jueves, mayo 19, 2005

Tolerar filias y fobias

Cinco siglos igual, dice un poema de León Gieco. Y desde que los navíos del necio Hernando de Cortés desembarcaron en la América continental la simbiosis de las culturas fue un resultado propio de la endoculturación y aculturación. Términos duros y llanos, como toda la ciencia humanística, pero cuando se aterrizan son comprensibles: los préstamos de usos, costumbres y mentalidades que se pasan de una cultura a otra. América le dio el chocolate al mundo y ahora se supone que el mejor es el suizo; el tomate (tomatl, en su voz nahúatl) encontró tan buena tierra a la italiana que ahora ellos tienen diecisiete variedades. Pero el conquistador de occidente era a su vez conquistado por la dominación árabe en la península Ibérica y gira la rueda.
Si a estas alturas se despotrica en contra de la conquista y la posterior dominación española sobre las dos terceras partes del continente americano es, creo, para alimentar las charlas de café. Porque empieza el juego de los supuestos y aún dicen: ¿qué hubiera pasado si nos conquistan los ingleses? Y si de polémica se trata, entonces es mejor cuestionar ¿qué hubiera sucedido si en el año 325 de nuestra era el emperador de Roma, Constantino, opta por oficializar el culto a Wotán (deidad aria) y manda por una catapulta a los cristianos? Bueno, no sucedió. Y la historia, entre sus características, tiene como eje de estudio a “los hechos,” que se diga la verdad o los discursos cambien, es otra cosa.
Entre los americanistas (estudiosos del continente y no los adeptos del equipo de fútbol) prevalece la querella en determinar si América fue una territorio inventado. Como tal, a la llegada de los españoles —y posterior arribo de portugueses, ingleses, holandeses, etcétera— el continente existirá gracias a las relaciones que se van estableciendo entre los mercados comunes y no como una idea preconcebida. Hemos escuchado que para los españoles de los siglos XV hasta el XX se venían de las aldeas gallegas, asturianas y de la región andaluza para “hacer las Américas” y la hicieron de tal modo que el seseo en el habla se ha limitado más a la zona castellana (centro de la península) y el arrastre de vocales y la cortedad de la consonantes se parecen tanto que España y América Latina es un gran conglomerado que tiene, por característica, a una cultura dominante para las cuatrocientas veinte millones de almas que habitan en el continente tildado por Américo Vespucio y allende los mares: el lenguaje; obvio, con sus respectivas variantes. A cinco siglos no nos debemos ninguna disculpa. La conquista fue sanguinaria y cruel, como todas; la dominación fue implacable y a los indígenas de la América septentrional (Nueva España, que después sería México) se les marcó como a las reses... pero en la Europa medieval de Carlomagno se decapitaron, en un día, once mil cabezas de humanos (de las tribus bárbaras) que no juraban el credo cristiano... y el imperio azteca diezmó a sus tributarios para solidificar su excelsitud que brotaba desde un islote en el lago custodiado por el valle de Anáhuac... Pero seguimos aquí y ahora, por lo que no hay mejor intento que convivir a la sombra de la tolerancia.