jueves, junio 23, 2005

Amarillo de la China

El imperio chino no aglutinó únicamente a los sabios que transmitieron las técnicas para fabricar pólvora, para hilar seda o crear los magníficos medallones en jade. Su gobierno estaba conformado por una copiosa administración de miles de funcionarios. Erróneamente se ha pensado en la eficacia de la impartición de justicia o en la recaudación de impuestos como una de las glorias de la China dinástica, por la nimiedad de la suma de numerarios que estaban empleados. Y bueno, también ha contribuido a la construcción del imaginario aquella romántica leyenda de que los funcionarios eran examinados con exhaustivas pruebas; en efecto, pero las investigaciones han demostrado que para ingresar al servicio público chino las habilidades consistían en dominar artes tan reservadas como la poesía.
El cuestionamiento estriba en la ineficacia de un sistema de gobierno milenario. Servidores a diestra y siniestra pero incapaces de resolver un problema. Distinto era con la Rusia zarista, donde cuitas de menos, cuitas de más, tenían que ser disipadas por el Zar, pero que también gozaba de una amplísima burocracia. Note el lector que los ejemplos ofrecidos pertenecen a dos territorios de considerable extensión: China y Rusia, imperios densamente poblados que a través de su historia han compartido desde fronteras comunes —la región asiática— hasta formas de gobierno totalitarias, similares.
A la caída de sus respectivas “monarquías” (china y rusa) en las primeras décadas del siglo XX, el sistema de gobierno no vira del autoritarismo imperial y sólo verifica un cambio de régimen que se traduce en socialismo. Los resultados de tales experimentos sobre la manera de gobernar se conocen a todas luces, el gigante de la población controlado a través de las ideologías. La figura tanto del emperador como del zar es sustituida por el partido comunista que, obviamente, tiene un representante en la tierra, Mao y Stalin, por citar dos nombres. Muy a la usanza de Roma clásica, cuando sus emperadores eran hombres divinizados o el caso de las monarquías europeas, absolutas, con la sabida frase: el Estado soy yo.
El crepúsculo de los gobiernos orientales llegó cuando su burocracia era tan fuerte que rompió el ideario de buen régimen, la dictadura con el antifaz de socialismo. En Rusia, por ejemplo, el impecable método de estímulos a la creación artística se afectó cuando los hijos de funcionarios comenzaron a gozar de las dádivas sistémicas. Esto era visible en el tráfico de influencias y por ende, el desplazamiento de lugares u oportunidades que, lejos de la trágica visión de que se le negó acceso formativo a quien mejor lo hubiera aprovechado, resultó en generaciones de mequetrefes que no atinaron a dibujar la “o” ayudados de un compás. De allí surgieron los pésimos profesionistas que no sólo estaban circunscritos al terreno artístico. La reputada peste donde todos son generales y no hay soldados.Observado desde cualquier ángulo, la burocracia es un lastre para cualquier sistema de gobierno y los caudillos sólo arrojan combustible al fuego implacable.