cosa.
En la Edad Media se pensaba que los ojos eran la entrada del alma, pero también se conservaba la teoría de los humores, dependiendo de ellos el carácter de la persona tendía a variar: flemáticos, sanguíneos, coléricos y melancólicos. Tenía que ver la constitución física y de allí variaba el asunto. Incluso, la sicología y psiquiatría modernas basan algunas de sus observaciones para determinar los comportamientos humanos; o para decirlo con mayor elegancia: el hombre frente a sí mismo a través de su propia imagen en el mundo. El qué represento se convirtió en indicador para saber qué valor tengo. De allí la posibilidad de interpretaciones.
Filosofías, formas de pensamiento, estudios y experimentos fueron y vinieron. Unos defenestraban a otros hasta que se llegó al acuerdo científico de que no proveníamos del soplo divino y que sí, con toda seguridad habíamos evolucionado de los monos. ¿Y a poco los monos amaban y se encandilan con la misma facilidad que los humanos? Las monjas que catequizan aún enseñan la canción que deduce el por qué los changos grandes no usan zapatos... pero la ciencia médica, a partir del siglo XX, se ideó para mantener a raya los humores con cantidades estratosféricas de fármacos que más allá de aliviar, pasaron por tabla rasa a la humanidad y tuvieron como único fin (cuando no remedio) idiotizar en general.
La pasión hace sucumbir, del odio al amor sólo hay un paso, el amor es una trampa que aísla y tantas zarandajas para llegar al inicio de todo: por una mirada se decide, por una cólera se revienta desde la vena más fina hasta la yugular. García Márquez escribió El amor en los tiempos del cólera; unos todavía se convencen del amor en los tiempos del odio. Y es que no quiere decir que se pierdan los valores, más que eso, se transforman y con ello, la manera de comportarse cambia hasta el ritual de la más exquisita ceremonia. Violeta Parra decía que el amor es un torbellino de pureza original... claro, los poetas siempre estarán de acuerdo que eso de enrolarse con las emociones causa daño y acaricia; el sufrimiento que aceptamos a pesar del Prozac. Amar, aceptarse el uno al otro es todavía un misterio que no cura la poesía con mayor sublimidad o una canción de José Alfredo cuando en la cantina dan la una, las dos y las tres. Es venturoso sigilo.